Por Rafael Barriga
Curador de la IV Edición de La Fractura del Siglo
1. Fotos antiguas
Estoy mirando antiguas fotos con mi hijo de 15 años. Viejos recortes de periódicos sobre Segunda Guerra Mundial. Noticias que hablan de crímenes horrendos, innombrables; de ejércitos que ocupan territorios y vidas, de hechos ocurridos hace apenas un par de generaciones. Escarbamos las trampas de los poderosos para toparnos con la tragedia de los acribillados. Él se empieza a hacer preguntas aptas para ser respondidas con dolor y, todavía, impotencia. ¿Cuál fue el destino de millones de personas perseguidas por el Tercer Reich? ¿Porqué un grupo de seres humanos se ensañó contra otros? ¿Cuál era el objeto? ¿Quién ganaba en la exterminación del hombre por el hombre? ¿Porqué se quebraron los países y los continentes? ¿Porqué se fracturó el siglo del progreso? 
Y aún peor: ¿Porqué, viniéndose abajo la dignidad, la cultura humana continuó impetuosa destruyendo al otro, año a año, década tras década, generación sobre generación?
Vemos todavía con incredulidad las fotos; observamos con conmoción los filmes fotografiados en el lugar de los hechos, y recreados en mil y un ocasiones; escuchamos los testimonios de los que sobrevivieron. Y han pasado más de setenta años, ochenta… y a la vuelta de la esquina, en nuestra misma ciudad, en nuestro mismo barrio, vemos a diario otras mezquindades, otros racismos y otras vejaciones, sin darnos cuenta que el terror es uno solo. La vergüenza es propiedad de todos. 
“La Fractura del Siglo” es una muestra de películas sobre el Holocausto, y que a partir de allí dialoga sobre fenómenos concurrentes a sus temas. “La fractura del siglo” se hace para que ni yo, ni mi hijo de 15 años, ni cualquiera al que le llegue este mensaje, olvide. Se hace para que cada fotograma, cada voz y cada testimonio vuelvan a revolotear nuestro entendimiento, y formen un organismo viviente allí. Uno que nos impida olvidar. 
“La fractura del siglo” es una muestra de películas intensamente política. La sumatoria y la individualidad de cada uno de sus artefactos ha sido creada, producida, y luego escogida para que remueva las conciencias de las personas. Para que dispare un cataclismo tal, que podamos accionar una respuesta propia. Para que venzamos el oprobio interno, eliminemos o tratemos de eliminar de raíz de nuestra vida el racismo, la marginación, la persecución, la violencia. Para eso se hace.  
Este año, Sara Roitman –directora de la muestra– y Mariana Andrade –directora de Ochoymedio– han pensado que yo podía ayudar fungiendo de curador de la muestra. Grave responsabilidad, teniendo en cuenta que en las tres ediciones anteriores, la calidad de las películas y la sofisticación de la curaduría la han convertido en uno de los más potentes acontecimientos cinematográficos del país. La muestra que hoy presentamos, sin embargo, es un trabajo de equipo y responde a unos intereses personales compartidos entre Sara, Mariana y yo, quienes junto con Manuela Botero, editora de la publicación especial, hemos diseñado ocho días de intensas presentaciones de cine. Será un momento como cuando vemos esas fotos antiguas, donde yace nuestro pasado, el pasado de todos, y se infiltran en la memoria para siempre. 
2. Testimonios para no olvidar
Las victimas del Holocausto que pudieron sobrevivir han repetido sus historias muchas veces. El cine ha representado esas historias, y también aquellas de quienes no sobrevivieron, de diversas formas, creando casi un “género cinematográfico” que podríamos llamar “películas sobre el Holocausto”. Sin embargo, hay un filme que desafió cualquier otra representación –muchas de ellas válidas y sensibles– de esa gran “fractura” del género humano. Me refiero a Shoah, del francés Claude Lanzmann. La muerte del realizador, a los 92 años, el pasado 5 de julio, nos dio la clave inmediata de que aquel filme de 1985, considerado uno de los más importantes de toda la historia del cine, debía ser mostrado en “La Fractura del Siglo”. 
