Entró apresurado a mi oficina de Ochoymedio, en Quito, para comunicarme que el Ministerio de Cultura lo apoyaba con el pasaje para que participara en la 6ª Muestra de Cine Ecuatoriano, que se organiza cada año en Nueva York. Acababa de llegar a la capital para retirar su pasaje aéreo, a pocas horas del viaje, pero una vez en Quito, le comunicaron que tenía que abordar en Guayaquil, por lo que debía tomar nuevamente el bus de Transportes Ecuador de regreso a la Costa, y embarcarse desde el Aeropuerto José Joaquín de Olmedo, en vuelo de AA, con una escala de algunas horas en Miami.
Fernando Cedeño estaba nervioso. No habla ni una palabra en inglés y ha salido solo una vez del país en su vida, cuando asistió al Festival Internacional de Margarita, en Venezuela, para un encuentro binacional entre productores. Me pedía instrucciones precisas para no perderse al llegar a NY ni pelearse con la “migra” en Miami y para llenar bien los papeles en el avión. Además, quería que quedara bien claro que para los gringos, él es un realizador de películas. Llevaba varios DVD de sus trabajos en su maleta de mano.
Cedeño es el fiel representante del cine conocido en nuestro país como “bajo tierra”, denominación dada a los realizadores que hacen películas de bajo y bajísimo presupuesto, que no poseen una formación académica en el campo del cine, y cuyo principal canal de distribución es el mercado informal del DVD. El término es una traducción del inglés underground, que define un tipo de cine que no circula por los medios tradicionales y que casi siempre tiene posturas vanguardistas. Esta denominación ha sido cuestionada por varios sectores (incluidos quienes la acuñamos) porque está lejos de definir la inmensa difusión que tiene este tipo de películas, en el que todos los límites del quehacer cinematográfico se entrecruzan. También la cuestionaron algunos “bajo tierra”. Su argumento: si existen cineastas bajo tierra, quiere decir que hay realizadores “sobre el aire”. Sin embargo de esto, la denominación caló y se posicionó con mucha fuerza en el medio (a pesar de que algunos la interpretan en su literalidad y esto reduce cualquier análisis a una condición binaria y subalterna) y Cedeño se convirtió, en poco tiempo, en la figura más visible de este grupo.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el desarrollo del cine ecuatoriano, pero ningún texto ni crítica, han conseguido explicar cómo este cine subterráneo o bajo tierra —también hecho en Ecuador y consumido por miles— ha trastocado las buenas costumbres del medio cinematográfico nacional, por la forma en que se hace y por sus originales y propias maneras de distribución, producción y difusión. Se ha dicho que, de alguna manera, estamos “alucinados” con estas películas y que por esa razón, dejamos de lado cualquier intento de crítica de lo que hacen. Error. Creo que, más bien, estamos conociéndolas e intentando entenderlas. El libro Ecuador bajo tierra, editado por Miguel Alvear y Christian León, y producido por Ochoymedio en 2009, fue un primer paso en ese sentido. Además, las películas de este tipo han sido ampliamente difundidas en el contexto de los festivales que, bajo el mismo nombre, se realizan desde hace varios años, en diferentes ciudades de nuestro país. Sin embargo, hasta ahora, estos filmes nunca habían sido incluidos en una muestra de cine internacional.
Este año el grupo invitado y representado en la persona de Cedeño, fue a una Muestra de Cine Ecuatoriano en el Instituto Cervantes de la ciudad de Nueva York. Su película, El ángel de los sicarios, fue exhibida junto a los últimos estrenos locales: Mejor no hablar de ciertas cosas de Javier Andrade, Estrella 14 de Santiago Paladines, La bisabuela tiene Alzheimer de Iván Mora, Quién diablos es X Moscoso de Juan Rohn, y Más allá del mall de Miguel Alvear, entre otros. Por todo eso, la invitación a Fernando Cedeño era un hito.
El reconocimiento de la existencia de los realizadores “bajo tierra” ha demandado del Estado la creación de políticas para la inclusión de estos sectores en los fondos de apoyo que el Consejo Nacional de Cine organiza y distribuye desde hace algunos años. Primero se llamaron “Fondos para Cine Comunitario”, y después “Fondos para películas de bajo presupuesto”, pero más allá del cambio de nombre, la distribución de estos dineros nunca consideró a profundidad la especificidad del sector del cine de bajo presupuesto. A sus realizadores se les puso a concursar en supuesta igualdad de condiciones que, en la práctica, solo consiguió que este grupo quedara excluido de estos procesos. ¿Las razones? El concepto de “comunidad” está vinculado exclusivamente a lo étnico, folclórico y hasta geográfico. La denominación de “bajo presupuesto” supone que, de alguna manera, estas películas no tienen un valor comercial acorde con el mercado o con las expectativas del público. A estos factores se suma el requisito de cumplir con garantías económicas imposibles para un sector que vive de sus oficios diarios.
