(A propósito de Both Sides of the Blade, de Claire Denis)
Por Ana Cristina Franco*
Sara y Jean caminan de la mano bajo el agua. ¿O es el espacio? Avanzan lentamente pero con decisión, como atravesando el viento, ¿o es el tiempo? Eso es lo que ha filmado la cineasta francesa Claire Denis en los primeros 3 minutos de su reciente película, Con amor y furia, Avec amour et acharnement /Both Sides of the Blade (2022), la cual la escribió junto a la novelista Christine Angot y le valió el Oso de Plata a mejor dirección en Berlín. Juliette Binoche interpreta a Sara, una mujer que vive una segunda oportunidad en el amor con Jean (Vincent Lindon). Ambos se han encontrado después de haber fracasado en
relaciones pasadas, esta vez parecen haber encontrado algo cercano al amor. Han logrado construir un refugio, una certeza, en medio de una realidad hostil. Sobrevivientes en un mundo pandémico, racista, intolerante, un mundo que es una versión moderna del apocalipsis, la ternura parecería una forma de resistencia. Denis plantea un retrato realista y desromantizado del amor. Lejos de retratarlo en los cuerpos de un par de jóvenes enloquecidos, centra su mirada en el idilio de dos adultos de más de 50 años, dos seres humanos reales, en plena madurez, que encuentran la sensualidad de su relación en el día a día; aquí el amor no está en lo extraordinario sino en la cotidianidad, entreverado en el entorno doméstico, en preparar una ensalada, llegar a casa, tomar un té, lavar los platos, en todas esas pequeñas tareas que esconden varias capas de ternura.
Todo se complica cuando Sara ve pasar por la calle a un amor del pasado y entiende en ese encuentro fugaz como una premonición sombría. Entonces la pareja se ve revolucionada por la presencia-ausencia de un recuerdo, un ideal o un fantasma: François (Grégoire Colin). Y aquí llegamos al conflicto que subyace a la película: el amor se enfrenta al deseo.
Resulta interesante el hecho de que no veamos a François hasta más de la mitad del filme. Denis nos acerca a este personaje a través de la imaginación, lo construimos a partir de lo que dicen de él, de como se refieren a él, de un sonido o una historia, nunca de una imagen, así, el espectador se ubica en la mente (o quizá más bien en el cuerpo) de Sara, imaginando-
deseando a un François cuyo su rostro se teje de manera fragmentaria en el lugar de la fantasía.
Otro aspecto que vale la pena destacar es la mirada del deseo que propone Claire Denis. Con amor y furia es una pelicula de amor tratada desde el misterio, y hasta se podría decir que desde el terror. Una historia de amor tratada con terror. La música, la luz, el ritmo, todos los elementos sensoriales llevan pensar en la misteriosa relación entre deseo y horror. Sara se mira desnuda al espejo, y en voz baja, dice: “Aquí vamos de nuevo. El amor, el miedo, las noches sin dormir, el teléfono junto a la cama, sentir que me mojo” El argumento no es nuevo en la narrativa audiovisual, una mujer, un esposo, un amante, de
hecho, tratado de otra manera podría ser un ordinario melodrama, pero el aura de la película está en el universo sensorial que la envuelve, en la atmósfera bizarra y compleja que la directora de Beau Travail (1999) logra transmitir a través de esta historia que esconde varias capas de complejidad psicológica. Denis no filma a sus personajes, los toca; no es la
primera vez que destaca en una de sus películas la cercanía con la que filma pieles, cuerpos, ojos, logrando retratar relaciones humanas imperfectas, y por eso, bellas. La subtrama entre Jean y Marcus, su hijo adolescente negro, fruto de su primera relación, llevan a la película hacia otras temáticas más relacionadas con los fenómenos culturales en la Francia actual, como el racismo y la migración. Pero el enfoque que plantea Denis no ofrece respuestas simples ni decreto alguno, sino que más bien explora las tensiones, los prejuicios y las dinámicas de poder a través de un enfoque no de corte panfletario, sino más bien poético, que deja al espectador con preguntas que invitan a la reflexión. A pesar de ello, esta subtrama ha sido el único aspecto que no ha sido bien recibido por cierta ala de la crítica por considerarlo demasiado aislado del conflicto principal. Y bueno, volviendo al “conflicto principal”. ¿Por qué la oscuridad asociada al deseo? Tal vez tenga que ver con el dolor que implica tomar decisiones propias, aceptar que recorrer el camino que conduce hacia una misma implica inevitablemente sufrir. Viene el deseo y desordena el tiempo. Viene el deseo y desordena la cabeza y el hogar. Parecería de locos jugarse la estabilidad emocional pasada cierta edad; como si la pasión y el deseo solo les estuviera reservado a los jóvenes; como si a cierta edad correspondería conformarse, limitarse a sobrevivir en lugar de intentar vivir. Y tal vez aquí se encuentre el verdadero meollo de esta trama. Corresponder o no al deseo. Después de todo no se trata de una película de amor, y eso se entiende en el final (no spoilers). Se trata de una mujer que pone en juego su estabilidad por corresponder a la ilógica naturaleza de un deseo, una mujer que a las puertas de los 60s decide empezar otra vez, con la mente y la vida en blanco. Libre. Más allá del amor romántico, más allá de elegir entre un hombre u otro, la película hace un viaje hacia el interior de una mujer que se reivindica en su posibilidad de elegir, y así, se afirma como sujeto deseante.
Sara decide seguir el camino de su deseo. Decide hacer lo que quiere, nada más y nada menos que eso, y aunque aparentemente parezca sencillo para el común de los mortales resulta imposible. No es fácil ser libre.
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