Por Tito Molina
Quizá porque es su testamento filmográfico, o porque muchos de sus miedos rondan esta película, o simplemente por el placer de ver desnudos y en la cama a esos dos viejos monstruos de la actuación que son Erland Josephson y Liv Ullmann. Por esas y por cien razones más Saraband (2003) es un filme enorme, y sin duda, una de mis películas favoritas. Ahí está el Bergman viejo e incestuoso, el Bergman niño que atisba, el Bergman obsesionado con la muerte, el Bergman enamorado de Bach y Bruckner, el Bergman poeta y mago, el Bergman metafísico y cáustico, el Bergman irónico, dulce, mordaz, imperecedero y octogenario. Bergman nos ofrece en Saraband más que una película; se ofrece a sí mismo íntegro y vulnerable, como un maestro que se inmola en los estertores de un arte que no se hace más.

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