Por la señorita Kenton
Quito es una ciudad gris, pero bonita. Es una ciudad soleada también y con el don de sorprendernos con sus afables e inocentes costumbres de provincia.
Quito no tiene puerto ni mar, llueve intempestivamente, tiene calles oscuras y da grima ver como cualquier neófito o estulto aspira a ser candidato a ‘lo que sea’, con tal de enquistarse en el aparato estatal.
‘La loca Yanis’ era una querida amiga brasileña que se percató que no quería trabajar y amaba la tarima. Alta y con lentes de alambre, en los años ochenta se inventó un par de promesas que calaron en el electorado carioca, se pintó el pelo y se lanzó como candidata a ‘Secretaria General’ de Río de Janeiro.
Nunca hizo nada de lo que prometió. Subió dramáticamente de peso, se hizo una rinoplastia bastante exitosa y el Covid-19 la fulminó en 2020.
Fue enterrada en Copacabana y hoy, ‘La loca Yanis’, seguramente vende promesas en el cielo.
2
Volviendo a Quito, lo único que sé, sin temor a equivocarme, es que su gente ama con el corazón el cine y a menudo elige pésimos alcaldes.
Los capitalinos, más allá de sus decisiones y su destino, han hallado en Ochoymedio un lugar para rencontrarse con amigos extraviados, ex novias (del alba o del alma) o, si hay suerte, pillar nuevos affaires (recordemos que el cine es un espacio idóneo para el entretenimiento y para el romance).
Cuando vivía en Quito, soportando esos inviernos solitarios que trae la ciudad (arrimada a un feo peñasco que llaman volcán), solía cargar mi pequeña botella de coñac dentro de la cartera y me aventuraba a cruzar las avenidas con un paraguas y un grueso abrigo de botones.
Sin saber qué hacer o cómo gastar el tiempo (disfrutarlo, sería correcto decir), hallé en La Floresta un cálido cine de barrio que ponía desde Bergman (‘La pasión de Ana’) hasta Zhang Yimou (‘Vivir’).
En Ochoymedio conocí a ‘Mamitico’, mi primer amor andino: un hombre tímido, posesivo y celoso, que trabajaba como burócrata cultural y se había auto titulado como crítico de películas tailandesas. No lo juzgué y tanto lo amaba que acepté ver, en un aula universitaria, tomada de su mano, una muestra de documentales sobre cómo se inventaron los microondas…
2
Vivir en Quito sin Ochoymedio es imposible.
Las tardes en que la depresión me asaltaba y me era inevitable romper en llanto mirando los geranios del jardín bajo la lluvia, lo único que me salvaba era correr al Ochoymedio y comprar un boleto para la película de turno. A fin de cuentas, su cartelera es tan exquisita que terminé por comprar una membresía anual y fui feliz.
‘Los geranios bajo la lluvia’, eso es Quito para mí, ahora que pongo por escrito estas memorias desde una buhardilla en Chicago y releo las novelas de Sándor Márai acostada en pijama sobre un Chesterfield color tabaco, abrigada por mi fiel chimenea de leños.
‘El cine tiene alma femenina, es cómplice, es una lágrima en la oscuridad’, decía el querido Manuel Puig, el argentino que inventó una buena literatura feminista en Latinoamérica. De lo que se escribe en la actualidad, ‘haré mutis por el foro’.
Ayer supe la grata noticia que una involuntaria confusión de horarios en la cartelera, acaecida la semana pasada, demostró que la gente regresó con entusiasmo a Ochoymedio, a devorarse la sala y sus buenas películas.
En todas las ciudades del mundo, el cine es una fila, una espera y una ansiedad… (por ver el nuevo estreno).
Si algo debemos agradecer de Ochoymedio es que Mariana ha personalizado su servicio de excelente anfitriona y con paciencia y amor a sus amigos, barrio y clientela; ella nos da la bienvenida y cuando hay algo que corregir, lo hace con una sonrisa y en el acto (noblesse oblige).
Pues, así las cosas, Quito tiene el privilegio de tener un cine cálido e íntimo, con corazón gigante y con un público que parece pedir, que en este 2023, Ochoymedio crezca y crezca, sin parar.
Feliz año a mis lectores andinos y a esas viejas amigas que conocen mis manías y que quiero abrazar hasta las lágrimas, mirando los geranios bajo la lluvia.
Y que sigan las salas de Ochoymedio llenas a reventar, por quienes amamos ver ‘cine en el cine’.
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.

Comments

comments

X