Por Christian León
El 14 de diciembre del año pasado sucedió un hito en la industria del audiovisual. Ese día se estrenó la película Roma de Alfonso Cuarón en 130 países a través de Netflix. Roma revela los acelerados cambios que la industria audiovisual está sufriendo en los campos de la creación, la producción, la distribución y el consumo cinematográfico por efecto de la cultura transmedia. Pero no solo eso. Roma es el síntoma de las nuevas formas de ver, discutir y asignar valor a las películas y a los directores.
En la era netflix la definición misma de lo que hasta aquí denominábamos “cine”, “película”, “autor”, “espectador” están en proceso de transformación. Es mi intensión revisar la obra de Cuarón así como los debates surgidos sobre su última película al calor de estas discusiones. Mi tesis central es que cuando un producto audiovisual entra en el campo de gravedad de Netflix, las leyes con las que lo vemos, discutimos y juzgamos se alteran totalmente. 
Para empezar digamos varias cosas. 
Roma es el primer gran clásico global de la época postcinematográfica. Su diseño de producción, su estética, así como su estrategia de distribución y exhibición están concebidos al margen del modelo tradicional de la industria del cine.
Uno
Las poquísimas salas de cine en las que se estrenó fueron una estrategia para que la película pudiera participar en festivales y aspirar a premios como los Oscar. Me llama la atención una serie de paradojas que están presentes en el filme. Es una obra independiente y de mucho riesgo que tiene la popularidad de un blockbuster. Las acaloradas discusiones que la cinta ha suscitado a favor y en contra en el mundo entero pueden explicarse como efecto de la era netflix. Existen muchas películas independientes, rodadas en blanco y negro de gran valor artístico; sin embargo, son conocidas y valoradas por un pequeño círculo de expertos, cinéfilos y críticos. Roma es un fenómeno inédito, es la masificación transmediática y global del cine independiente. 
En una reciente entrevista, a propósito del triunfo de la película en la entrega de los Globos de Oro, un periodista cuestionaba al director mexicano sobre su decisión de distribuir la película con el más grande emporio mundial del streaming. Con agudeza, Cuarón le devolvía el cuestionamiento: “¿En cuántos cines crees que una cinta mexicana en blanco y negro, en español y mixteco —un drama sin estrellas— se habría estrenado? ¿Qué tan grande crees que sería como un estreno convencional?”. 
Por su puesto, Roma es un fenómeno totalmente anómalo para las leyes newtonianas del cine, su universo cuántico solo puede explicarse con bajo el régimen de relatividad general abierto por el consumo bajo demanda y multipatalla. Aunque las estadísticas de visionamiento son uno de los secretos más guardados de Netflix, es fácil de imaginar que el filme debe tener un alto nivel de audiencia entre sus 100 millones de abonados. Bienvenidos a la era del postcine.
Dos
Mi primera referencia de Alfonso Cuarón fue a través del cable. Un promocional de Cinemax ofertaba la película Y tu mamá también (2001) como la nueva revelación del cine mexicano, con un Gael García Bernal veinteañero. Recuerdo haber programado el despertador a la madrugada, alistado el VHS para la grabación, y haber disfrutado mucho de aquel hermoso filme de un director totalmente desconocido para mí en aquel momento. He vuelto a ver por varias ocasiones el filme de los dos jóvenes charolastras —lanzados a la aventura sexual con una española a punto de morir— y confieso que ha pasado la prueba del tiempo y aún me entusiasma su frescura y juventud. 
Después de ese primer buen encuentro, mis relaciones con Cuarón no han sido del todo buenas. Por casualidad pesqué en un videoclub Grandes esperanzas (1998), adaptación de la obra homónima de Charles Dickens, protagonizada por  Gwyneth Paltrow y Ethan Hawke. Recuerdo claramente la elaborada fotografía otoñal de Emmanuel Lubezki —responsable del concepto gráfico de la gran mayoría de filmes de Cuarón— y una historia de personajes lánguidos y poco delineados. Más tarde asistí con gran interés al estreno de Los niños del hombre (2006), una distopía futurista que discurre sobre la infertilidad humana, la inmigración ilegal y la guerra protagonizada por Julianne Moore y Clive Owen. Me pareció una película grandilocuente que artificialmente trataba de forzar una parábola sobre los males del mundo contemporáneo. A pesar de esa decepción, vi Gravity (2013) —en primera fila y en pantalla IMAX— con mucho placer. Protagonizada por Sandra Bullock y George Clooney, la cinta es una virtuosa obra de ciencia ficción, con ribetes de thriller psicológico y acción, que trabaja sobre la angustia ante la muerte, la capacidad humana y la gravedad terrestre. No en vano ganó siete premios Oscar,  incluido el galardón a Mejor Dirección.
Para escribir esta nota, me vi de un tirón Solo con tu pareja (1991) y La princesita (1995). La primera es una comedia de enredos  —bastante ligera y regular— sobre un mujeriego a quien una enfermera traicionada decide darle una lección, haciéndole creer que tiene SIDA. La segunda realmente fue una grata sorpresa. Basada en la novela homónima de Frances Hodgson Burnett, es un cuento de hadas redondo y sensible sobre la separación y rencuentro de un padre y su hija durante la Primera Guerra Mundial. Según el director este filme es el favorito de su propia filmografía; gracias a la película J. K. Rowling contrató al mexicano para dirigir Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), filme que no he visto, ni veré.