Lanzmann, en 1985, y luego de 10 años de trabajo, se propuso obviar la palabra “reducción” e incluso la palabra “representación”. El imperativo ético del francés se traduce en un filme que no acude a ningún medio tradicional de reconstitución mediante imágenes y sonidos, basándose principalmente en testimonios. De esta forma, y con un metraje que alcanza las nueve horas y media, Lanzmann nos introduce a la minucia y al detalle de la aniquilación ocurrida en Chelmno, Treblinka, Auschwitz-Birkenau y en el gueto polaco. Allí, los sobrevivientes –y también los verdugos– dicen y cuentan. Y lo que dicen y cuentan es de tal magnitud, es de tal detalle, que las palabras se vuelven, en la mente del espectador, imágenes concretas y figurativas, como lo hacen las palabras escritas en las manos de un gran narrador, o las obras visuales de los grandes artistas plásticos.
Shoah es un acceso testimonial e histórico desnudo, enorme y sustancial…
pero nunca suficiente. La enormidad es demasiado grande y la hora demasiado tardía.
El gran lienzo tejido por Lanzmann, nos lleva de inmediato a pensar en otras reconstrucciones, otros testimonios. Por ejemplo, el construido por Eva Zelig en su película Un país desconocido. Zelig es una premiada documentalista que vive en Nueva York. La premisa del filme es simple: judíos europeos huyen de los nazis y encuentran refugio en el Ecuador. A través de entrevistas e imágenes de archivo, Zelig reconstruye una faceta poco conocida de la historia ecuatoriana, y sin embargo presente en la vida cotidiana del país: la migración de cientos de judíos, durante y luego de la guerra, la aprobación formal e implícita por parte de algunos cónsules ecuatorianos de su migración –cosa que en muchos otros países no ocurrió– y la presencia de esa comunidad judía en la sustancia social, cultural y económica de este país, que para ellos, cuando llegaron, era una verdadera incógnita, un país “desconocido”.
3. Gente que resiste
Detrás de cada gran catástrofe humana hay, casi siempre, una luz por donde la resistencia y la creatividad se levantan con pequeñas –y a veces grandes– victorias. Hemos seleccionado, para abrir “La fractura del siglo”, un docu-drama sobre esa creatividad y esa resistencia. Los invisibles, filme alemán de Klaus Räfle, cuenta la historia de cuatro jóvenes judíos sobrevivientes en Berlín, la capital del régimen nazi. Ellos usaban tácticas sencillas y peligrosas: la invisibilidad y el anonimato. Hacerse flaquitos para pasar desapercibidos. Mirar para otro lado para no ser reconocidos. Los cuatro sobrevivientes se llaman Hanni Lévy, Ruth Gumpel, Cioma Schönhaus y Eugen Friede. Mientras ellos cuentan sus historias ante la cámara, una selección de material fílmico de la época y re-escenificaciones ilustran sus increíbles historias de sobrevivencia.
Todo esto parece increíble, pero fue completamente cierto: aunque los nazis declararon a Berlín, en 1943, una ciudad “libre de judíos”, nada menos que siete mil vivían en la clandestinidad, y mil quinientos lograron sobrevivir. 
Por los mismos tiempos pero cerca de París, el realizador francés Louis Malle, un adolescente en esa época, fue testigo de un impresionante acto de rebeldía y resistencia en las aulas y patios del internado católico al que asistía. La experiencia la narró en la fantástica película de 1980 Adiós a los niños, convertida ya en un clásico. 
Tan importante como el filme de Malle, la comedia oscarizada La vida es bella de Roberto Benigni fue otro despertar, esta vez con un ángulo rara vez visto en las películas de Holocausto. Benigni le pone buena cara al mal tiempo, y estando junto a su esposa e hijo pequeño detenidos en un campo de concentración, produce un mundo, en las peores condiciones posibles, donde su hijo pueda ser feliz
La vida es bella logra hacer lo imposible: una película de comedia sobre el Holocausto
Benigni, el gran clown de su generación, el hijo prodigioso de la commedia dell’arte, se convierte, al fin, en el gran portador de la resistencia. Él, que se ríe frente a la muerte, y de tanta risa, sobrevive. Con su buen talante, Benigni domina la tristeza, se resiste a ser víctima, y sin embargo su filme es un homenaje a todas ellas. Ya lo dijo Dante: “no hay mayor dolor que recordar el tiempo de felicidad en medio de la tragedia”.