La entrega de los fondos de apoyo al cine respondió, por más de cinco años, exclusivamente, al fomento de la producción de realizadores profesionales, que prometían un buen desempeño a nivel de festivales. Cine de fórmula que funciona como una matriz que se reproduce en toda América Latina, con éxito asegurado; propuestas en blanco y negro empaquetadas de la misma forma y que contienen el swing de moda, perfecto para el consumo internacional con marcas de fábrica, y que van marcando un territorio demasiado comparable uno con otro y cuyo objetivo principal es llegar al mercado de Cannes, equivocado proceso pues deja de lado el reconocimiento del exacto momento en el que el cine ecuatoriano se encuentra y opaca sus necesidades reales. La cosecha de premios que obtuvieron finalmente varias producciones ecuatorianas, por mérito absoluto de sus realizadores, catapultó el modelo de gestión establecido en el Consejo Nacional de Cine, sin considerar otras realidades del cine nacional que quedaban al margen de una distribución justa de recursos. Al contrario, películas como las de Cedeño y otros realizadores afines, más bien eran cuestionados por el abordaje que proponían sobre temas cotidianos como la violencia, la mujer, el sexo, la pareja, la familia, etc.
Más allá del reconocimiento que implica esta invitación a un festival internacional, los “bajo tierra” conocen y han construido su propio público, que no pasa necesariamente por las salas de cine convencional ni es parte de los 14 millones de personas que fueron al cine de mall en un año. Son espectadores cuya película pirata está dentro de su canasta familiar de consumo, y se cuentan por miles.
Esto pudo constatarse con la asistencia de ecuatorianos residentes, migrantes, cinéfilos y académicos, entre otros, que llegaron a la muestra en NYC para ver la proyección en dupleta, primero de Más allá del mall de Miguel Alvear, y luego de El ángel de los sicarios y quienes por primera vez veían con interés un tipo de películas que ni siquiera sabían que existían. Por eso, más que calificar la película de Fernando de “buena o mala” o cuestionar los niveles de violencia, machismo, y más taras que “dizque” estos filmes promulgan (igual que muchas otras en el cine ecuatoriano), estos espectadores querían conocer los procesos de producción, de distribución y de circulación de las películas “bajo tierra”. En ese afán se enteraron, por ejemplo, de que ahora mismo, Fernando está empeñado en distribuir su película El ángel de los sicarios directamente en todo el territorio nacional. Se encuentra visitando cada distribuidor informal del país, grande o pequeño, que quiera entrar en la campaña que el mismo ha denominado como de la “Conciencia por el Derecho y respeto a la Propiedad Intelectual”. Cedeño sorprendió a todos por su férrea voluntad, por hablar en nombre de todo un sector del cine ecuatoriano que también es consciente de que necesita dejar de lado el discurso de la pobreza, y por la autenticidad de estas películas que muestran ese Ecuador bucólico en el cual, creadores como Cedeño, se movilizan todos los días. “Vivo en un pueblo que es diferente a todos. Chone tiene sus propias historias, su propia violencia, su propia pasión. Filmo lo que vivo”, lo dijo ante un auditorio lleno.
Con la invitación a los “bajo tierra” a la muestra de NYC, los límites de la selección de las películas participantes en una muestra oficial fueron traspasados y, por primera vez en un foro internacional, se puso de manifiesto una reflexión necesaria sobre nuestro cine. Todo nuestro cine. Un gran acierto de los organizadores agrupados en Ecua Collective, que incluyeron en la misma maleta de viaje una muestra con varias tendencias y propuestas, vengan de donde provengan. Todas las películas participantes fueron tratadas y criticadas por igual y Fernando también recibió lo suyo de parte del público y participantes. No se discutió solo sobre estilos (es innegable que a muchos les produce resquemor y molestia el hecho de haber “elevado” a Fernando Cedeño y a muchos como él, a la categoría de realizadores), sino sobre la lógica que siguen cada uno de estos sectores en cuanto a su producción y a su circulación. Se habló del cine que se hace en Chone, Durán, Otavalo, Guayaquil, Quito; cine que no cuenta con fondos del Estado, que no es difundido en grandes y modernas salas, sino mediante el enorme mercado informal del DVD.
El público escuchó reflexiones, en primera persona, sobre los límites de todos estos procesos del cine ecuatoriano, los límites de los festivales en los que participan, los límites de los mercados formales, los límites de los mercados informales, los límites de las películas que sí venden y de las que no, además de los límites de la institucionalidad pública que, en el sector del cine, todavía depende de la voluntad de quienes la dirigen…
La última vez que vi a Fernando Cedeño en NYC fue cuando se dirigía a Times Square con un amigo mexicano. “Voy con una cámara a filmar lo que vea comandante”, me dijo… “Usted solo espere noticias mías”. Días después vi en FB, una foto suya, tomada junto a los personajes de Batman y Hulk, en plena calle de Broadway. Pensé para mis adentros: “¿Será este el tipo de personajes el que Fernando quisiera poner en sus películas?”…. Pues no lo sé, me respondí. En realidad no me importa mucho: él sabrá lo que hace y cómo quiere hacerlo. Lo único que sé es que su participación en NYC le hizo tener mayor confianza y seguridad en todo lo que hace, y alertó a muchos de que en Ecuador hay más que un solo modo de hacer cine, aunque —literal y metafóricamente— los caminos para llegar a Roma (léase acceder a festivales y fondos) sean mucho más enredados para los productores de bajo presupuesto. Pero que llegan, llegan…aunque sea en Transportes Ecuador.
– Mariana Andrade
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