Por Juan Carlos Moya
Muy pocas personas entenderán por qué Salvador coloca una almohada en el piso (antes de arrodillarse) para recoger la píldora que se le ha caído de las manos.
De muchos momentos como este, momentos de vejez o de dolor (ambos son sinónimos), está hecha la película ‘Dolor y Gloria’, la última obra de Pedro Almodóvar que la apacible y querida sala de cine Ochoymedio proyecta en el barrio de La Floresta, dentro de una muy seductora retrospectiva del realizador.
Sospecho que para la juventud este filme es un tanto lejano, con una temática poco reconocible. Lo cual no obsta para que se conmuevan con la belleza que rebosa en su cuerpo narrativo y en la definición de sus personajes.
Es muy importante subrayar la coherencia intelectual y espiritual de Almodóvar. A diferencia de otros, no se obnubila por los productos de moda ni las tendencias, ni tampoco por echarse la etiqueta de jovato encima. Todo lo contrario, respeta sus años, asume sus canas y su obra es una voz que rezuma franqueza, clasicismo y valentía.
Estamos ante una época donde la vejez (todo sospechoso signo del pasado) no merece respeto. Todo lo contrario. Debe ser superada, trasgredida, separada, ridiculizada o desestimada simplemente.
Medios de comunicación y redes sociales ensalzan ‘lo joven’, ‘ser joven’: como si tal condición fuera un valor, un mérito por sí misma (Lea y relea con urgencia Bienvenido Bob, de Onetti).
El rechazo de la juventud a todo lo que tiene que ver con sus padres, con un padre, con un ancestro, con un vestigio de pasado, con la memoria o con las jerarquías que los años y los maestros imponen, banaliza el aprendizaje que nos ha dejado el tiempo y vacía la experiencia humana.
Hace falta ser muy fanfarrón o muy mozalbete para desestimar la impronta del pasado, de la historia, de los maestros.
‘Hoy joven… mañana carcamal’, es la ley. Para todos.
Por su parte, Pedro Almodóvar, el más trasgresor y provocador de su generación (tanto vital como artística) regresa para darnos una lección de infinita humildad. La humildad de un hombre viejo que mira con sabiduría la ridiculez de la existencia o de la gloria (lea y relea El hombre sin atributos, de Musil).
Cualquiera habría esperado de Pedro una historia extravagante, que le siga el juego a los tiempos (hiperconectados) que corren. Pero no. El español siempre ha mostrado un cine que responde a sus apetitos egoístas (no a los que la masa chilla), Almodóvar solo responde a sus deseos y obsesiones de dios-creador, y de sujeto terrenal. Contracorriente es un descreído de su tiempo/contexto/modas.
Por ello en los ochentas su cine fue una respuesta irónica a la farándula y al poder de los medios de comunicación-basura. En tanto que en los noventas expuso su generosidad y empatía rescatando las voces y vidas de los outsiders.
Con ‘Dolor y Gloria’, Almodóvar regresa al origen, hasta los días de su infancia. Sabio y reverente con el pasado, se inclina al dolor siendo ya un creador que ha bebido de las fuentes de la vejez y, desde luego, de la derrota.
Con dolor y estremecimiento Pedro explora ese primer contacto con la carne/sexo que llega a nuestras vidas y que posiblemente fue un crimen (lea y relea Belle de jour, de Joseph Kessel). Y lo filma/narra/cuenta con absoluta maestría de genio manchego. Es tan genio que filma en ‘Dolor y Gloria’ una de las más bellas elipsis logradas en la historia de la técnica cinematográfica: la fiebre del niño (Salvador), quien acostado en su cama boca abajo, luego de ser asaltado por la desnudez de un adulto/albañil, intenta descifrar la huella honda que lo ha tatuado…
Este es el infierno de la película.
Infierno que ninguna crítica tratará ni se atreverá a servirse pues es un plato indigesto/doloroso/criminal. Pero Pedro encara ese recuerdo/experiencia sexual de su personaje. Lo confronta. Es un hombre/escritor valiente y no se anda con cursilerías ni panfletos, ni activismos ni cacareos que destrozan lo que tanto le ha costado encumbrar en su vida de artista: un universo estético antes que político.
El cierre de este infierno no puede ser más bello y exento de discursos plañideros o de cuna moralista: el albañil/el cuerpo que hizo trisas la infancia de Salvador ha dibujado al niño sobre una funda de cemento. Esa obra, esa pintura con colores dulces y un trazo líquido de acuarela, va a parar por azar, muchos años después, a las manos de Salvador, ya hombre, ya acabado por la vida, pero sin ánimo de venganzas.
