Por Eduardo Varas
¿Ecuador busca hacer un cine de géneros? Una aproximación al tema.
Quizás la frase que más se repite cuando hablo con asiduos espectadores de películas realizadas en Ecuador es: “este es el trabajo que el director quiso hacer”. Y en ese sentido se cierra cualquier posibilidad de análisis y revisión… cuando en el fondo esa frase debería ser el punto de inicio para preguntarse lo que narramos y qué escogemos para contar una historia.
Aclaro: uso el plural como un reconocimiento de lo ecuatoriano en esa afirmación. En fin, lo primero que hago cuando veo una película es tratar de definir qué tipo de filme estoy viendo… solo como un ejercicio de curiosidad, y de enfrentamiento a los universos particulares que se gestan en el país, y cómo los elementos que se suman en la pantalla le dan forma definitiva a la obra que estoy viendo. No es que no me interese la mirada del director, sino la selección que hace para crear sus visiones: si prefiere la comedia, el thriller, el drama, la acción, la ciencia ficción, etc. El resultado casi nunca es puro, lo cual sería una ventaja para una cinematografía como la nuestra, porque en un país sin industria las recetas narrativas están de más. (Hay días en los que pienso que el cine documental hecho en Ecuador tiene el camino más libre para mezclar la ficción y destruir géneros, para crear obras interesantes, como por ejemplo Más allá del Mall, de Miguel Alvear).
El director es la figura que importa. De ahí parte nuestro cine y sus intenciones narrativas. ¿Por qué? Porque hacer cine en Ecuador es casi un acto de prestidigitación, un riesgo y sacrificio tan grandes que debe tener motivaciones muy fuertes de fondo (y ahí entra ese individuo llamado ‘director’). “El Ecuador no debería hacer películas de géneros en particular. Debería fomentar películas de autor, porque es el único tipo de cine que vale la pena. El que se atreve a indagar, donde hay verdaderas preguntas”, dice Ana Cristina Franco, directora y actriz. El concepto no es nada nuevo. “Cahiers du Cinéma” removió la idea del autor gracias a un texto de Francois Truffaut, en el que le devolvía la responsabilidad de la obra a su creador. Muchas críticas, reflexiones y versiones sobre esto han terminado por desgastar páginas y conversaciones. Ecuador, en el campo del cine (de su realización, ni hablar de las discusiones sobre el oficio) quizás deba transitar caminos que otros sitios ya han dejado atrás, y tiene que hacerlo con suma rapidez. Por eso, preguntarnos si la figura del autor sigue siendo necesaria y saber “por qué” podría ser un ejercicio interesante. “Hay adrenalina y cosas verdaderas en el país. Y por eso es bueno que el cine sea nuevo y que no haya industria. Deberíamos conservar eso”, opina Franco.
Patricio Burbano, también director, cierra las distancias (especialmente si entendemos que el sentido que se le da a los géneros cinematográficos se centra en la consolidación del cine y la aparición de una industria, como respuesta repugnante al ‘arte’). Él define las búsquedas personales como las marcas reales y la posibilidad de construir híbridos que incluso acaben con los límites, germinando algo duradero y nuevo: “Los directores que me interesan son los que rompen la rigidez de los géneros (…) Creo que se puede dejar una marca, una impronta, trabajando desde ellos. El cine del primer Roman Polanski, por ejemplo, maneja el terror y el thriller psicológico como nadie”. Y hablando de géneros, para Burbano algo de lo mejor que se ha hecho en el cine ecuatoriano tiene mucho de thriller: Ratas, ratones, rateros, de Sebastián Cordero.
Quizás ya estamos en ese momento de pensar en otros elementos para contar historias en el cine, pues si bien hasta hace 10 años hacer una película era el logro de lo imposible, hoy hay cierta periodicidad. “No me parece extraño ni poco válido que las películas hablen o intenten hablar de lo ecuatoriano. Es, creo yo, algo sumamente natural. El cine nacional previo al nacimiento del CNCine era esporádico, ahora hay algo más de constancia. Esto solo quiere decir que durante años, la identidad ecuatoriana no estaba siendo representada en el cine”, comenta Renata Duque, directora, con experiencia en los equipos de realización de varios filmes ya estrenados y por estrenarse. Pero hacer cine exige cierta reflexión personal. Renata es categórica al exponerlo: “Trabajar con géneros es trabajar con reglas, y el cine ecuatoriano, aun en su adolescencia, se encuentra con proyectos que intentan rebelarse contra una narrativa tradicional (si lo logran o no es un tema aparte) y con realizadores que intentan decirse a ellos mismos y que tal vez sienten que el cine de género no les permitiría expresarse como autores”.
Los contactos son varios y en el camino tenemos filmes que juegan con el suspenso (Impulso, de Mateo Herrera, o el cortometraje La verdad sobre el caso del señor Valdemar, de Carlos Andrés Vera), con el humor (Prometeo Deportado, de Fernando Mieles aunque muchos podrían afirmar que las risas que aparecen en las proyecciones de películas hechas en el país tiene que ver con un acto reflejo propio del bebé que se mira en un espejo), con las heist movies (como sucede, de alguna manera, con A tus espaldas, de Tito Jara), con las road movies (con Qué tan lejos como ejemplo principal)… Y tal vez lo que está por venir es ya una evidencia directa de que los géneros también pueden ser una apuesta personal de cada realizador. Y justo cuando escribo esto pienso en Sicarios manabitas, con Fernando Cedeño a la cabeza, o el tráiler de una película de acción que deberá grabarse pronto (cuyo nombre me guardo por el momento) y sospecho que poco a poco las necesidades irán abarcando nuevas instancias de expresión. Así, la ecuación del cine ecuatoriano se convierte en algo más complejo e interesante.

Comments

comments

X