Por Rafael Barriga
Una muestra de extrañas cintas “gore” y “de explotación” se exhibe, bajo el título de “Un mundo raro”. Aquí, una reflexión sobre estos géneros.
El hecho es inolvidable. Viaje en bus “cinco estrellas” por la altiplanicie ecuatoriana. A la altura de Alausí, a las dos o tres de la mañana, montan media docena de borrachines ataviados de ponchos y guaros. Unos kilómetros antes ya se había descalabrado el deslucido retrete que contenía –ya no lo hacía más– las groseras contribuciones de decenas de pasajeros. Afuera, la carretera no era tal: era un camino apenas carrozable que obligaba al transporte a bajar a veinte kilómetros por hora y a los muchos pasajeros mantener las ventanas cerradas para evitar la polvareda. Allí se respiraba saña. El ambiente era tan denso que uno lo podía ver. Fue allí que para completar el cuadro, el agriado asistente de su señoría el chofer, insertó el cassette, subió al nivel setenta y cuatro el audio, y Holocausto caníbaldio inicio para la algarabía de todos los pasajeros.
Me imaginé que la cinta no podía ser vista en un ambiente más adecuado que aquel. La densidad, el olor, el guaro que ya pasaba de mano en mano. La cinta encantaba. Nadie dejaba de verla ni por un solo segundo. Comentarios iban y venían. Con el alba y la afortunada llegada del asfalto en la carretera, el clímax del empalamiento en la película, los aplausos del respetable se hicieron escuchar.
La gente ama sus películas clase “b”. Y hace lo propio con las de clase “c” y “d”. El “cine de género” es una pequeña gran industria. Jess Franco y John Waters son ídolos de cortas pero significativas multitudes. El gorey las “películas de explotación” no son divertimentos extraños para freaks. Son géneros que nacieron con el cine, y que se mantienen en el culto fascinante de muchos.
Detengámonos aquí para saber exactamente a qué se refiere el gore y la “explotación”. “Como en el caso del porno, el gorese define por una exigencia de contenido bastante incorrecto: si no hay cine porno sin eyaculación, no hay cine goresin mutilación. Con un matiz: si no hay cine porno sin coito real, no hay cine goresin crimen simulado. A diferencia del porno, pues, el gorese dispone claramente a engañar al espectador” escribe el crítico Jordi Costa. Goresignifica, en todo caso, sangre. Sangre a borbotones. Violencia por doquier. Sobre el cine de “explotación”, Fabián Cepeda de la página cinefantastico.com lo define como “películas que poseen temáticas consideradas bizarras, como la diversidad de placeres sexuales, abusos de adolescentes, la drogadicción, prostitución, la vida en la cárcel y otros dramas similares, que no son exhibidas masiva ni comercialmente, justamente debido a los parámetros reinantes por entonces que delimitaban el material, encuadrándolo dentro del buen o el mal gusto”. Así, dentro del cine de explotación, entran varios subgéneros: el sexploitation, black exploitation, spaghetti westerns, splatter films(que no son sino cintas de gore), y hasta películas de mujeres en prisión. En efecto, aquel es también un género.
Lo bizarro, lo extraño, lo chocante, por supuesto, nacieron con la vida misma. Y el cine bizarro –denominación que para estos efectos es netamente transgenérica– nació con el cine mismo. Ya a principios del siglo pasado, los aspectos de la vida menos tratados por el coloquio reglamentario y estándar, empezaban a ser filmados. A la par de las grandes producciones de Meyer o Pathé, cintas de magros presupuestos y enorme potencial para la controversia eran mostradas en modestos lugares. En América Latina, empezaron a crecer los cines “no aptos para señoritas”, en otros lugares llamados “cine solo para fumadores” en donde se exhibían películas con títulos como El templo del vicio(1931), En las garras del vicio(Slaves in Bondage, 1937), Éxtasis mortal(Sex Madness, 1938), Mundo, Demonio y carne(Souls in Pawn, 1940) entre muchísimas otras.
Durante los cincuentas y sesentas, el mundo supo de la sofisticación del gorey la explotación. Emergentes filmografías despuntaban. En México, por ejemplo, el mosaico fílmico creado durante aquellos años es vibrante: luchadores, vampiros, vampiresas homosexuales, brujas, apariciones, lloronas, cíclopes, robots. Son todos entes relacionados con la flamígera imaginación popular, adornados con las muchas influencias mediáticas. En España, Jesús “Jess” Franco, originó una obra que rebasó el umbral del tiempo, y que le llevó a filmar en Francia, Alemania y Estados Unidos con películas de horror, de afanoso acento sexual y preferencia por el género de vampiresas lesbianas y monjas sensualizadas. En Estados Unidos, el gorese hizo grande con George A. Romero con Night of the Living Dead(1968), Herschell Gordon Lewiscon Blood Feast(1963) y Don Siegel con La invasión de los ladrones de cuerpos(1956). Eran cintas que fueron vistas profusamente en los cines drive-in, y salas “para fumadores”. La industria mainstream, a través de los órganos de censura, se encargó de delegarlos siempre al segundo plano, condenando siempre el supuesto “mal gusto” de las escenas de mutilaciones, torturas y violencia gratuita.
Las películas de explotación –notablemente influyentes en directores tan comerciales como Sam Raimi o Quentin Tarantino, o productos tan lucrativos como El proyecto de la Bruja de Blair (2000)– se llaman ahora “filmes de culto”. Encontraron en el video su mejor manera de perennizarse, luego del exterminio de las salas de barrio por parte de los cines multiplex. Haciendo referencia permanente a la materia moral de la vida, dando rienda suelta a una imaginación que va en contra de las normas sociales y políticas establecidas, creando una estética –precariamente filmada, con un concepto de la actuación, continuidad y fotografía muy alejadas del estándar “profesional”–, estas películas son permanentemente insólitas y sorprendentes. Son, además, materia permanente de discusión: están entre ser la basura más esperpéntica y el más fino cine de autor.
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