Por Christian León
Hoy por hoy, muchas de las películas que se estrenan son óperas primas. A pesar de ello, las grandes primeras obras escasean.
Todo director tiene una primera película. Sin embargo, hay pocos debuts sorprendentes. La razón es muy sencilla: el cine en tanto actividad industrial exige una alta dosis de experiencia y oficio. Muchos de los grandes directores se hicieron después de realizar decenas de películas y años de experiencia. Expuestas así las cosas, es interesante revisar aquellas óperas primas que redefinieron la forma de hacer cine y dieron a conocer a grandes realizadores del séptimo arte.
Los cuatro mitos fundacionales de la ópera prima son: El Ciudadano Kane realizada por Orson Welles a los 26 años, La Huelga por Sergei Eisenstein a los 27, Los cuatrocientos golpes por François Truffaut a los 27 (en la foto) y Sin aliento filmada por Jean Luc Godard a los 30. Estas cuatro obras maestras crearon la idea de que el cine era un arte de jóvenes. En un momento en el que hacer películas era un negocio basado en la experiencia profesional, estos directores mostraron que la creatividad cuenta tanto como las canas.
Por su puesto, en la actualidad la situación se ha invertido. La industria ambiciona juventud e innovación. Como nunca antes, existen enormes enjambres de realizadores debutantes producidos por el boom de las escuelas de cine, el incremento de fondos públicos para la producción y los espacios abiertos por los festivales. Durante los dos últimos años, en países como España y Argentina más de la mitad de filmes estrenados han sido óperas primas. Los festivales más importantes del mundo se han abocado a descubrir nuevos talentos. A pesar de todo, las grandes primeras obras escasean.
Por esta razón, la muestra Óperas Primas II, que presenta OCHOYMEDIO este mes, continúa con el homenaje a los debuts memorables del cine. Filmes iniciales que en pocos casos anuncian la obra personal e irrepetible de grandes directores. Tal es el caso de Violent Cop (Japón, 1989) de Takeshi Kitano, Veneno (EE.UU., 1991) de Todd Haynes y La vida de Jesús (Francia, 1997) de Bruno Dumont. En estos tres filmes se aprecian ya los rasgos de estilo que luego serán cultivados sistemáticamente por estos tres grandes maestros del pastiche, la parodia y la cita.
En otros casos, las primeras obras marcan una ruptura con los cánones estandarizados que imponen la gran industria del cine. Hay muchas obras cuyo lenguaje precario, juvenil e irreverente se salta todas las convenciones académicas. Pi (Estados Unidos, 1998) de Darren Aronofsky y Pizza, birra, faso (Argentina, 1997) de Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano son dos casos emblemáticos. Aun cuando estos directores finalmente fueron cooptados por las exigencias profesionalizantes de la industria, sus filmes iniciales permanecen como un testimonio de que el arte de hacer cine no tiene normas establecidas.
Las primeras obras dejan ver poderosos talentos que irán puliéndose y transformándose a lo largo de los años. Crimes of the future (Canadá, 1970) muestra a un oscuro Cronenberg seducido por el mundo y las mutaciones corporales, aunque carentes de la sobriedad narrativa de su madurez. La cicatriz (Polonia, 1976) nos presenta a un Kieslowski narrador austero y eficaz todavía en búsqueda de la sofisticación conceptual.
En otros casos, delatan a precoces narradores educados en el cine de género que desde un inicio se proponen jugar con el espectador. Para muestra tres destacados ejemplos que dejaron con la boca abierta a Hollywood y a Iberoamérica: Duelo (EE.UU., 1971) de Steven Spielberg, Nueve reinas (Argentina, 2000) de Fabián Bielinski y Tesis (España, 1996) de Alejandro Amenábar.

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