Por: Ana Cristina Franco
Uno: el agua y la madre
Un hombre flota en el agua. Su cuerpo sin gravedad se hunde. No hay espacio. No hay tiempo. Solo azul. Tristeza. Agua del color de sus pensamientos, de la melancolía, de lo que no se puede nombrar. El mismo sonido del agua nos lleva a otra imagen. No en vano la cámara pasa de la piscina al río, y del río a las mujeres, estableciendo en silencio una analogía poética en la que las figuras del agua y la mujer se entreveran. Varias mujeres lavan la ropa mientras un niño, Salvador, va de un lado a otro. Esta vez el agua no es hermética ni melancólica, sino que fluye y se contagia de la risa de las mujeres que lavan, crían, le cantan a la vida mientras trabajan. Es una fiesta. Salvador juega con los “peces jaboneros” mientras ellas tienden las sábanas blancas al sol. Si bien antes Almodóvar ya había filmado escenas inspiradas en las lavanderas manchegas de su infancia, esta resulta sublime. Las sábanas meciéndose por el viento, el canto de Rosalía, la luz del sol, la sonrisadel niño. La escena es un poema al trabajo invisible de las mujeres.
“Yo tengo recuerdos luminosos como el de las lavanderas, del que también me ha hablado mi hermano Agustín. Él se acordaba de los grumos del jabón en el agua. Era un jabón ecológico, aunque no lo supiéramos, y ese jabón atraía a los peces. Eran los peces jaboneros. Y recuerdo el río Ruecas y un lugar que se llamaba el Fontanar, donde había tablas de lavar y en cada fila cabían 10 mujeres. Y aquello era una fiesta, y chismeaban y cantaban mientras se deslomaban trabajando.” Dice Almodóvar en una entrevista.
La primera relación que Pedro Almodóvar tuvo con el cine fue orinando. En verano solían poner una pantalla al aire libre, y allí, mientras veía por primera vez las películas que más tarde le marcarían, hacía pisjunto a los otros niños y niñas. Entonces su primer acercamiento al cine está siempre asociado al sonido del agua cayendo. El agua, siempre el agua. Según Jung el agua es el símbolo materno por excelencia. “La vida comenzó en el agua, en el líquido amniótico recapturamos la historia de la vida” dijo Michel Odent. Imagino que ese hombre que se hunde en la piscina también es Pedro Almodóvar flotando en el útero materno. Es más, creo que esa sola imagen podría ser resumir su cinematrografía: un hombre que anhela, siempre, volver a la madre.
 
Dos: Quien conoce la risa, también conoce el dolor  
No sé bien por qué quiero llorar. No sé si es por el color rojo o por la infancia. O porque pienso en mi madre, o porque me pienso como madre. No sé si es por el cine o por el olvido. Por la adicción o por Chavela Vargas. O tal vez sea porque estoy sola en una sala de cine considerablemente grande. Por un momento fantaseo con ser parte de la cadena infinita de representaciones en el universo almodovariano. Después de todo, una mujer llorando en el cine en una butaca, es, sin duda, una escena bastante almodovariana. Pienso en el misterio de la representación. Lo cierto es que mis ojos están a punto de reventar en lágrimas. No llego a derramarlas, pero durante todo el filme, el corazón me late en la garganta.
Después de ver “Gloria y Dolor” le cuento toda la película a mi madre con los ojos llenos de lágrimas. A ratos la voz me tiembla y temo echarme a llorar al frente de ella, imagínense, a estas alturas. Ella, sin haber visto una imagen, también contiene el llanto. Entonces recuerdo que la primera vez que vi una película de Almodóvar fue con ella. Tenía 13 años. Mi mamá me dijo que haríamos algo especial. Esta vez no iríamos al parque de diversiones ni a la matiné, saldríamos por la noche no tanto como madre e hija, sino como dos amigas. La película que veríamos, me dijo, era de un director español que no era convencional, trabajaba con actrices que no eran las típicas muñecas de Hollywood y en algunos países lo habían censurado.Todo sonaba emocionante y nuevo. Quizá nunca podré describir lo que sentí esa noche. Cuando empezó “Todo sobre mi madre” se presentó ante mi un mundo totalmente nuevo, delirante. La sensación fue parecida a la de ver el mar por primera vez. Recuerdo particularmente el monólogo de Agrados en el que decía la ahora casi trillada frase “Uno es más auténtico cuando más se parece a lo que ha soñado de sí mismo”.  Nunca había visto en pantalla nada parecido, esos colores, esa música, esas mujeres tan frágiles y a la vez tan fuertes, que se desgarraban por dentro. Amaban, deseaban, la vida les hacía añicos, pero había algo que les salvaba, quizá la belleza…
Después de esa noche las películas de Pedro Almodóvar me acompañaron a lo largo de la vida. Mi adolescencia y primera juventud fueron de la mano con el descubrimiento del punk, y por supuesto, no se puede hablar de punk sin mencionar la Movida Madrileña. Me tomé algunas bielas viendo en Youtubea Almodóvar y McNamara trasvestidos cantando joyas como “Quiero ser mamá” o “Gran Ganga”.  Era un ídolo. Y lo fue más cuando leí algo sobre su vida. Sabemos la historia: creció en una familia mñas bien pobre, en Cáceres, a los 17 años se fue a Madrid a trabajar en Telfónicapara ahorrar para su primera película “Pepi Luci Bom y otras chicas del montón” que se convirtió en una obra de culto en la cultura underpor su humor negro y disparatado, las escenas sexuales que buscaban escandilizar a los burgueses, como el concurso de penes o la “lluvia dorada”. Yo amaba este primer Almodóvar malcriado, visceral y punk, que también hizo “Laberinto de pasiones” y  “Entre tinieblas”.  Pero más que su irreverencia, lo que me gustaba era sus personajes femeninos. Había algo en ellos algo que pocas veces se había visto en el cine: eran libres.