La vida es bella, Roberto Begnini, 1997

4. Hay que esconderse, hay que escapar
Christian Petzold es uno de los grandes directores alemanes de hoy. Su obra está llena de fantasmas simbólicos, espacios subliminales e identidades intercambiadas, que son ensambladas como una meditación triste de las repetidas derrotas morales que marcan la historia de los refugiados en Europa. Su película Transit habla de un hombre que suplanta la identidad de otro, para refugiarse y tratar de escapar en una Francia que está siendo ocupada por los alemanes. Esto, sin embargo, ocurre, no en 1942, sino en nuestros días. La ciudad de Marsella, donde ocurren los acontecimientos, es un espacio suspendido en el tiempo, un purgatorio donde la gente corre de un lado a otro buscando salvarse. La meditación de Petzold se acumula, y al final nos encontramos aturdidos y angustiados porque, en efecto, una nueva invasión fascista es posible, y quizás no haya ningún espacio para escapar o esconderse. 
La migración forzada, los éxodos, los refugiados, son grandes realidades ahora, y lo fueron durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Hemos escogido varias películas que, desde perspectivas diferentes hablan del escape… porque a final de cuentas quienes migran, están escapando de algo. Tomen en consideración, por ejemplo, lo que vivimos ahora mismo, aquí. Decenas de miles de venezolanos han huido de su país, muchos han llegado aquí. Las interminables caminatas, las humillaciones en la frontera, la indefensión, el no saber cuál es tu destino. Hemos invitado al fotógrafo Edu León a que presente, antes de cada función cinematográfica, algunas de las audiofotos de la instalación “Migrar es tocar tierra”, que se expuso durante pocos días en la Flacso en noviembre pasado. A través de fotografías, testimonios, mensajes de audio, podemos todos acceder a ese sentimiento de incertidumbre, y también de profunda esperanza de que la cosa va a mejorar. La obra de Edu León es poderosa y es muy adecuada para acompañar los propósitos de esta muestra de películas.
Dichas caminatas a través de fronteras nos recuerdan lo acontecido en 1945 cuando se abrieron los campos de concentración. Muchos judíos liberados se encontraron sin propósito y sin hogar en Europa y se encaminaron a la tierra prometida de Israel. La odisea de su camino, con relatos de los sobrevivientes, está registrada en el filme israelí El último mar, un clásico del cine de aquel país. Este filme, al igual que La victoria final y Alguna vez fui, es una contribución de la Embajada de Israel a esta muestra que nos permite entender la capacidad de sobrevivencia del pueblo judío y, por ende, del género humano, a partir de casos específicos, de la vida real o de la ficción. Allí está, por ejemplo, el Dr. Félix Zandman (protagonista de La victoria final, filme documental), inventor y científico de peso, o Yankele (protagonista de Alguna vez fui, filme de ficción), un hombre que ayuda a las parejas a encontrarse y casarse… ambos sobrevivientes, ambos héroes en su propia medida. 
En la misma línea, pero con un enorme presupuesto, un director colosal y un actor reconocido en todo el mundo, Hollywood creó en 1960 la épica película Éxodo, basada en la novela de León Uris. La historia recrea a los cientos de judíos que intentan fundar el nuevo estado de Israel. Esta es una superproducción de más de tres horas de duración dirigida por Otto Preminger y protagonizada por Paul Newman, que en sus inicios fue vista como un instrumento influyente para estimular el sionismo en los Estados Unidos y el apoyo a Israel por parte de ese país. La crónica, llena de escenas enormes y cientos de extras, habla del gran viaje, del éxodo final para encontrar, al fin, un hogar.  
Si 611 judíos cruzan fronteras en la novela de Uris filmada por Preminger, 65 millones de personas han sido forzadas a irse de sus lugares de origen en los últimos años, según un recuento muy personal del artista conceptual chino Ai Weiwei. El año pasado, Weiwei estrenó su filme Marea Humana, que es en realidad un ensayo sobre la migración y los éxodos en el siglo XXI. El artista nos muestra, de forma descarnada, los campos y las calles de muchos países, inundadas de gente que no tiene hogar, que está en movimiento escapando de las penurias de casa. Nos informa con expertos que hacen diagnósticos de la tragedia, y datos puestos crudamente en la pantalla. La cantidad de gente, las condiciones precarias de su movilidad, la indolencia del mundo, la desigualdad en las relaciones… todo nos abruma en la cinta de Weiwei. 
