Por Alexis Moreano Banda
Sobre el estreno de la última película de Wes Anderson: Fantastic Mr. Fox.
Entre todos los animales que le rodean, el señor Fox pasa por ser el más astuto, el más ágil, el más temerario. Es la imagen que proyecta y así lo ven los demás, incluida su familia, a pesar de que objetivamente hablando su vida difícilmente podría ser más banal. Y es que hace muchos años ya que Fox decidió dejar de lado el espíritu aventurero y los riesgos de su agitada juventud, y ha llevado desde entonces una vida enmarcada en la familia, el trabajo y la estricta observancia de la ley. Una existencia burguesa, en suma, en la que su naturaleza feroz y salvaje se manifiesta sólo en breves y contadas ocasiones (en lo más álgido de una discusión o al devorar sus alimentos), pero es inmediatamente reprimida, absorbida por la insoportable normalidad de su condición.
Desde hace un tiempo, sin embargo, Fox siente un vacío creciente en lo más profundo de sí. A pesar de su notoria vanidad, sabe que el respeto y la admiración que otros le prodigan reposan enteramente sobre sus glorias pasadas, y no sobre lo que ha devenido. Y ha comprendido sobretodo que, para un zorro como él, se necesita algo más que un hogar, un empleo y un plato de comida para sentirse satisfecho: la realización personal, la verdadera felicidad, son inimaginables sin una gallina robada entre los dientes.
Un buen día, Fox decide pasar a la acción. Pretextando una necesidad de mayor comodidad, convence a su mujer para que la familia se instale en un magnífico árbol en la cima de una colina, cuando en realidad lo que busca es tener una vista despejada hacia los almacenes de los tres más grandes industriales agrícolas de la región. Por las noches, acompañado por un topo cómplice, Fox se lanza al atraco de los almacenes y, fiel a su reputación, consigue sortear todos los obstáculos, burlar a los perros guardianes, llenar la despensa y mantener engañada a su mujer.
Pero los industriales no están dispuestos a tolerar que un simple zorro sea capaz de burlar sus sofisticados sistemas de seguridad, y declaran una guerra abierta al imprudente animal. Viendo el peligro venir, Fox abandona el árbol y se refugia con su familia de vuelta en una madriguera. Los industriales, sin embargo, están decididos a no ceder hasta atrapar su presa, y no les importará destruir la colina entera a fuerza de tractores, chorros de agua y explosivos con tal de alcanzar su cometido, cueste lo que cueste y aunque deban pagar justos por pecadores. Incapaz ya de sostener la mentira ante su esposa, acusado por quienes hace poco lo admiraban, de haberlos puesto inútilmente en riesgo por su egoísta conducta, Fox se ve impelido a poner su astucia al servicio del bien común. Erigido líder de la resistencia, el héroe conducirá a los animales hacia la revancha final contra el agresor.
En las escenas finales, Fox, su familia y sus amigos hallan un conducto hacia el supermercado en el que los industriales expenden sus productos ya procesados. Fuera de peligro, subyugados por la abundancia de los alimentos que se les ofrece, los animales piden en gratitud a Fox que improvise un discurso, y éste se ejecuta ante la mirada de nuevo admirativa de sus auditores. La película termina con los animales bailando y cantando en toda libertad, dentro del supermercado.
La riqueza de esta película está en la mirada desplazada con que Wes Anderson construye esta fábula, que se revela a la postre más amoral de lo que parece. La subintriga de la problemática de la paternidad y de la filiación, así como el punzante cuestionamiento político del filme, aparentemente secundarios, emergen con aún más fuerza gracias al humor altivo (y en ocasiones cínico) del realizador, así como por la fluidez y ligereza aparentes de su puesta en escena.
Hay que ver por ejemplo la regularidad con que la invocación de la figura del lobo viene a perturbar la seguridad y la prestancia del Sr. Fox: el lobo, el único animal de la película que camina en cuatro patas, que se expresa mediante un lenguaje no verbal (ahí donde Fox se jacta de hablar latín y francés), la encarnación misma de una animalidad en estado puro, salvaje, irrecuperable por el hombre. El lobo es la anarquía y la libertad a la que Fox aspira y teme a la vez, pero de la cual este último puede dar apenas una versión pasteurizada, tibia, social-demócrata, véase si no el rol que Anderson otorga a referencias fílmicas dentro de su propia película, que lo mismo pueden servir para conducir el relato que para comentarlo. Por sólo citar dos ejemplos, la reconstitución de una célebre secuencia de Érase una vez en el oeste de Leone tiene por fin preparar al espectador para el desenlace épico y subrayar el carácter heroico de los personajes, mientras que la referencia (más sutil) al Amenecer de los muertos de Romero tiene por efecto, al contrario, el de destituir el heroísmo de la gesta, resituando a los personajes en su inconmensurable banalidad.
Ver a estos animales que se creen libres, escuchando embelezados el improvisado discurso de su líder, sorbiendo un jugo de manzana en cartón tetra-pack, ellos que hace poco aspiraban a apropiarse de la más exquisita cidra natural, celebrando su emancipación en ese templo por excelencia del consumismo que es el supermercado, difícilmente puede considerarse un final feliz.

 

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