Por: Ana Cristina Franco
Es el año 1983. Estamos al norte de Italia. La casa de verano tiene las puertas abiertas, la gente entra y sale todo el tiempo, la mesa de comer recuerda a un banquete griego en el que todos disfrutan de comida y palabras. Largas sobremesas con vino y cigarrillos en las que se discuten temáticas profundas. Los personajes cambian de lengua entre francés, italiano, inglés o alemán. Cuando hablan inglés parecen más serios, cuando hablan francés, más seductores, cuando hablan italiano, parcen tomarse en serio los debates y fundamentear sus puntos de vista con pasión. El calor se siente en los cuerpos. Los jóvenes juegan volley y parece que sus cuerpos vuelan en el aire. Piscinas . Mucho tiempo. Quizá demasiado. Tiempo para perder el tiempo. Libros de Heráclito a medio leer, páginas de libros que se caen por el calor. Hedonismo puro.
Esta es la atmósfera en la que se desarrolla la película Call me by your name, una adaptación del libro de André Aciman con el mismo nombre publicado en 2007. La película la dirigió Luca Guadagnino y la escribió James Ivory, y estuvo nominada a los premios Oscar en varias categorías y ganó a Mejor guión adaptado. Aunque la película consta como estadounidense, quizá por la mirada de Guadagnino (italiano) cada plano recuerda al cine europeo, en especial, al cine de la Nouvelle Vague, y si queremos ir más allá, al cine de Éric Rohmer, La rodilla de Claire, Cuento de verano ,Pauline y la playa o La Coleccionista, ese verano en el que nadie necesita dinero y en el que hay todo el tiempo del mundo para seducir, leer a los griegos y reflexionar sobre el amor.
Call Me By Your Name narra historia de amor entre Elio Perlman (Timothée Chalamet), un adolescente de 17 años, y Oliver (Armie Hammer), el asistente de su padre. El deseo entre Elio y Oliver recuerda a los amores homosexuales de los griegos. Elio parecería un efebo y Oliver su maestro. Las conversaciones y paseos en bicicleta en los que ellos se van enamorando están rodeados de belleza. Es decir, el deseo y el amor que crece entre ellos no sería posible sin los libros, sin el sol, sin los paseos, sin el agua. Todo es metáfora de su relación. En cada plano hay una meta-historia. Es una película que casi se la puede sentir, o exprimir y sacar el jugo. Basta ver la escena ( tan erótica) en la que Elio saca el jugo a un durazno y después intenta masturbarse con él. Es una película erótica por su acción contenida (el romanece explícito entre ellos recién se da casi al final de la película). Es un viaje estético. Su sentido-como buena heredera del cine europeo- está en los intervalos, en los silencios, en la textura. No propone una narración lineal. Más bien parece una esponja. Entra por los poros, es un viaje sensorial. Un retrato del deseo. Una oda al cuerpo masculino. Y si esto no queda claro con la sensualidad con la que Luca Guadagnino filma los cuerpos, queda la escena de la conversación del padre de Elio y Oliver al ver las imágenes de esculturas griegas masculinas.
Call me by your name también es una gran historia de amor del siglo XXI, que al igual que La vida de Adèle, explora las posibilidades del amor homosexual, que parecerían alcanzar otras profundidades. Pero llega un punto en la película en la que no vemos (al menos en mi experiencia) a un hombre con un hombre sino a dos seres humanos enamorados. Y pensamos que aparte de un deleite intelectual es muy necesario este tipo de cine para entendernos mejor como seres humanos, para entender mejor la responsabilidad de usar nuestro corazón y nuestro cuerpo (como dice el papá de Elio en un brillante diálogo casi al final del filme ).
El verano (tal vez metáfora del primer amor) termina y con él termina el amor. La nieve cae despacio congelando el corazón de Elio. Mirando el fuego en la chimenea, Timothée Chalamet nos regala quizá el mejor momento de su actuación. Sus ojos se humedecen de a poco y vemos, en tiempo real, al niño convertirse en hombre.

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