Con malestar y serenidad, escena a escena, Almodóvar contabiliza sin vergüenza como duelen los años cuando el cuerpo/alma apesta y sufre, cuando la boca es un pozo solo para pastillas y aprendemos el significado de la palabra posología. ‘Posología de la vida’, debería llamarse esta nota…
Almodrama/Almodóvar nos presenta a Salvador (¿su alter ego?), un director de cine que atraviesa la madurez de los años, decadente, que se pierde en el presente y no sabe si seguir vivo o drogarse.
Opta por las dos cosas. Nos cuenta además con minucia como le duele todo, desde la oreja hasta la punta del colon. Y, también, esos dolores del alma: pánico, depresión, ansiedad…
Las personas que tienen desgaste de cartílago (condromalacia rotuliana) suelen poner almohaditas en el piso para arrodillarse. Este detalle, que cualquier otro cineasta habría pasado por alto por la prisa o por la ignorancia, para Pedro es esencial y habla de esas bellas minucias que componen la radiografía de los dolientes, de los enfermos, de los que sabemos que la vejez es un sacrificio, un templo para curar el alma.
El doctor Mankell, personaje de mi novela ‘Caballos en la niebla’, apunta: «Una enfermedad dibuja la verdadera biografía de cualquier infeliz».
Si antes, en un principio de su carrera fílmica, el verbo para Almodóvar era el cuerpo del Eros y de las pasiones, ahora es un devastado territorio de la decadencia, un mapa de los infinitos dolores que nos hacen abrazar la idea de la muerte antes que una existencia humillante (Lea y relea El doctor está enfermo, de Anthony Burgess).
Desde luego si usted es joven y rebosante de vitaminas, poco puede comprender del exilio al que tienen que acogerse los hombres maduros y convalecientes (células fatigadas). O quizá se le haga aburrido el placer de sentarse en el patio de la casa a recordar y mirar en lontananza solo barcos hundidos, humo de guerras interiores (Lea y relea Tifón de Conrad).
Si usted es joven posiblemente está ocupado en hacer de su vida una feria de malabares y creerse un hermoso huevo, el origen de la creación… Buena suerte con ello, mi estimado muchacho/a…
Dolor y Gloria’ es un viaje místico al origen. Almodóvar empuja a Salvador a la infancia, a ese tiempo donde los niños somos acunados por sonidos, olores, mujeres, borracheras de los padres ausentes… La presencia de su madre, ancestro primordial, acompaña toda la vida del personaje. Si antes fue amor y protección, luego es una anciana que lo cuestiona, que lo flagela. Creo que fuiste un mal hijo, le dice. Y el hijo aguanta, por una sola razón: es su origen (chueco o no, es su origen).
Porque la madurez de los años también te lleva a descubrir (parece decirnos Almodóvar) que los padres reniegan del destino de sus hijos viejos. Y que los hijos viejos comprenden que solo fueron un accidente en la vida atribulada de sus padres.
Dolor y Gloria’ es una historia de las pérdidas, del tránsito de la vida que deviene en un silencio pavoroso dentro de un apartamento vacío de amor e insomne. La película indaga sobre ese Tánatos que nos acosa cuando el cuerpo acusa estar cansado de vivir. Pero lo que mata no es la enfermedad, sino los recuerdos. Salvador escribe para sacarse de la cabeza esas voces, esas remembranzas. Se aferra a su pasión por crear (signo de Eros) y burlar la inminencia del derrumbe final. En otro momento, recibe la visita de su ex amante (Federico) y descubre el significado de la serenidad y el desapego: prefiere que él sea feliz con su esposa e hijos, y evita el sexo con ese cuerpo que adoró. Renuncia y se renuncia, con el fin de preservar la amistad y un recuerdo grato del pasado.
De este modo la película nos refiere como un guiño de sabiduría el valor infinitamente más duradero y enriquecedor que tiene la compañía versus el sexo (en todo caso, un instante fugaz).
Filmada con un tempo sereno y una banda sonora que acuna y llora, narrada con planos clásicos y una iluminación que se decanta en las sombras, expuesta en primeros planos potentes donde la actuación de Banderas es la cara de la decadencia, aderezada con parlamentos que son apenas escuetas oraciones/aforismos/corolarios que resuenan como aprendizajes, ‘Dolor y Gloria’ no es la historia de la vida de Almodóvar (como él lo ha dicho ya en varias entrevistas). Y así es, tiene razón, esta historia nos pertenece a todos, los que vamos a morir…

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