Por Santiago García
– ¿Ella es el amor de tu vida?
– Sí
– ¿Y por qué no estás con ella?
– No lo sé.
Vi The Master hace unos días. No fue la primera vez. He perdido la cuenta de las veces que la he visto, pero, invariablemente, siempre regreso a ella. Tal como la primera vez, siento que The Master es una obra que nunca se deja asir. Es una película que se escabulle hasta el último fotograma. Cuando parece dejarse alcanzar, se difumina fuera de los límites de su encuadre y tiempo. 
La película nos presenta a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un veterano de guerra trastornado con problemas sociales debido a su naturaleza irracional y primaria. Su deambular le cruza con el carismático Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman), la cabeza de un floreciente culto religioso conocido como “La Causa”. Quell y Dodd, son dos espíritus opuestos, aunque afines y el segundo idea varios métodos “terapéuticos” para someter la irracionalidad que habita en el primero. La relación de los dos hombres circula la cinta.
En The Master no existen motivaciones claras y sus intenciones se envuelven en la penumbra de las escenas.
El halo indefinido que domina la narración se funde con un tono frío y restringido; su lenguaje visual recuerda a Kubrick. Sin embargo, la película dibuja con decidido humanismo el retrato de Freddie. Es un personaje que no cambia, no crece y se mantiene, de cierta manera, estático. De forma continua vuelve a su estado original y mentalmente fragmentado.
De su desgarro psíquico no vemos las razones, solo los efectos. La mente de Freddie ha provocado estragos en su escuálida figura. Camina encorvado, con la cabeza mirando al piso; tiene una mirada que discurre entre la altivez y la insolencia. Cuando habla entre dientes, casi se siente el alcohol en su aliento, bebida que él mismo destila de las más improbables fuentes. ¿De dónde viene?, ¿qué le ocurrió en el camino?, ¿qué disloca su mente? Las preguntas se suceden,  pero no terminan de responderse en su totalidad. Paul Thomas Anderson, el director y guionista de la obra, empuja al espectador a llenar esos espacios no presentados. Las respuestas nunca serán definitivas. 
La ambigüedad que rodea a Freddie Quell no le despoja de su hipnótica atracción, sólo la amplifica. 
Los miembros de la secta le llaman a Dodd Maestro; esto responde a su necesidad de ser guiados, y a la de Lancaster de ser el guía. P.T. Anderson no pretende representar a  “La Causa” como un oscuro y tenebroso culto, sino como un espacio entrañable, donde sus miembros tienen la intención de sanar. Por otra parte, el artificio de las creencias impartidas por Dodd no termina de calar en Freddie. Mientras, Lancaster Dodd se obsesiona en “componerlo”. Utiliza diversos métodos, creaciones suyas que permitirían descubrir la fuente de las falencias personales, originadas billones de años atrás, y corregirlas. Freddie, sin tener ambición de redimirse, conoce a un “redentor”. Dodd necesita esta redención como validación personal. Si Lancaster tiene éxito en su afán de controlar y corregir a Freddie, no lo diré. Si hay algo definitivo en The Master, es la ambigüedad.
Existe algo intensamente elusivo en nuestra humanidad, y la película revolotea alrededor de ello. Abrazar nuestra propia ambigüedad, en una actualidad cinematográfica en el que a+b=c y otras fórmulas predeterminadas son la mayor oferta para la audiencia, resulta revolucionario. Es necesario reconocernos en la complejidad y contradicción de personajes como Freddie. Pienso que The Master es una de esas películas esenciales y a pesar de que su significado final es nebuloso, uno no puede evitar seguir acompañando a sus personajes. Perderse.

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