Por Christian León
La muerte de Jean Luc Godard marca el cierre de un ciclo. Es el desenlace de la aventura del cine moderno, de la utopía de la experimentación cinematográfica de una generación, del ímpetu de la eterna juventud, de la conciliación entre estética y política. Con Godard se cierra una forma de vivir el cine -desde la pasión, la jovialidad, la trasgresión- que no volverá a repetirse. No solo porque el cine del enfant terrible del cine francés es único, sino porque el mundo del cual surgió ha desaparecido para siempre. Con Godard se va el sueño de una generación, la imaginación cinematográfica de una época. Nos deja un excéntrico camino que seguirá guiando a nuevas generaciones en la búsqueda de otros rumbos para el arte audiovisual.
Jean Luc Godard acompañó mi carrera como crítico, académico y cinéfilo. Uno de los primeros artículos que escribí, allá por el lejano año 1999, fue sobre Sin aliento (1989), su deslumbrante debut en el largometraje, película que marcó un antes y después para el movimiento de la Nouvelle vague. Más tarde, cuando dirigí el Cine Club de la CCE, recuerdo acalorados debates sobre Pierrot, el loco (1965), y Masculino-Femenino (1966), dos de sus filmes sobre la crisis del individuo y la mirada trágica del amor. Su pensamiento sobre la imagen fueron infaltables en mis clases de cine y visualidad, en referencia a sus magníficos ensayos como Carta a Jane (1972), Historia(s) del cine (1997), Nuestra música (2004), Un filme socialista (2010). Por último, hace unos años, a propósito de su estreno de su última película, El libro de imágenes (2018), en el Ochoymedio, escribí una nota sobre la juventud del cine de Godard.
Desde sus primeras experiencias como crítico en La Gasette du Cinéma y luego en Cahiers du Cinéma, Godard rechazó la reducida concepción del cine basado en el naturalismo dramático. Como realizador, planteó una búsqueda de los cimientos mismos del lenguaje audiovisual y una fuerte crítica a los puntos de vista excesivamente psicológicos o históricos que primaban en el cine de los cincuenta. Esta preocupación fue el móvil fundamental que guía sus primeros pasos en el campo de la realización, siempre acompañada de sus obsesiones personales y políticas. En tal virtud, es uno de los realizadores que mejor calza dentro del cine de autor defendido por la revista Cahiers du Cinéma. Su necesidad de convertir al cine en un discurso reflexivo y conceptual, presente en su obra ensayística de los últimos 30 años, lo transforma en la encarnación del Camérastylo reclamando por Alexandre Astruc y de la voz acusmática analizada por Karl Sierek.
En su filme autobiográfico JLG (1994) se encuentra una de las claves para entender su particular concepción del arte cinematográfico. En una escena de la cinta, Godard sostiene: “En el mundo de la regla y la excepción, el arte es la excepción”. Bajo esta concepción, el director de El desprecio (1963) y La La Chinoise (1967) parece decirnos que hacer películas es romper reglas, que filmar es llevar el cine hasta sus extremos. He aquí uno de los mayores legados del director.
Quiza por esta razón Godard, es el realizador de la Nueva Ola francesa, que más ha influenciado el lenguaje audiovisual contemporáneo, basado en el fragmento, la cita, el intertexto, el pastiche. La aceleración del movimiento, los planos fragmentarios, los cortes bruscos y las imágenes flash que a diario ostenta el discurso publicitario y el video-clip adeudan mucho al maestro francés. Cineastas como, Taheshi Kitano, Martin Scorsese, Steven Soderbergh, Jim Jarmusch, Quentin Tarantino son herederos del lenguaje metacinematográfico patentado por Godard. Realizadores como Wong Kar-Wai, Vincent Gallo, Apichatpong Weerasethakul, Wes Anderson han reconocido estar influenciados por el espítitu lúdico y experimental de Godard.
Sin aliento
En 1959, sobre una idea de François Truffaut y con Claude Chabrol como consejero técnico, realiza su primer largometraje About de souffle, conocido en España como Al final de la escapada y en Latinoamérica como Sin aliento. El filme es un estudio crítico del thriller americano, contiene todos los elementos necesarios del género: suspenso, acción, persecución y, por su puesto, amor y tradición.
