Por Paulina Simon
Empezar por el inicio. Francia es campeón en el Mundial de Fútbol. Las calles se inundan de algarabía. La tricolor se viste en el rostro, en el pecho, en los campos Elíseos, en el aire se respira victoria. Todos son Francia: blancos, negros, árabes. Cuando se trata del triunfo en los pies de 23 personajes heroicos, todos son Francia. Los futbolistas son franceses de ascendencia argelina, congoleña, haitiana, camerunesa, senegalesa. Mbappé es el ídolo de las multitudes, elegido como el Mejor Jugador Joven de la Copa del Mundo. Es francés de ascendencia camerunesa y argelina. Los niños de los suburbios de París se unen al festejo. Los niños negros, musulmanes, vitorean su nombre. El mundo mira a Francia en su triunfo y olvida por unos minutos el ascenso de los partidos de extrema derecha, el racismo endémico, las políticas islamófobas.
Los niños habitantes del suburbio de Montfermeil también se olvidan por un instante de todo, es verano, están libres en las calles, tienen a Mbappé. Se olvidan momentáneamente de los adultos que los agreden y no los escuchan, de los bullies y de los policías que los monitorean y recorren su barrio como dueños y señores de las calles.
Empezar más atrás, en el ojo del huracán de la Francia, patria de revoluciones, revueltas, protestas, levantamientos, la quema de París en varios tiempos, en varios siglos y en diferentes modos. Francia la revoltosa, la que se levanta ante la injusticia, pero que vive atada por tradición a una cultura de odio. Lo expresó categóricamente Víctor Hugo en el siglo XIX en su novela épica Los miserables, lo mostró Mathieu Kassovitz en 1995 en su película El odio y lo expresa hoy el cineasta Ladj Ly, también francés, negro de ascendencia malí, que parafrasea Los miserables, como si la miseria, la injusticia, el abuso de poder y el racismo, fuera un yugo o una venda; un legado inexorable. 
Los miserables, primera película de ficción de Ladj Ly, se estrenó en Cannes en 2019 y recibió el Premio de la Crítica y fue la película nominada al Óscar a Mejor Película Extranjera. Ly divide el universo de Montfermeil, un barrio habitado en su mayoría por negros musulmanes, en dos. La mirada desde el aire a través de un dron operado por Buzz, un niño tímido que se mantiene en la terraza y que desde el punto de vista privilegiado de su cámara planea sobre el barrio, espía a las niñas por la ventana mientras se cambian, observa cuando llega la policía, intuye cuando habrá problemas. Y la mirada rastrera de una patrulla de la Brigada Anti Crimen, que conduce por el vecindario, barriendo una a una las calles en busca de sospechosos, armando operativos de control que, a modo de juego, les mantienen en una situación de poder frente a los vecinos. 
Buzz juega desde el aire; Chris, Gwada y su nuevo colega, Ruiz, también juegan a ser poderosos desde su patrulla sin sirena, desde sus trajes de civiles amigables, desde la pretendida confianza que tienen con algunos de los habitantes.
El policía blanco, patán, bully. El policía negro, cómplice, pero afable, porque un día estuvo en esas mismas canchas llenas de escombros, fue uno de esos niños, a los que ahora acosa; y el nuevo, que aparenta conservar todavía algo de sus escrúpulos. 
Y en este universo dividido en dos también están los adultos, por un lado y los niños, por otro. Los adultos tratando de convocar a los pequeños a la mezquita, los que los compran con golosinas, los que los chantajean y presionan. Los niños, tratando de serlo. Los que juegan, los que se bañan en una piscina inflable, los traviesos, los que se roban una gallina o un león, pero jugando a ser niños. Algo que no pasaba con los niños de Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles (2002) que en su vida en la favela jugaban a matar, le disparaban al balón con un arma. Niños son niños, juegan a eso que les hemos enseñado, juegan a eso que han visto que hacen los adultos. Los niños, la semilla del futuro. Los niños, las pequeñas personas invisibles a los ojos de la bondad, pero útiles para formar ejércitos. 
Cuando los niños de Montfermeil se cansen de ser humillados por unos y utilizados por otros, no habrá más niños. Su furia se hará sentir y será imparable. El niño que crece con ira, el niño que mira el futuro con ira. El niño criado por los miserables, que lo convertirán en un miserable. Ladj Ly sabe, porque lo ha visto también. Ha convertido esas miserias en esta película, que clama por la mirada del mundo. Mirar en la desgracia, mirar en la injusticia y en el abuso de poder. Pero mirar sobre todo a los niños. ¿Qué es lo que hemos sembrado en los niños? ¿Qué es lo que pensamos cosechar?

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