Por Diego Coral
La sinopsis de la película dice que es un “relato alocado sobre una familia a lo largo del siglo XX: cuatro generaciones de «locos» encabezados por la Madre, que a sus 94 años lleva a sus espaldas un total de 27 mudanzas. Desplazarse era su único medio para enfrentarse a los problemas, los peligros y los conflictos. En realidad, es la Historia la que la ha perseguido por todo el país durante todo un siglo terrible. A poco de cumplir nada menos que un siglo, la Madre cuenta todos estos acontecimientos a su hija: casi un centenar de episodios traviesos, afectuosos y, a veces, desgarradores.” (Cineuropa.org)
Leyéndolo así, es una película que no vería.
Pero la diferencia entre sintetizar y reducir es importante. Mucho. Y esta película de la húngara Ibolya Fekete nos entrega, justamente, un filme -que no un relato- donde la complejidad de la Historia, la muerte y las relaciones familiares es sintetizada con inteligencia, humor y diálogos extraordinarios:
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¿Tienes hijos?
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No, tengo una madre.
El hilo argumental de la película es sencillo: una Hija cuida a su Madre de 94 años mientras ésta le cuenta la historia de su familia. La Madre tiene alzhéimer, por lo tanto, la Hija es sobrina, desconocida, enfermera y, a ratos, hija. La Hija está cansada. Le da fresas que confunde con cerezas, le cambia el pañal, le baña, le grita agotada. Le escucha. Sobre todo, le cuida.
Qué extraño ese momento cuando los roles cambian para siempre. Una hija que cuida a su madre anciana, lejos de ser un lugar común, es una autobiografía colectiva. Pero no hay desgarro en la película, ni compasión. Podría decir incluso que Fekete busca la distancia emocional, algo que se hace palpable cuando los personajes ven a cámara, rompiendo la ficción o ampliándola, compartiéndola con los espectadores, en una suerte de diálogo continuo con lo inevitable, o quizás como una manera de hacer más llevadera la tristeza.
Dice la Madre, despertando de un sueño. Comedia pura y dura. Claro, después de vivir dos guerras mundiales y la ocupación soviética, asumir que la guerra es una sola y nombrarlo como una circunstancia más del día-a-día, resulta un modo de supervivencia. Y profundizando en este tono que aparentemente aligera la densidad mediante mecanismos de distanciamiento, la directora utiliza imágenes de archivo que se confunden con la ficción, montadas con música “alegre”, generando, nuevamente, un alivio cómico, una esperanza, frente a lo inevitable(mente trágico).
¿Cómo abordar el horror? La Madre cuenta sobre las constantes mudanzas – ¿huidas? – que emprendió con su familia a causa del miedo y del conflicto durante décadas. Y cada época tenía motivos distintos: ser húngaros, ser rumanos, ser protestantes, ser judíos… Nunca estás realmente en casa. Siempre eres algo que no encaja en la ficción de la política. Y ahí tiene pleno sentido romper con la ficción de la película, burlarse de su historia familiar, para no tener que huir de uno mismo.
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Pero tu pertenecías a ellos, no es así.
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No pertenecía a ningún sitio, mi niña. Entre tanta estupidez, ¿a qué lugar debería pertenecer en este país?
“Mi madre y otros locos de la familia” es una película que sintetiza grandes discursos con la voz concreta de una directora que evidentemente quiso divertirse, logrando, además, resonar con lo plenamente actual: la guerra nunca ha terminado, la estupidez es real. Parecería que Ibolya Fekete encontró, sin embargo, espacios para respirar en medio del exilio constante, y por eso en su película sobresale la ternura.
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