Una tarde en el 8 y medio
Por: M. Fernanda López “Mafo”
    De los eventos recientes con más cobertura mediática ocurridos en la capital, sin duda está la intervención del metro. Diversas voces se han alzado, desde las más curiosas vertientes y posturas. Siempre cayendo en discusiones áridas como el clásico lugar común en torno al graffiti: “es arte o vandalismo”. Algunos incluso pidieron “más espacios para los jóvenes”, otros se enredaron en potentes análisis epistémicos citando más de un teórico; que ni al caso. Ya en el plano virtual, el linchamiento, no se hizo esperar. “Fusílenles, quémenles las manos, córtenles los dedos” y un sinnúmero de frases de una violencia pocas veces vista. Delincuentes, malandros, criminales, drogadictos, pandilleros, fueron algunos de los adjetivos usados para asignar algún calificativo a quienes la ciudad desconocía; pero censuraba. Por otra parte las versiones oficiales de los hechos “20 encapuchados someten a los guardias del metro”, sumaron a este panorama medieval teñido de ignorancia, clasismo y estereotipos; más rechazo.
Los graffiteros del metro de Quito, finalmente no sabemos quiénes mismo fueron. No importa que el burgomaestre haya ofrecido 100.000 dólares de recompensa, aún siguen en el anonimato. Nótese que uso la palabra anonimato, porque la clandestinidad está relacionada al ocultamiento posterior, al cometimiento de algún hecho delictivo, cosa que aquí no ha sucedido. Efectivamente desconocemos si fueron 20, 10, 5 o 7. Fueron grafiteras quizá, porque el hecho de intervenir parte del mobiliario urbano deber ser una acción exclusiva de “machos”. Pudo haber sido una crew de grafiteras, claro que sí. No sabemos si llegaron al metro luego de una extensa jornada laboral, luego de clases de la maestría en antropología visual de la Flacso, o después del recreo del segundo de bachillerato del Central Técnico. Dudamos si llegaron del norte, el centro, los valles, o de la vicentina. Personalmente creo que pudieron venir desde el Inca.
No existe video alguno. La ciudad carece de pruebas reales e indicios fidedignos de que fueron 20, rompiendo cabezas y candados. El anonimato, se mantiene. Imposible que haya sido de otra forma. Ya los primeros estudiosos del graffiti Fernando Figueroa, Craig Castleman, Jesús de Diego, Xavier Abarca por citar unos cuantos, advirtieron con anterioridad sobre las tres principales características distintivas del graffiti: ILEGAL, EFÍMERO Y ANÓNIMO. Para hablar sobre este “atentado” nos encontramos el pasado jueves 20 de septiembre en la Sala 1 del cine Ocho y Medio. Ache, Mauro Cervino y mi persona, invitados por la dueña de casa Mariana Andrade y la artista quiteña Ana Fernandez, teníamos la compleja tarea de responder un cuestionario referente a estos hechos. Debo confesar que la ubicación y el público al que está dirigido este centro cultural me causaron un poco inquietud y desconcierto. Daban las 17:25 y arrancamos casi con sala llena. En medio del sitio alcancé a distinguir algunas caras conocidas y presencias representativas. Richard del Colectivo Sublevo-Graffiti Anticapitalista estuvo presente, nunca antes había estado en el Ocho y Medio. Mientras intentábamos argumentar una postura crítica desde la investigación, la academia y la práctica creativa, se iban sumando más asistentes. Si el arte precisa de espacios oficiales, o a qué se debe la lectura moralista y estigmatizante de los habitantes de la “carita de Dios” respecto a esta acción; eran cuestionamientos muy amplios. Queda claro que a la institución municipal situaciones como las del metro, la dejan en una muy mala postura. Quito, la capital de los ecuatorianos, a mi criterio es la capital del ilegal y el vandal. Estos son términos para distinguir una pieza de graffiti clásico. Lo que se vio en el metro es un wild style, un old school en términos del mismo movimiento. Y sus realizadores no necesitan de la venia del sistema, por el contrario este les es contrario y ajeno. Quienes realizaron esta pinta, no buscan reconocimiento, ni privilegios; por el contrario su irrupción en las instalaciones de este medio de transporte implica un acto de honor en sus propios códigos. Incluso fue un homenaje póstumo a sus pares de la crew VSK de Colombia. Todo esto demuestra que los sistemas de legitimación de una cultura propia de la urbe, nos son ajenos e incomprensibles. Por demás está decir que el “hacerse ver” término acuñado por Craig Castleman en su obra fundacional Getting UpEl graffiti metropolitano en Nueva Yorkrefiere a la necesidad de marcaje por parte de quienes se reconocen como graffieros, una búsqueda de pertenencia y una forma particular de habitar las calles. Lo más cercano a una explicación basada en la investigación, es decir que el graffiti es hijo de su propio contexto. Hijo de la migración, la globalización, el hip-hop, la caligrafía popular, la desigualdad socio- económica, el skate, el punk y toda herencia que implique resistir.
Más allá del show mediático, la novelería intelectual y la pirotecnia teórica, queda un inmenso sentido de pánico por lo que nos traerá la criminalización de estas prácticas. Qué le espera a las nuevas generaciones, que han encontrado en el graffiti una forma de apropiación del espacio urbano. Represión y una forma estereotipada de mirarlos. Espacios de diálogo como el que se abrió aquella tarde en el Ocho y Medio son cruciales en estos tiempos de odio institucionalizado. Es necesario deponer posturas de gueto y abrirnos a otras narrativas, apostar al encuentro e intercambio de ideas. Nuestra cita en el Ocho y Medio terminaba, las explicaciones sobran quizá porque quienes ponen el cuerpo y la vida en el asfalto nunca estarán presentes. Lo único que podemos concluir es que mientras intentamos sin conseguir dar una explicación al devenir orgánico de la ciudad, allá afuera alguien más sigue rayando.

Comments

comments

X