Por Juan Fernando Andrade* / @pescadoandrade
Lo que realmente le interesaba a Rossellini, lo que él pretendía -con esfuerzo y sacrificio- extraer de esto que llamamos experiencia de vida, era la capacidad de entender. 
Así: ser capaz de entender.
Poder entender, para ser más claros.
Tener el poder, para ser más precisos.  
Esto lo dijo poco antes de cumplir los 71 años, misma edad a la que murió; y se lo dijo, claro, al YouTuber  más cool de la época (asumo que harto conocido por quienes coinciden en este festival), el español Joaquín Soler Serrano, en el ya escrito en piedra programa A fondo. “La mía era una preocupación de orden moral. Entender las cosas, esa era mi preocupación. La posición de un hombre debe ser de juicio. Y, sobre todo, un gran esfuerzo por entender. Ese es el gran esfuerzo. En cambio, normalmente, se hace de todo por no entender. Porque resulta mucho más fácil manipular a los hombres con las emociones en vez de con la razón. Eso es algo que pude constatar en mi vida. Y es algo que es atávico y proviene de la historia. Es casi ancestral. Y creo que hay que liberarse de eso.”
Otra cosa que dijo esa noche, lo que ahora vendría a ser “poco antes de morir”, entre tabacos y con absoluta seriedad, fue que lo único de lo que le hubiese gustado asegurarse es de haber sido una persona útil.  
Pausa. 
Hagamos los números o, mejor, contemos. 
1 = Entender
2 = Ser útil
Si, como se dice con sospechosa certeza, 1 más 2 son 3, yo no dudaría en seguir la lógica propuesta por esta ecuación. Es decir: 
1(Entender) + 2 (Ser útil) = 3 (Hacer cine)
Lo más emocionante de una retrospectiva o una muestra, como prefieran, es el ambiente que genera: el de la ciudad tomada por un artista, por un cineasta, por un tipo que se ponía terno para salir de su casa y hacer películas. Un autor que también tuvo que filmar para comer (“películas alimentarias”, les decía), y filmó como mejor pudo entender la historia de varias ciudades tomadas; ciudades tomadas por la guerra, tomadas por el amor, tomadas por los personajes y las líneas y los encuadres de Rossellinni, como Quito debería sentirse hoy. 
Es verdad que la muestra (o retrospectiva) debería ser más larga, que uno debería tener más películas de Rossellinni al alcance del bolsillo para pasar más tiempo dentro de ellas y, obvio, más tiempo con él. Y deberíamos tener, también, algo más de morbo: mal que mal, hablamos de un cineasta italiano, no es gente que se guarde muchas cosas. Por ejemplo: un documental muy gráfico de los años que pasó casado con Ingrid Bergman, la mamá de Isabella Rossellini. Con gente tan interesante y tan bella involucrada en este asunto, ¿por qué no incluir un documental (medio-cine/arte-medio-farándula-nacional) que no sea una película del director sino sobre el director? Nada como un buen chisme sobre un neorrealista italiano, dice nadie nunca. 
Así las cosas, recibimos tres películas que de todas las maneras son suficientes para poner a prueba el teorema de Rossellini. ¿Entendió algo? ¿Sirvió para algo?
Venimos de una época dura, estamos aún entre el shock y el trauma y lo que sea que venga después. Muchos dicen que la pandemia fue el equivalente a la Segunda Guerra Mundial para quienes no la vivimos, el evento bisagra, el verdadero quiebre del siglo; y algo sabe Rossellini sobre la guerra y cosas que se derrumban y seguir viviendo cuando pensábamos que ya no habría más vida para vivir. 
Y las preguntas son las mismas: ¿Lo entendió? ¿Fue útil?
Y las dos preguntas se responden de una misma forma: el cine. 
Imagínense estas tres películas sobre la mesa, las latas cayendo de la mesa al piso y sonando (porque puedo) como los Stone Roses en I Am the Resurrection, los rollos desarrollándose de sí mismos pero enrollándose entre ellos. 
Pues bien, hay que agarrar estas películas y medirlas con la vida, poner una cosa al lado de las otras o capaz espalda con espalda; tomar medidas, hacer cálculos, y decidir si en lo que filmó Rossellini hay o no hay verdad. Porque si la hay, si al final o al medio o al principio de su carrera hay verdad, si este hombre pudo entender algo y luego contarlo de tal forma que nosotros lo entendamos también, para buscarlo o evitarlo, da lo mismo, y lo hizo con películas, o sea, creando donde antes no había nada o donde hubo algo que ya nadie recuerda, no cabe la menor duda de que estamos hablando de una persona que fue, sobre todas las cosas, útil a la humanidad.   
Pienso en un amigo que tiene mi edad y una hija de seis años. Algo que me ha dicho varias veces es esto: mi hija tiene que saber leer y tiene que saber nadar. Aquí hay verdad. Por si no la habían visto o no la conocían, así es y así se ve la verdad: leer y nadar. Rossellini me ha hecho pensar en esto. 
*Editor adjunto de la revista Mundo Diners.

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