Es peligroso usar las palabras a la ligera. Tanto, como poner cosas distintas dentro de un mismo saco. El artículo de la Revista Vanguardia (edición del 3 al 9 de junio), titulado “La resistencia de los cines independientes”, peca de impreciso al colocar el cartel de “independientes” a dos salas estatales, dependientes del estado ecuatoriano, y a otra, que depende solo de sus iniciativas y recursos. La Casa de la Cultura Ecuatoriana y FLACSO Cine no pueden ser llamadas salas independientes, por la sencilla razón de que operan con dinero del Estado y sus personeros son funcionarios públicos. La programación, la adquisición de equipos, el personal, los presupuestos de estas dos entidades dependen del Estado y de las relaciones y políticas de programación y operación que el mismo establece. Son salas públicas que no requieren garantizar aforos completos o reinventarse cada día para atraer público porque no necesitan esos ingresos para subsistir.  Es más, en los últimos años, se ha impuesto la gratuidad en estos espacios como un mecanismo para atraer más público, política errada y demagógica pues la formación de un público fiel está muy distante del pago del valor de una entrada.
Más allá de si la programación de estas salas se orienta a difundir el cine que se produce fuera de los circuitos comerciales (debate que no viene al caso), lo que es errado es el enfoque del reportaje: si una entidad depende del Estado no puede ser calificada como independiente.
Si extendemos el concepto de independencia a la propuesta de programación en este país, tampoco hay más de una sala –el OCHOYMEDIO- que la ofrezca realmente. Las carteleras de los cines comerciales dependen de las películas que les proveen los grandes distribuidores, tanto como de su venta de snacks y, claro, de la asistencia de público.  Muchas de las películas “independientes” del cine ecuatoriano dependen también de las subvenciones del Estado.
En el Ecuador hay 250 salas de cine comercial. En contraste, hay solo cinco dedicadas al cine “independiente”, así con comillas, tal como lo escribe Vanguardia. La revista habla de “espacios de cine no comercial de Quito que subsisten con presupuestos reducidos, gracias a los convenios y el trabajo heroico de sus administradores”, pero incluye en esta descripción a salas que dependen del Estado y eso es lo equivocado.
En OCHOYMEDIO el boleto que paga cada espectador suma, como suman los esfuerzos que hacemos todos los días, para atraer más público y darle una oferta de cine de calidad. Cada boleto suma porque no trabajamos con presupuestos del Estado y nuestros sueldos dependen del resultado de nuestro ingenio y capacidad de reinventarnos cada día. Si bien tenemos contratos de servicios para el estado ecuatoriano,  basados en el derecho que nos asiste al trabajo remunerado y al concurso público, no dependemos de él, sino de nuestra propia voluntad de mantenerlo. Es por esto, que desde OCHOYMEDIO se apuntó hacia la diversificación de la oferta, respecto a los servicios, como mecanismo de sostenibilidad financiera. Para mí, eso es lo que más se acerca al concepto de independencia.
Creo que en este país ya es hora de empezar a valorar el verdadero significado de las palabras y los conceptos.  Nos haremos un gran bien cuando empecemos a llamar a las cosas por su nombre.  En el caso del cine, eso ayudará también a que las políticas públicas establezcan las diferencias necesarias.
Mariana Andrade
DIRECTORA OCHOYMEDIO

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