Sin embargo, la firma de Godard está presente de inicio a fin de la película impregnando cada escena con su personal estilo. Los prolongados planos-secuencia llenos de diálogos íntimos y personales, bellamente interpretados por Jean Paul Belmondo y Jean Seberg, son un ejemplo. La lúdica de la pareja es filmada en fluidas tomas que encuadran alternativamente rostros, alocuciones y caricias. Raoul Coutard, director de fotografía, se las ingenió, con mucho pulso, para evitar los cortes; utilizó una silla de ruedas, para dar fluidez y versatilidad al travelling. A Coutard se deben secuencias memorables donde la cámara va y viene mientras los personajes pasean por los Campos Eliseos, bulevares e incluso oficinas e interiores de edificios parisinos.
Este inusual thriller, cuenta una historia poco original, desdeñada por muchos críticos e historiadores. Sin embargo, el argumento se explica en la fascinación personal que sintió Godard por las películas norteamericanas de serie B –otra moda de la cual el director es precursor-. La historia narra la última aventura de Michel Poiccard, un prófugo de la justicia que llega a París, luego de matar a un policía. Busca a su amiga Patricia Franchini, una joven neoyorquina que toma cursos en La Sorbona y aspira a ser escritora. Michel se refugia en el departamento de ella, busca su amor, mientras se involucra en negocios turbios. La policía interroga a Patricia sobre el paradero de Michel, quien escapa audazmente de la ley. Mientras tanto, Patricia intenta ingresar en el mundo intelectual. Patricia ve complicarse su vida, presiente su futuro trunco y para convencerse a sí misma que no quiere a Michel, lo denuncia a la Policía. Finalmente, Poiccard es abatido a balazos en plena calle.
De esta forma muere uno de los delincuentes más simpáticos del film noir. Poiccard, ágil y desenfadado, es uno de esos individuos que solo creen en sí mismos. Lejos de una construcción psicologica, Poiccard está caracterizado por la relación que tienen con los objetos (el cigarro, el sombrero, los periódicos) y esquemáticos gestos, como la costumbre de frotarse los labios con el pulgar. Jean-Paul Belmondo encarna con precisión la figura pop que siempre buscó Godard, no es casual que Poiccard se mida frente a un cartel de una película de Humpherey Bogart.
Suele decirse que los mayores inventos nacen del accidente, los hallazgos de Godard son un ejemplo aleccionador sobre cómo las circunstancias adversas pueden transformarse en recursos. Anarquista, como él solo, se negó a utilizar un guión técnico preestablecido cuando filmó Sin Aliento. Al terminar el rodaje, la película era demasiado larga. En lugar de editarla, suprimiendo escenas enteras, cortó fragmentos de secuencias e incluso de planos. De esta forma, apareció un estilo hecho de transiciones bruscas y entrecortadas, el estilo Godard. Michel, conduce un voluminoso choque americano, una serie de obreros reparan la carretera. Corte. La parte delantera del coche. Corte. Michel de espaldas, por el parabrisas se ve un par de policías a lo lejos. Corte. El coche visto desde la carretera. Corte. Toma desde el interior del coche. Los planos duran tres o cuatro segundos, dan una sensación de estroboscopia y desequilibrio.
Estas imágenes disparadas con vertiginosidad y de manera fragmentarias, dan lugar a una especie de plano flash. La película entrecortada generó aquello que hoy se conoce como jump cut o corte sobre el mismo plano. Patricia viaja en un descapotable conducido por Michel. La cámara la encuadra de espaldas. El viento la acaricia. Corte. La misma toma minutos después. Corte. Patricia se pinta los labios. Corte.
Ahora que Godard ha muerto y su filmografía se ha cerrado, volver a ver Sin aliento, resulta revelador. En esta opera prima -trangresora y juvenil- parece estar ya en semilla toda su extensa y variada filmografía. Una obra alumbrada por una particular forma de vivir el cine al margen de las convenciones y la industria. Un arte, jovial y lúdico, que está más alla de las reglas establecidas. He aquí una razón más para seguir a Godard.
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