Por Alexandra Cuesta
La muerte por lo general nos deja con un sentimiento de pérdida, como si la persona se llevara consigo algo que ya nunca más será. Sin embargo, el fallecimiento del inigualable Jonas Mekas ha producido algo contrario a la finalidad, y es que dado el gran legado con el que se despide, su partida implica permanencia y duración.  Solo basta con leer los múltiples obituarios y artículos celebrando su vida para comprender su inefable contribución al cine.
Durante toda su vida, Mekas combatió ferozmente por un cine personal, un cine que experimenta con formas, un cine que evade la ecuación dólares igual creación, porque viene de una búsqueda intrínseca por entender y compartir la visión de la vida.
Jonas personifica la fuerza incansable y la convicción ideológica necesaria e infalible para la creación artística y cinematográfica que ocurre en oposición a los modelos establecidos. Para quienes compartimos esta línea de pensamiento, su andar en el cine es una herencia histórica profundamente transcendental.
Hacer cine, o dedicar la vida a cualquier arte, requiere de un contrato diario que incluye disipar  las dudas, internas y externas, y apostar por lo que se cree. Por eso, un referente como Jonas se vuelve símbolo, reconociéndose siempre un David dispuesto a enfrentar al Goliath que impera e impone la homogeneidad de la imagen. 
Conocido como el Padrino del Cine de Vanguardia, Mekas es una de las figuras esenciales en la construcción de este movimiento gracias a su compromiso consigo mismo. Actitud que fue una constante en su vida desde aquellos años en que, huyendo de la guerra, desde su natal Lituania, llego junto con su hermano Adolfos a Nueva York en 1949, donde en corto tiempo se convirtió en una presencia regular en la comunidad artística, documentando siempre con su cámara Bolex. Sus relaciones con Andy Warhol, John Lennon, Yoko Ono, y todos los cineastas experimentales, entre ellos Peter Kubelka, P. Adams Sitney, Jack Smith, etc. están inmortalizadas en sus películas ‘diario’, la obra de su vida en la que persistió hasta sus 96 años, y que más adelante las continuó con tecnología digital. Fue en ese entorno neoyorquino de los años cincuenta donde conoció y trabajó con Maya Deren, la pionera más importante de la historia del cine experimental, y es este encuentro el que marca el inicio de su gran labor de abogar por un cine que se produce al margen de la gran maquinaria de la industria cinematográfica convencional. Su lucha por hacer visibles a los cineastas y películas de vanguardia tomó muchas formas, entre ellas: Film Culture, una de las primeras publicaciones dedicadas a la crítica y a la difusión de películas no comerciales. Su colaboración en Village Voice, un espacio de consumo masivo desde donde, por ejemplo, hablaba sobre las películas de Hollywood, de Cassavetes y de Stan Brakhage, confiriéndoles el mismo peso, es decir, promoviendo la anti jerarquía de géneros cinematográficos, de duración y de contenido. Participó también en la creación de Film Makers Coop, una casa de distribución operada por artistas, y fue cofundaor de Anthology Film Archives, biblioteca, archivo y sala de exhibición que se convirtió en un icono del cine de vanguardia hasta el día de hoy. 
La primera vez que lo conocí —en persona— fue después de una charla que daba en Anthology Film Archives en el 2005, y a pesar de los nervios de conocer a mi héroe, quedó en mi memoria la imagen de un hombre lleno de luz, un poeta auténtico quien celebra la vida misma. Recuerdo que, de regreso a casa caminaba con mi amigo, el cineasta Robert Fenz, quien me había presentado a Jonas, y me contaba de una conversación que había tenido con Oona —hija de Jonas— quien relataba anécdotas de su padre, pero sobre todo tenía un recuerdo de su niñez, y es que cuando su padre le preparaba algo de comer, siempre lo hacía como el acontecimiento más especial del mundo, no importaba si era un plato de frutas, ella se fascinaba de su manera de cortarla, como cada pedazo tenía una forma diferente y era una pieza que decoraba el plato, y su comida no era solamente evento, sino que su padre lo convertía en un ritual.
Esas memorias ajenas me han acompañado siempre que veo sus películas o leo sus textos, aún después de tantos años, porque así entiendo su cine, su vida, como imágenes que veneran lo mundano, y que elevan a la banalidad del día a día hacia un acto espiritual. 

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