Por: Ana Cristina Franco
Una mezcla de de terror y naturalismo social es Teddy, el segundo largometraje de los hermanos gemelos franceses Ludovic y Zoran Boukherma (1992). Estos directores tan jóvenes, que estudiaron cine en La Cité du Cinéma y L’École de la Cité, ambas fundadas por Luc Besson, realizaron su primer largometraje, Willy the 1st, cuando sólo tenían 23 años. La película fue presentada por ACID en el Festival de Cine de Cannes de 2016,
donde fue bien recibida por la crítica. En su segunda película los hermanos se centran en la temática de la licantropía. No es la primera vez que lo hacen, los gemelos empezaron a interesarse por este tema en su cortometraje La Naissance du Monstre (2017), protagonizado también por Christine Gauthie, actriz que interpreta a Rebecca en Teddy
Teddy cuenta la historia de un adolescente rebelde (interpretado por Anthony Bajon ) que vive en el campo, en Francia. El personaje no resulta empático, todo lo contrario, hay algo que choca en él, quizá una grosería innata o una rebeldía no del todo justificada.  Teddy vive con un tío desadaptado soltero con tendencias alcohólicas y una tía discapacitada. No en vano los guionistas decidieron que el protagonista sea masajista, lo pusieron a tocar cuerpos, no con gracia como lo haría un masajista común, sino más bien con apatía, con hastío, mostrando así una relación atropellada con los cuerpos o un encuentro torpe con la carnalidad. La jefa de Teddy es una cincuentona sensual, que alguna vez intenta obscenamente abusar de él (pero más tarde termina siendo abusada). Quizá el único escape del chico sea su novia Rebecca, con quien comparte un tiempo más íntimo y tierno (con ella es quizá los únicos momentos en los que le vemos sonreír).  De todas formas la película nos muestra un entorno raro. Con personajes raros. En un pueblo raro.  Hay algo torpe, bizarro y desproporcionado, en todos los personajes. En Rebecca y Teddy esto podría tener que ver con los mismos efectos de la adolescencia, cuerpos alargados, en tránsito, que no acaban de pertenecer, los brackets de Rebecca, el acné en su rostro, la cara redonda de Teddy contrapuesta a su inevitable crueldad. Pero ellos no son los únicos raros; todos los que los rodean parecen inadaptados; la jefa, los tíos, los policías. Esto se intensifica cuando una criatura desconocida, quizá un lobo, empieza a arremeter contra los animales del pueblo hasta que tiempo después el propio Teddy es víctima de ella y empieza a sufrir una extraña transformación.  Los hermanos Boukherma nos muestran un pequeño pueblo raro en el que la marginalidad se confunde con el horror.
Teddy, que ha sido distribuida por The Joker Films (misma distribuidora de Parasite) es un retrato de la ruralidad, no desde una perspectiva naturalista, sino más bien metafórica: muestra cómo un pequeño pueblo puede ser una cárcel, la sensación de marginalidad de sus habitantes, la ansiedad por pertenecer. Quizá esto tenga que ver con la infancia de los realizadores,  que crecieron en un pequeño pueblo de Lot-et-Garonne, en Francia. Cuando eran adolescentes confesaron haber querido huir de este lugar para, de alguna manera  “liberarse” de sus orígenes. 
“Cuando creces siendo excluido en los márgenes de la sociedad, puede surgir un sentimiento de ira y manifestarse de muchas formas diferentes. La radicalización es uno de estos, por ejemplo. Convertirse en hombre lobo es otra «. Dijo alguna vez  Zoran Boukherma, uno de los realizadores del filme.
Teddy, extraña mezcla de las diversas influencias de sus guionistas y directores, Truffaut, Spielberg, Dumont, pero también cine gore y video juegos, tiene su punto de giro cuando su protagonista es mordido por alguien o algo, se presume la misma criatura que ha estado matando a los animales. Entonces se empieza a transformar inevitablemente. Su cuerpo se convierte en una masa de impulsos que desconoce. Es que esta película 
también podría leerse como un coming of age con tintes de horror, cuya principal metáfora es la de crecer, pasar de una etapa a otra, y, sobre todo, cambiar de piel, la sorpresa y el horror de mutar, la paradoja de seguir siendo el mismo a pesar de adquirir otro cuerpo. Basta mencionar la escena en la que Teddy está practicándole un cunnilingus a su novia. La situación oscila entre el placer y el miedo, hasta que sucede lo predecible: ella se queja de dolor a causa de unas mordidas de él. A Teddy se le empieza a descontrolar la situación ( ¿Qué es la antropofagia sino la metáfora de la posesión? ¿ Qué sino querer poseer al otro al punto de hacerlo, literalmente propio?) . Asustado de su propio accionar, Teddy va al baño y se mira al espejo: descubre que su lengua ha sufrido una transformación, le han empezado a salir pelos. Asqueado, agarra una afeitadora y se empieza a rasurar. Así de punzante, así de gore, así de incómoda resulta casi toda la película, al punto de estremecer las vísceras, como cuando Teddy arranca un pelo animal de su globo ocular. Todo adquiere más sentido cuando al otro día el adolescente visita al doctor buscando una respuesta biológica a la transformación de su interior. Pero el horror radica en que ahora todo parece normal. Tal como la pesadilla del hipocondríaco, el cuerpo no parece corresponder a los vuelos de la mente. Esta división hace que el individuo (Teddy en este caso) se sienta fragmentado, dividido, por un lado él no solo ve sino que vive una profunda transformación pero a los ojos de los demás no pasa nada. Hasta un punto, porque quizá sería pero que pase, que los otros también vean el monstruo que le atormenta al otro lado del espejo. Y pasa. El pueblo se vuelca contra él. Contra su “rareza” que no es sino el espejo de la de todos. 
Finalmente,  Teddy lucha contra ese cuerpo que se rebela ante una sociedad que odia, intenta vencer esa naturaleza que le desborda y que no entiende ( y que quizá sea la materialización de su inconsciente); pero paradójicamente sucumbe hacia eso que más detesta. Termina diciéndole a su novia que va a convertirse en jefe, que conseguirá trabajo,  que se casarán y tendrán hijos, es decir, que se forzará dolorosamente a la “normalidad” de la que tanto huyó. Se volverá normal para ser amado. Pero ya no hay vuelta atrás. La primera ruptura del corazón ante un frío “ya no te amo” nos revela que el mismo “monstruo” capaz de hincar sus garras en la piel ajena también se arrodilla para llorar ante una mujer. Pero a raíz de esa herida de amor, el monstruo se potencia y, herido, arremete contra lo que ama. 
Teddy es un retrato de esa Francia marginada, que tanto cuesta ver, y también de la dolorosa aceptación de uno mismo, de cómo duele crecer, cambiar, y sobre todo, encajar en una sociedad que es de por sí excluyente. 

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