Por Diego Braude
La hipótesis de la pintura robada, cinta francesa –ya clásica– del chileno Raúl Ruiz, cuenta una historia detrás de otra, en donde lo que se ve es solo la apariencia.
Raúl Ruiz, chileno, ha hecho casi toda su vida fílmica en Europa. La hipótesis de la pintura robada es de 1979, y, probablemente, de haber sido realizada en el Chile de Pinochet, Ruiz hubiera sufrido otro destino. No porque el filme denuncie nada políticamente concreto, sino por la apertura de lecturas que propone. Las dictaduras de nuestro continente pusieron un fuerte acento en establecer relatos únicos, eliminando (de forma literal y metafórica) la posibilidad de visiones alternativas.
Un documentalista entrevista a un coleccionista. Cuando el espectador entra, el documental ya ha empezado. No hay una razón demasiado particular para la elección del cineasta. Hay, sí, como cuenta el coleccionista, una anécdota interesante detrás del tema seleccionado. El tópico elegido es la obra de un supuesto pintor francés, Tonnerre, quien en su obra, un producto no demasiado brillante del neoclasicismo francés del siglo XIX, habría retratado las diferentes imágenes de una ceremonia secreta, ceremonia que fue posteriormente interrumpida por las autoridades, propiciando un escándalo. Pero no, quizás lo que hizo el artista fue ocultar en esa representación, las pistas de otro escándalo, aún mayor, que involucraba a una conocida familia de la época. De esta forma, las pinturas operarían como máscaras, donde el relato oculto, de todas maneras, es fácilmente identificable.
El coleccionista ha decidido reconstruir las pinturas a través de diversos tableux vivants (literalmente, “pinturas vivientes”). Los actores se ocupan las posiciones de la representación plástica de Tonnerre, con la diferencia de que permiten alterar el punto de vista por las tres dimensiones ahora disponibles. De esta manera, el coleccionista recorre la geografía del cuadro, buscando los indicios de la verdad oculta.
Pero los relatos de Ruiz no son lineales, se resisten a ello. Aparece el quiebre, el momento en que queda evidenciada la subjetividad y fragilidad de cada punto de vista. Falta una pintura. El camino de pistas parecería quedarse ahí, no es posible continuar con el método a lo Sherlock Holmes, que propone el coleccionista.
Siguiendo una línea que recuerda en algún aspecto a El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, Ruiz se mete con la apertura hermenéutica. La imagen de la pintura robada, apenas mencionada de forma explícita en una sola ocasión, está omnipresente en el sentido de que es esa, la que no está, la que pone en evidencia el artificio del proceso hermenéutico del coleccionista (y del propio cineasta), sin por eso invalidarlo. Eso se suma a la idea de “documental”, de que se busca, en base a datos, una narración “real” en el fondo, se busca investigar en base a hechos y conjeturas comprobables o rechazables. Pero Ruiz elige colocar al cineasta en la posición de “omnipresente explícito”, y a su narrador como un protagonista no del todo confiable (sobre todo a partir del momento en que queda expuesto que su hipótesis se apoya en una conexión arbitraria de hechos y objetos).
Es cierto que el filme, elogiado en su momento por la crítica francesa, carece por completo de un enfoque emocional, emparentándolo aún más con ciertos filmes o cierta cinematografía francesa. Ruiz hace que la película funcione desde un lugar de gran distanciamiento, reproduciendo el procedimiento distanciador que está utilizando el propio protagonista. Poner en juego la duda sobre el relato es llamar a la reflexión, pero también a la conciencia sobre el artificio de la narración. Habilitar la imaginación de esa manera es privilegiar la idea de mundos posibles, algo temible para muchos.
Originalmente publicado, en una versión más larga, en la revista “Imaginación atrapada”, Argentina.

Comments

comments

X