Por Marcela Ribadeneira
¿Por qué uno juega una partida que sabe que va a perder? Vivir es tratar de vencer a la muerte cada día, a cada paso; desde que se nace. Aprendemos a temer a la muerte, a no nombrarla. Es el peor desenlace imaginable y, sin embargo, es el único posible. En El séptimo sello, Ingmar Bergman construye una serie de reflexiones acerca de cómo la existencia está tensada por la dialéctica entre vida y muerte, hombre y dios, esperanza y angustia, miedo y sosiego. Ambientada en una Europa medieval derruida por la peste, y por el miedo a esa peste, no es una de sus películas más fáciles —está plagada de alegorías, de referencias pictóricas y de referencias al folclore medieval— aunque sí contiene las problemáticas, de manera menos literal y menos explícita, que desarrolla en otras de sus obras: las dudas existenciales, las dificultades de las relaciones, la religión como torniquete del pensamiento… Una de las imágenes insignia del cine de Bergman es la de la partida de ajedrez que juega el caballero cruzado, protagonista del filme, con la Muerte. Los planos limpios, muy curados, encorsetan estos encuentros, cuya teatralidad, que puede parecer algo naíf, condensa aquello que todos experimentamos frente a la inevitabilidad de la muerte: miedo y resignación. Y la voluntad, necia, de querer prevalecer.
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