Aunque dicen  que Almodóvar se inspiró en películas de Douglas Sirck, su melodrama es muy particular, se caracterizaba también por las obras de teatro o zainetes que hacían los mismos personajes abriendo otra rama de la ficción. Porque otro rasgo que define su cinematografía es el uso metalenguaje; en sus películas hay siempre otras películas o formas de registro. Es como si no le bastara una sola cinta para contar todas las historias que hay en su cabeza, además, en estas pequeñas piezas aprovecha para explorar con otros géneros y formatos, pues estas meta-obras nunca usan los mismos dispositivos que la película, y, sin embargo, resultan casi siempre metáforas del conflicto principal; a través de este recurso Almodóvar se cuestiona sobre los límites de la ficción.
Quizá sea a partir de “Todo sobre mi madre” que  hay un quiebre en su cinematografía. El Almodóvar visceral se torna algo más trágico. Sus guiones se vuelven más rigurosos, sus películas más sofisticadas. Pero quizá lo que más define esta nueva etapa sea el abandonar un poco la comedia disparatada para adentrarse en el terreno del drama. No sorprende que un maestro de la comedia maneje con precisión las herramientas de la tragedia, pues quien conoce la risa, también conoce el dolor.
Las meta-obras del nuevo Almodóvar ya no son tan “guarras”; sin perder su sello, reemplaza escenas escatológicas y sangrientas como las de los comerciales “Bragas Ponte” (ropa interior que servía para contener la orina) por otras, quizá menos divertidas pero quizá  más metafóricas, como el fragmento de “Café Muller” de Bausch, en la primera escena de “Hable con ella” o ese cortometraje llamado “El amante menguante”, que a  manera de cine mudo, narra la historia de un hombre minúsculo que transita el cuerpo de su mujer. Para el hombre pequeño, ese cuerpo femenino adquiere otro significado, parecería una montaña extrañísima y gigante. Finalmente el hombrecillo se pierde literalmente en la vagina de su amada, volviendo a la gran metáfora en el universo almodovariano que retrata ese deseo de volver a la matriz.
Tres: Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo…
Después de “Julieta” Almodóvar pensó que ya no haría cine. Y claro, en medio de esta crisis surgió una imagen: se vio a sí mismo sumergido en una piscina. Así nació “Dolor y Gloria” su última película que podría resumirse como un retrato de la depresión. Está de más decir que se narra a sí mismo. La infancia y el presente se mezclan en la vida de Salvador Mallo (Antonio Banderas) un cineasta que viaja por el mundo y sufre de achaques varios.
Salvador no encuentra muchas razones para seguir filmando, y en medio de esa crisis creativa, prueba heroína por primera vez, con Alberto Crespo (Asier Etxeandia) un amigo actor que prometía mucho en el pasado, pero se quedó enganchado al “caballo”. Parece que los roles han cambiado: mientras Salvador se empieza a enogolosinar con la droga a esas alturas de la vida,  Alberto vuelve a las tablas con una obra escrita por el propio Salvador llamada “Adicción”, que narra un amor pasado. Como en la literatura de Manuel Puig o José Sbarra, el cine de Almodóvar, y en este caso, su meta obra, parece narrar el amor con gran intensidad. La adicción, en este caso, no es solo a la heroína, sino a ese amor sangrante, salvaje, cuya ley solo puede ser el deseo.