Un caso característico del refugiado, con una atípica ética y estética, nos lo ofrece el finlandés Aki Kaurismäki. El cine Ochoymedio tuvo hace poco el buen gusto de regalar a la audiencia de Quito una retrospectiva de Kaurismäki dentro de su festival de cine europeo. Hemos decidido presentar aquí, para aquellos que se quedaron sin ver Al otro lado de la esperanza, la más reciente obra maestra del finlandés, porque saluda al perdedor y al obstinado, al que escapa de una tierra para encontrarse con otra, donde quizás encuentre una oportunidad. 
Hay tres películas en la selección de “La fractura del siglo” que, de formas muy distintas, hablan de la sordidez de los totalitarismos, llevados a cabo casi siempre por unos “redentores” mesiánicos, y que afectan a vidas de carne y hueso, convirtiéndolas en historias individuales a ser contadas y, otra vez habría que decirlo, nunca olvidadas. 
Imposible, por ejemplo, dejar de ver La casa lobo, una película chilena de animación, dirigida por los artistas Joaquín Cociña y Cristóbal León. Hecha completamente en stop-motion, está basada en el tormento interno de una niña que escapa de las inhumanas entrañas de lo que fuera la Colonia Dignidad, cerca de Concepción, un asentamiento fundado por un nazi de nombre Paul Schäfer, que se convirtió en centro de tortura en los tiempos totalitarios de Pinochet. El filme incorpora, además, una recreación de la propaganda con la que Schäfer solía desviar la atención de todos los abusos que se realizaban en el campo. La casa lobo se plantea narrativamente en forma de una oscura versión del cuento de los tres chanchitos, donde claramente el animal es la representación de un Schaffer que alcanzaba a ver y controlar todo en los alrededores y donde María, la niña protagonista, no tiene un escape real y cuya travesía y construcción de su refugio ilusorio no son más que un producto mental. 
Gran película esta, que aborda la metáfora de la casa como lugar de reconocimiento y encierro. La casa dentro de otra casa. La casa como refugio. La casa como un país destinado a asesinar a sus propios habitantes. 
Con igual nivel de obscenidad, el filme alemán de 2008, La ola, describe otros perturbadores elementos. En 1967 un profesor de colegio en Estados Unidos, condujo un experimento con sus estudiantes recreando las condiciones en las que los nazis llegaron al poder. El experimento resultó turbulento: actitudes autoritarias y despóticas empezaron a aparecer en el colegio. La ola, es una transposición de ese incidente en un pueblo de la Alemania contemporánea. La inexorabilidad del estado totalitario, cuando unas condiciones sociales ocurren, parece ser el tema principal de este filme, lo cual me recuerda con fuerza a las nuevas generaciones de fascistas que explotan en muchos lugares del mundo, y de las pocas fronteras que existen en las ideologías extremas cuando están cobijadas por el autoritarismo. 
Quizás de esto mismo habla, guardando las distancias, La Manuela, filme brasileño de Clara Linhart, sobre la activista Manuela Picq, conocida en el país por haber sido perseguida y luego deportada por el gobierno de Rafael Correa. El filme sigue a Picq durante su exilio, y reflexiona sobre la resistencia civil, el sentirse perseguido por los poderes políticos y el anhelo del amor a la distancia. Es, sobre todo, un testimonio importante de un caso –uno de varios– de cuando la violencia de Estado y la injusticia política hacían de las suyas en este país. O sea siempre. 
6. ¿Cómo hablar de cosas tan extraordinariamente dolorosas?
Quince son las películas que hemos seleccionado para “La fractura del siglo”. Y son quince maneras muy diferentes de ver las cosas sobre hechos tremendamente traumáticos, cosas extraordinariamente dolorosas para la experiencia humana. La única forma de nombrarlas, hablarlas y discutirlas es condicionándonos a que no vuelvan a pasar. 
No podemos explicar la experiencia humana, a lo largo de los tiempos, sin nuestra disposición y motivación a recordar.
La memoria es, acaso, lo que tenemos para continuar con vida. Muchos se empeñan en que olvidemos. En que “pasemos la página”. En que, como si fuéramos autómatas, miremos en una sola dirección y caminemos en una sola ruta. Pero la memoria se impone, terca. Se posa frente a nosotros para que recordemos y para que el recuerdo mueva nuestras fuerzas y nuestras luchas.
No hay que pasar la página. A los hechos monstruosos hay que nombrarlos cada vez que se pueda para que no vuelvan a ocurrir. Pasar la página sería olvidar. Pasar la página sería permitir que el horror y la vergüenza no terminen nunca.

Comments

comments

X