Por Fausto Rivera Yánez
Es 1980 y Sunny (Renate Krößner), una insaciable cantante que quiere convertirse en leyenda, vive en el Berlín del Este de la Alemania comunista, en una ciudad que no para de derruirse ni de limitar los sueños de esta artista que debe sortear las críticas de sus vecinos por llevar una vida autónoma o el machismo de su banda que la ve como un accesorio desechable, pero bonito. Una madrugada, al llegar al pequeño departamento de su mejor amiga, luego de haber rechazado a un amor no correspondido, Sunny decide tomar unas pastillas para quitarse la vida. Justo cuando está por desfallecer se alcanza a ver a través de la ventana, en un horizonte opaco, cómo se desmorona un edificio gris que desprende un halo de polvo que solo con el tiempo y la paciencia se disipará. 
En Solo Sunny, película codirigida por Konrad Wolf y Wolfgang Kohlhaase, la ciudad —con su gente y sus circunstancias— aparece como una posibilidad perversa, como una extensión más de nuestras frustraciones y anhelos. Es la piel sobre la que resistimos y bajo la que, muchas veces, nos ahogamos. 
Solo Sunny forma parte de una muestra de OCHOYMEDIO que pone a dialogar a dos ciudades lejanas, ancladas en diferentes continentes con orígenes variados, pero que han sido usadas como escenarios fílmicos para narrar historias comunes: el desencuentro amoroso, las disputas ideológicas, la pobreza, la música como un flujo liberador de emociones o la muerte como un suceso que redefine no solo el provenir, también el pasado, uno que se creía infranqueable. 
Las alas bajo el deseo (o El cielo sobre Berlín), de Wim Wenders, coescrita por el genial Peter Handke bajo la dirección fotográfica de otro gigante, Henri Alekan, quizás sea la película más entrañable, más intertextual, más filosófica, más elevada de esta muestra fílmica, pues sintetiza todas las miradas posibles que se pueden tener de la realidad, una que inicialmente se presenta en blanco y negro a través de los ojos de los ángeles Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander), quienes ven el transcurrir de la gente en el Berlín de la posguerra y cuestionan su pulcra posición angelical que, aparentemente, está aislada de la mugre, el deseo y el dolor terrenal. Quieren contaminarse de vida, de verdad. 
La muestra Berlin calling Quito está curada por Daniel Nehm, programador del OCHOYMEDIO, y reúne ficciones, documentales y cortos de diferentes épocas y estilos, algunos considerados clásicos, y otros absolutamente contemporáneos.
Con un cable más a tierra, literalmente, también se presenta una serie de películas que exponen un realismo sin concesiones sobre Quito, alejado de la fina estampa con la que se insiste en proyectar a esta ciudad erigida sobre quebradas, y desigualdades. Fuera de juego y Cuando me toque a mí, de Víctor Arregui, se han constituido en dos referentes locales que representan a Quito desde su precariedad y ausencia.  En la primera cinta aparece la crisis económica de 2000 como telón de fondo en la vida de Juan Castro (Manolo Santillán), un joven de 18 años cuyo objetivo —a cualquier costo— es viajar a España para escapar del debacle social al que se encamina su país. En la segunda película, basada en el libro De que nada se sabe, de Alfredo Noriega, asistimos al encuentro del médico forense Arturo Fernández (Manuel Calisto) con la población más honesta y desprejuiciada de la capital: sus muertos.
 En esta misma línea se exhibe la icónica Ratas, ratones, rateros, de Sebastián Cordero, en la que Quito surge como el catalizador de disputas regionales, generacionales y de clase, con una cámara que parecería entender y focalizar la violencia solo desde las drogas o la delincuencia, insistiendo en vincular la pobreza con los problemas sociales. La muestra también repasa fragmentos de Quito representados desde su patrimonio oculto (Labranza oculta, de Gabriela Calvache), desde la complicidad de cinco amigas que se reencuentran en una noche andina (Esas no son penas, de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade), desde la imposibilidad del amor utópico en una ciudad gris (Tinta sangre, de Mateo Herrera), desde un barrio inesperado como La Mariscal (La cita, de Carlos Larrea) o desde un territorio profundamente político donde habita una izquierda repetitiva, estancada (Entre Marx y una mujer desnuda, de Camilo Luzuriaga, basada en la novela de Jorge Enrique Adoum).
De Berlín, en cambio, hay cuatro películas que mediante la música construyen un puente temporal casi cronológico que permite entender las transiciones de una ciudad definida por la guerra, el comunismo y una acelerada modernización. La clásica Berlín: sinfonía de una gran ciudad, cinta muda de 1927 dirigida por Walter Ruttmann y compuesta por Edmund Meisel, es un palimpsesto en el que habitan un conjunto de imágenes de gran poesía que dan cuenta de las transformaciones productivas, culturales e individuales de la sociedad  alemana —esta película estará acompañada del cortometraje Primal (inspirada en la cinta de Ruttmann), de Mateo Herrera, de quien además se proyectará   Jaque, sobre las fiestas de Quito—. A este trabajo le siguen la ya mencionada Solo Sunny y B-Movie: Lust & Sound in West-Berlin, documental que recorre musicalmente la ciudad entre 1979 y 1989, de la mano del productor Mark Reeder, quien nos deja entrever a unos jóvenes Nick Cave, Blixa Bargeld, Christiane F. y Gudrun Gut. Si pienso en Alemania de noche, de Romuald Karmakar, concluye este viaje sonoro con la música electrónica de un país que se deja ver radicalmente contemporáneo. 
A este selección se suman Fantasmas, de Christian Petzold, sobre la deriva de una joven huérfana que se enamora de una mujer mayor a ella, y cuya verdadera identidad solo es ¿reconocible? ante las pixeladas cámaras de vigilancia de un centro comercial o la fallida memoria de quien cree ser su madre; Victoria, de Sebastian Schipper, rodada en un solo plano secuencia que dura 140 minutos y que se concentra en seguir a su protagonista, como si la diseccionara emocionalmente; y Júlia ist, de Elena Martin, sobre una estudiante Erasmus que se choca contra la realidad inadvertida de un Berlín frío. 
Berlin calling Quito no pone obligadamente a dialogar a dos ciudades disímiles. Solo presenta un conjunto de notables películas que revelan diferencias culturales, sin instrumentalizar un discurso estético o político para crear falsos puentes
Es una excusa para ver dos espejos difusos. Es, como dice su curador, “un encuentro, un choque, una danza entre dos ciudades protagonistas, organismos vivos en la historia del cine. Noches en Kreuzberg y la Mariscal, cuentos de fiestas de Quito y Berlin, sinfonías de las ciudades, cruces y repercusiones inesperadas entre mundos supuestamente opuestos”.
Esta muestra es posible gracias al apoyo de la Embajada de Alemania, el Goethe Institut, la Asociación Humboldt, VAIVEM y la Cinemateca Nacional.
Enlace a la muestra http://www.ochoymedio.net/berlin-calling-quito-la-ciudad-es-una-piel-que-tiembla/

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