Una secuencia bella en animación hecha por Juan Gatti representa las dolencias del cuerpo, no hablamos de grandes enfermedades sino de las que aquejan a casi todos los mortales a partir de la mediana edad: dolores de espalda, tos, jaquecas. A través de estas maravillosas animaciones nos adentramos literalmente en el cuerpo de Salvador entendiéndolo en su fragilidad y recordando que al fin y al cabo el ser humano es un animal y está condenado a morir. Resulta imposible no cuestionarse sobre la existencia de Dios. Pero la respuesta quizá no sea tan concreta, sino como dice Salvador: “Cuando tengo un solo dolor creo en Dios, cuando tengo varios, soy ateo”.
Aunque Almodóvar se muestra esquivo cuando le preguntan si Salvador Mallo es su alterego, es obvio que se trata de su película más autoreferencial. Y no solo porque el vestuario de Banderas lo sacaron del propio armario de Almodóvar, sino porque “Dolor y Gloria” es una película que cuestiona los límites de la ficción al extremar el uso del metalenguaje, mostrando a un director de cine cuya crisis termina siendo narrada en la película misma. Recuerda inevitablemente a  La noche americana, de François Truffaut, a Recuerdos de Woody Allen y sobre todo, a 8½, de  Federico Fellini, por la infancia, el pueblo, lo onírico, el misterio de las mujeres y su relación con la muerte, y sobre todo, la manera de auto retratarse y develar la ficción. Pero según Almodóvar no es el referente más cercano, sino “Arrebato”, de Iván Zulueta.  “ Y no es por las referencias a la heroína, sino porque en las dos películas está muy presente la vampirización que produce el cine, que te traga, te devora y te lleva a un lugar donde todo lo demás desaparece.” Ha dicho él mismo en una entrevista. Sin embargo, “Dolor y Gloria”  es algo más que una película sobre un director de cine en crisis que se autoretrata. Hay cierta impronta de despedida. Como dice Mariana Andrade, la película tiene un aire a obra póstuma. Es como si Almodóvar se mirara a sí mismo como un fantasma que recorre su vida. Salvador se encuentra en medio del hastío, de la resignación, la vida se ha convertido en una profunda piscina melancólica, siente haber perdido la batalla. Esta sensación se subrraya en la escena en la que se reencuentra con Federico, su amante de la juventud. Mientras Banderas nos hace llorar mientras lo mira con los ojos llenos de lágrimas (“un verdadero actor nunca llora, pero siempre está a punto”) Federico demuestra que para él ese amor no ha significado más que una experiencia de juventud. Como muchos personajes almodovarianos, Salvador está enfermo de nostalgia, porque quizá su añoranza no se deba a nada en concreto, sino a una sensación irrecuperable por la infancia, por la madre… Sin embargo, como dice el Tango “Y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusion, guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazon.”. Como sucede en toda obra del director manchego, un llamado de fuego invita a Salvador a recuperar el tiempo perdido. Y claro, encuentra que su única salvación posible está en el Arte.
 
Cuatro: Almodóvar y los griegos…
(Sobre la risa las mujeres y la muerte) 
El cine de Almodóvarestá influenciado por su pueblo en el que las mujeres hacían todo en una situación de posguerra. Entre estas mujeres, su mayor inspiración es su madre.Aquí la vemos en su juventud y en su vejez. La primera, interpretada porPenélope Cruz, es guerrera, saca adelante a su familia y es capaz de convertir una cueva en un hogar,  quizá por eso su hijo pequeño no percibe el dolor ni la pobreza, sino la belleza; se conforma con ver un pedazo de cielo a través de la ventana. Lee sin parar, sueña con el cine y se pregunta si las actrices de cine surcirán los calcetines de sus hijos. La segunda madre, interpretada por Julieta Serrano, es una anciana que le indica a su hijo cómo ha de ponerle la mortaja, también le cuenta un sueño en el que ella hablaba con una tía muerta. Salvador le escucha ensoñado, y ella se da cuenta de que él ya la está pensando como personaje, entonces le advierte que no se le vaya a ocurrir poner esa escena en una película, ni a ella ni a sus vecinas les gusta la “autoficción”, dice. ¿Tú qué sabes de autoficción, mamá?. Te lo he escuchado en una entrevista, contesta ella. El corazón se estruja, entendemos que en efecto ha sido ella la que, desde una inocencia bellísima, le ha inspirado con sus historias de fantasmas, ha sido ella la que en silencio, casi invisible, ha permitido que él sea quién es. Entendemos que no solo Serrano representa su propia madre, sino todos esos personajes de ancianas con algo de humor negro retratados en sus anteriores filmes, como en “Volver”. Entendemos que quizá sus películas no han sido sino formas de volver a su madre.
