Por Orisel Castro
Confieso que nunca leí “Mujercitas”. Aunque vi probablemente todas las películas que lo han llevado a la pantalla grande desde 1933, no me había sentido atraída por el libro. Algo me hacía imaginarlo como un tablero en el que se movían inteligentemente figuras de madera y no personas… nada de carne incómoda, solo diálogos precisos, ideas en vez de observaciones de la realidad.
Lo que hizo Greta Gerwig con la más reciente versión es la magia del cine. Estas mujercitas logran sonrojarse de verdad y, con ellas, una que entró a la sala prejuiciada y pasó los primeros 20 minutos escépticamente mirando en el tejido temporal y la nueva propuesta de de la directora. Por ella había ido, pero no esperaba salir tan encantada como salí cuando terminaron los créditos.
Jo March como alterego de la escritora ahora gana otra capa. Greta es Jo que es Louisa May Alcott y esa se vuelve una de las estrategias que refrescan la vieja y tan versionada obra. Las palabras que salen de la boca de Jo March no solo representan a la directora y a la autora del libro, sino que Saoirse Ronan las dice con sus propias vísceras y el elenco casi íntegro de mujeres parece una comunidad, un montón de amigas con una causa común. Uno le cree a Laurie que quiere ser parte de ese corillo, disfrazarse de chico y pintarse bigotes como las demás. Me imagino a todo el equipo detrás de la película entre el aleteo juvenil del juego de rodar. Y Greta se luce como artífice de esa alquimia perfecta, de la coreografía de relojería suiza con la que cada plano se llena de personajes que entran y salen, que se miran y trazan relaciones de a dos en salas llenas de figuras y movimientos. 
Fresca y magistral. 
Lo que empieza como un juego de ingenio de adaptación fiel y renovada se convierte en un pedazo de vida auténtica como lo hace la actriz guionista directora cada vez que toma un papel. A Greta le creo todo porque consigue exponer con gracia cada momento incómodo, cada pensamiento mezquino, que dota a sus personajes de una humanidad simpática, pero real. 
La protagonista de esta Mujercitas, no solo se enfrenta al dilema moral de ser buena hija, buena hermana, buena persona sin dejar de perseguir su ideal de ser escritora, independiente, fuerte. No solo duda de haber rechazado a su amigo al verse probablemente sola y sin amor. Esta Jo March siente celos, se pelea con su hermana Amy como lo hacen las hermanas de verdad, hasta sacarse sangre. Por eso la decisión de que la diégesis atraviese una duración mucho mayor cobra un sentido sobrecogedor. La dinámica entre las hermanas se vuelve dramática por reconocerla en la vida y terminamos acompañando de cerca a Jo mientras crece y hasta que busca la carta vergonzosa que había dejado como último gesto infantil.
Casada o muerta al final
La solución a ese rendirse ante el mercado que nos hacía sospechar el final de Mujercitas es aquí un guiño alegre de una Jo March que reescribe un final en el que su personaje encuentra el amor y una Greta que baila ligera y contagiosa con el destino de su protagonista. Se puede tener todo. Parece una utopía ese mundo de mujeres que se apoyan y se quieren, que se acurrucan y se pinchan. Mujeres que miran a mujeres para ver a dónde pueden llegar. Que al final consiguen todo y el libro se imprime, pero Louis Garrel es tan encantador que da risa. Louis Garrel es un guiño de Greta y Mujercitas es su regalo para el que no pensaba que se podía ver una película profunda, genial, comercial, adolescente y feliz al mismo tiempo.

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