En resumen, el director mexicano tiene a su haber ocho largometrajes, la mayoría adaptaciones literarias, bastante heterogéneos —en cuanto a temas, estilos y géneros— e irregulares —en cuanto a calidades y aciertos—. Entre sus producciones existen películas independientes y muy personales, como Y tu mamá también y Roma; coproducciones de alto presupuesto con pretensiones artísticas, como Los hijos del hombre y Gravity, y filmes comerciales hechos bajo encargo, como La princesita, Grandes esperanzas y  Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Parecería que el director fluctúa sin problemas entre un tipo de cine nacional de factura mexicana con arraigos locales hacia otro cine más global,  de factura internacional y alto presupuesto. En su filmografía encontramos una gama de posturas que van desde obras abiertamente machistas —Solo con tu pareja— hacía obras protofeministas —Roma—. En fin, si algo se puede afirmar de Cuarón es su eclecticismo y versatilidad; en otras palabras, la ausencia de lo que los críticos tradicionales denominamos como una perspectiva autoral. 
Me pregunto si la actual celebración de la obra del director tiene que ver con la era netflix. Quizá la idea de autor es una estrategia de lectura anticuada en la era del intertexto y la televisión bajo demanda. 
Tres
Vi Roma en mi laptop un martes a la noche antes de fin de año. Mi primera impresión fue un cierto escepticismo. Educado como estoy en una cinefilia clásica, me parecía una película que retomaba gestos del cine moderno, guiños al neorrealismo italiano a los nuevos cines de la Europa del Este. Su estética rigurosa, en blanco y negro y de carácter social, me llevaba a pensar en directores latinoamericanos como Rocha, Favio, incluso filmes iniciales de Trapero o Ripstein.  Comparado con esos referentes, la última obra de Cuarón me resultada tibia y tardía en su planteamiento estético. 
Me puse a revisar reseñas, comentarios, reportajes y críticas que se habían escrito sobre el filme. Volví a ver la película un sábado a la tarde en mi nuevo LG de 60 pulgadas. En este segundo encuentro la película me gustó más. Confieso que no me parece la obra maestra que muchos críticos dicen que es. Me parece una obra rigurosa, personal, redonda a medio camino entre el cine independiente y el melodrama de masas. Confieso que muchas de las críticas ideológicas disparadas contra el filme me parecen injustas. Cuarón filma con honestidad desde una posición blanca, de clase media y masculina de la que se hace cargo dentro de la industria del entretenimiento. Cosa que es bastante. 
Basada en los recuerdos personales de infancia del director, Roma cuenta la historia de la relación solidaria de dos mujeres —una patrona traicionada y separada de su esposo y su sirvienta indígena embrazada y abandonada por su novio— que viven en la colonia Roma en el México de los años sesenta, en medio de la cultura patriarcal y la violencia de Estado del régimen de Luis Echeverría Álvarez. A través de largos planos secuencia, travellings laterales y encuadres barrocos de elaborada composición —en un blanco y negro y altísima resolución— filmados por el propio Cuarón, se narra una historia que combina intimidad y relato histórico, dolor y esperanza, pasado y contemporaneidad. 
Roma es una compleja amalgama de rigor estético y realismo social. Por un lado, despliega un virtuosismo formal a través de largos y complejos planos en una coreografía deslumbrante entre la cámara, los actores y los escenarios. Por el otro, en clave neorrealista, registra el performance entre actores profesionales y no profesionales —entre ellos Yalitza Aparicio, nominada a mejor actriz en los próximos premios Oscar— en el contexto de una reconstrucción documental de la ciudad y la época. Es una extraña y bella mezcla entre formalismo y naturalismo, coreografía e improvisación, abstracción y cotidianidad.
Pienso nuevamente en la película. 
Una obra de riesgo, filmada en blanco y negro, sin música, que pone en discusión las jerarquías de clase, raza y género, así como la solidaridad entre dos mujeres de mundos diametralmente opuestos.
Me gusta un poco más. Pienso en la obra de Cuarón, con sus altos y bajos. Me resulta asombroso cómo un director en la cima de la industria y los grandes presupuestos pueda filmar una obra tan personal. Pienso que Netflix tiene mucho que ver en el asunto. Me veo a mí mismo cuestionado por una película que pone en duda mis formas de leer y valorar. Quizá la película no es comparable con el gran cine de autor, y estamos en presencia de un fenómeno nuevo, el primer clásico de la era netflix.

 


Alfonso Cuarón, mexicano, nacido en 1961. Estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM  —por donde también pasaron Jorge Fons, Fernando Eimbcke y Emmanuel Lubezki— y ha desarrollado una carrera tanto en inglés y español que lo ha convertido en uno de los cineastas de México más reconocidos, junto a Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu. En su filmografía se encuentran obras personales de presupuestos más pequeños —como Y tu mamá también (2001) y la propia Roma (2018)—, así como producciones grandes de fantasía y ciencia ficción —como Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004) y Children of men (2006)—. En 2014, ganó un Oscar como mejor director por su filme Gravity, que además se llevó otras seis estatuillas.   Foto:  Speed Art Museum

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