Por: María Fernanda Andrade Beltrán
He estado casi tres meses con la garganta medio zurcida y eso no es normal. Pensé que era por una avellana que había digerido hace un par de días, pero no (tengo una seria alergia a los frutos secos), igual, de no haberla comido y visto su efecto, habría comprobado mi total estado vegetal. El tema es que he sufrido de incapacidad para llorar, y eso que motivos universales han habido por miríadas: Siria y Barcelona o Barcelona y Siria, mascotas marinas cercenadas, finalmente la despenalización del aborto en Chile por tres causales, una amiga se encuentra con su amante clandestino, etc. El llanto es una señal positiva de evolución; él nos remueve y por él nos contrarrestamos, entonces vamos al siguiente nivel. Yo “le meto” mucho a la evolución.
El martes anterior entré a una sala quiteña de cine para mirar la película Mi tía Toty de León Felipe Troya. Iría a ser más de la veintena de films que he visto en el año, uno más de los días que triunfaba el torrentoso pensamiento que no me da tregua ni a los estímulos más estruendosos del exterior. Pero cuando la narrativa de cine afecta de a poco, da para postergar la inclemente catarata de ideas rumiantes.
Ya desde las primeras escenas, salté dentro de un Chevrolet Chevette antiguo que mantiene Toty, la persona que no deja de hacer de la actriz hasta que se nos deja ver sus preocupaciones por su existencia. Arrancan las impresiones.
La trama gira entorno a la nostalgia que tiene la afamada actriz Toty Rodríguez por su carrera artística en Ecuador y en Francia, a donde viaja con su sobrino para despertar memorias de gloria. En una parte se produce un diálogo telefónico; él le pregunta a la protagonista, por qué tiene miedo de ir a París, y eso produce en mí una curiosidad de esas que se dejan pasar en otras ocasiones, por entender más allá del parlamento de la obra, ¿por qué no es tan familiar saber que cualquier regresión al día de ayer tan sólo o al mañana inesperado puede movilizar lo duramente trabajado para mantenerse en pie en el presente? El hoy de la artista es un cúmulo de fuertes capítulos recorridos: amatorios, de aplausos, riesgos y caídas. La cuestión del personaje principal es el intento de una mujer por sobrevivir y mantener vigente su oficio de artista, sustentándose con la venta de artículos varios y aún en el mejor de los días, el peso de sus recuerdos puede ser más fuerte que cualquier lucha diaria. Toty se encierra por días enteros, sin percibir si quiera a los personajes a su alrededor. Esta no es una condición tan básica ni típica en la vida de un ser enmascarado promedio que tiene miedo de reventar si ve para sus adentros. Tampoco la del que en un grado diferente se mira sin estar consciente en una obra de arte “netamente bello” sin explicarse más. La Toty envejece y con eso aumenta la añoranza de un pasado mejor, de un escenario ideal para una mujer vividora; esa que fielmente vive a fondo sin descanso, que ama con entereza y que se arriesga a perder. Ella palpa las telas de sus vestidos estelares y yo siento el brillante azul de aquella pieza que su amigo diseñador guardaba de ella por un largo tiempo en su apartamento parisino. Las tomas son cerradas y se puede escuchar los suspiros de los personajes que al verse, recorrieron significados mutuos. Todo contacto que ella hace con tumbas y fotografías comentadas con humor transmite la soledad del ser humano que se acrecienta con la noticia de la muerte de un ser amado, de varios con el paso de los años. El diálogo confesional con su compañero más duradero es una pieza que nos regala registro e impacto, parte inolvidable.
La historia sigue hasta lanzarnos una idea de cómo pudo haber influido el viaje de la estrella ecuatoriana a Francia, pero lo que más resalta es el nexo entre la realidad vista por otros y la que transita la persona. Este trabajo no es sobre una biografía, ni tampoco sobre una relación familiar sino sobre la trascendencia del humano al lograr escalar el tiempo manteniendo dentro de sí, el glamour del goce infinito y el deber de estar parado con tanto recuerdo que ya no cabe más en una auto construcción enfrentada a otros ciclos con nuevos personajes y escenarios distintos a los pasados más significativos.
A esta historia la encuentro como un correlato de vida, de una mujer determinada decidir sola y que sola convive con sus ideas, esas avasalladoras que nos retiran de la realidad como lo que me “anda pasando” a mí. Toty Rodríguez es una mujer que permanece sola en su trabajo y departamento de la capital y acaso en nuestro tosco medio, ¿eso no es reto y coraje? Muchas ya nacimos sin comulgar con convencionalismos y como pan de cada día está el aferrarnos al sentido del riesgoso vivir a profundidad y de rearmarnos en la soledad. La película despierta mi taumante, vuelvo a la vida, y con esto quiero decir que efectivamente desde el minuto 20, alguna escena disipó un dolor tremendo en mi garganta que en definitiva no era el de la congestión por las avellanas. De pronto nada detuvo mi llanto.
Agosto/2017