“ Woody Allen, como Bergman, habla de sus mujeres  que con el han estado, que el ha amado, las ha sacado y ha compartido la pantalla con ellas. Yo hablo de la mujer desde fuera pero mujeres que adoro, que forman parte de mi vida pero no como pareja” Las mujeres que retrata Pedro son las que han pasado desapercibidas,  mujeres cuya tarea no ha sido otra que la de surcir, planchar, lavar, es decir, mantener la vida para que otros puedan crear, forjar, inventar. Cada una de sus películas es de cierta forma un homenaje a ellas, y por ende, otra forma de homenaje a su madre.  “La generación de mi madre ha sido de mujeres muy fuertes que, al salvar a sus hijos, salvaron a todo el país tras la Guerra Civil.” Ha dicho Almodóvar. 
A Almodóvar siempre le ha impresionado como se vivía la muerte en su pueblo, “parecía que los muertos no mueren porque les están recordando todo el tiempo sin que sea un hecho trágico.” Ha dicho alguna vez. Y queda claro al escuchar a la madre de Salvador hablar de sus converaciones con la tía muerta. Recordemos que la imagen de la mujer también está muy asociada a la figura de la muerte. En la mayoría de las representaciones populares la muerte es mujer, “la madre-tierra que da frutos también recibe los huesos de sus muertos”, decía De Beauvoir, en la mitología griega la Muerte estaba representada en Las Moiras o Parcas, tres mujeres que cortaban los hilos de la vida humana. Recordemos a ese personaje de “Julieta” interpretado por una Rossy de Palma madura, que con su sola presencia paracía presagiar la desgracia, es una suerte de Moira contemporánea; o las mujeres que interpretan la obra de Pina Bausch al principio de “Hable con ella”, su ceguera parece simbolizar la condición humana. Todas ellas invitan a reflexionar sobre la fina relación entre destino y naturaleza femenina.Ellas muestran la otra cara de la femenidad donde la maternidad no solo es un nido cálido y seguro, sino también el símbolo de la Naturaleza más cruda,  de lo inevitable, la condena a repetirse como especie, es decir, el Destino. Pero al mismo tiempo, la mujer también está asociada a la risa, a lo carnal, a ese espíritu dionisíaco y carnavalesco.
Entonces la mujeres almodovarianas parecerían encarnar la naturaleza misma de la tragedia y la comedia, estas dos formas griegas de representación tan presentes en su obra en elementos como el teatro, el espectador como personaje (que podría ser otra forma de corogriego), ese espíritu trágico que se amalgama con el satírco. Porque indudablemente estas dos energías opuestas oscilan en su obra: lo masculino y lo femenino, lo visceral y lo etéreo, la comedia y tragedia, Apolo y Dioniso. Es como si de las profundidades del dolor surgiera la risa, y al revés, en las profundidades de la risa se escondiera el dolor. Por eso no es casual que después de que Salvador comprende lo difícil que puede ser calatalogar  su obra como “tragedia” o “comedia”, en la siguiente escena se descubran los hilos de la ficción. Finalmente la tragedia y la comedia son dos mecanismos de representación, es decir, construcciones dramáticas hechas para entender mejor la vida. Descubir los engranajes que revelan a la vida como artificio no hacen más que destruir toda fe, pero curiosamente, al mismo tiempo, son esos mismos engranajes los que hacen soportable la existencia “El arte salva. Y por el arte, la vida reconquista” escribió Nietzche cuando se preguntaba por el origen de la Tragedia. Muchas veces la obra de Almodóvar es una oda a la representación misma, porque está claro que una de sus obsesiones es la catarsis, esa posibilidad de purificar el alma a través de la identificación con el arte, recordemos ese sinnúmero de personajes que a punto de llorar, presencian otra ficción dentro de la ficción. Y lo que estremece en “Dolor y Gloria” es que esta vez ese espectador parece ser el mismo Almodóvar observando/filmando su vida.Por eso, quizá uno de sus mayores hallazgos haya sido construir un escenario que en este caso no es otro que el de su infancia, su primer deseo, sus mismas películas; después de todo Alomodóvar, como los griegos, sabe mejor que nadie, que solo sobre un escenario es posible entender y soportar la vida.

 


Pedro Almodóvar Caballero, nació el 25 de septiembre de 1949 en Calzada de Calatrava, España. Desde el bachillerato le interesó el cine, cuando intentó matricularse en la Escuela de cine de Madrid a los 18 años, esta se encontraba recientemente cerrada, entonces consiguió todo tipo de oficios que le permitieran sobrevivir y mientras tanto mantuvo una estrecha relación con el teatro, escribió algunas novelas y finalmente logró dirigir su primera película Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón (1980) con solo 500.000 pesetas reunidas entre sus amigos, pero logra un interminable reconocimiento a partir de su película  ¿Que he hecho yo para merecer esto? (1984). En su filmografía figuran más de 25 películas con crédito de director, escritor, editor e incluso actor. En su cine, Almodóvar, logra mezclar lo tradicional y lo transgresor, el humor y la tragedia enfrenta los opuestos, logra contrastes únicos en los colores, logra una firma inconfundible en sus obras. 

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