Por Gabriela Paz y Miño, especial para km 8ymedio.
Tinta Sangre  trata sobre seis romances fallidos que tienen a Quito como escenario.  ¿Por qué elegiste retratar así la ciudad?
Sí, son seis romances contados en cadena, que tienen como escenario a la ciudad. ¿Por qué lo hice así? Porque yo creo que la ciudad la hacen las personas, la gente es como la sangre de un sistema orgánico, que es la ciudad. Cada uno de nosotros pensamos que somos únicos, pero todos tenemos las mismas vidas, las mismas conversaciones, las mismas preocupaciones. Pensamos que somos únicos, que hacemos cosas únicas, que nos enamoramos de manera única. La realidad es que todos vivimos lo mismo, nos enamoramos igual… Esa es la idea de la película. Lo que yo hago es mostrar seis romances en los que los personajes se enamoran en una especie de cadena de relaciones, y en esa cadena hay una transmisión de un montón de cosas, entre ellas, muchas mañas.
Algún rato decías que los quiteños tenemos una manera de ser y de enamorarnos que es un poco cursi, por haber crecido con la cultura de la telenovela…
Sí, pero más bien yo hablaba del cine ecuatoriano en el que hay demasiada cursilería ahorita. Yo más bien estoy tratando de no ser cursi. La cursilería se manifiesta en todo el arte ecuatoriano, y sí creo que es por la tradición de la telenovela que tenemos
¿Cómo escapar de esa cursilería?
Yo creo que, como artistas, esa es una obligación. Quito es la ciudad de la relación de la telenovela, esa cultura se manifiesta todo el tiempo en las relaciones humanas. Tenemos unas existencias de personaje de telenovela que son patéticas a ratos. En Tinta Sangre yo trato justamente de evadir eso.  Creo que el romance, el enamoramiento es una cosa y la cursilería es otra. Yo soy consciente de eso y esa es una forma de evitarlo. Cuando no hay esa consciencia, nos sale la cursilería en la música, nos sale en el arte, en la pintura, en la escultura y en el cine también, claro. Es una estética cursi, y eso es muy desagradable.
Una frase gancho ha sido decir que Tinta Sangre es la primera película  ecuatoriana prohibida para menores de 18 años.  ¿Por qué fue censurada?
El Municipio de Quito la censuró, lo cual a mí me parece exageradísimo. Tú sabes que hay un comité de cesura, las buenas costumbres y la cívica o algo así. Es como cuando García Moreno hizo un comité del buen comportamiento. Sigue existiendo: hay un grupo de gente en el Municipio que califica las películas y a mí me pusieron prohibida para menores de 18. Pedimos una recalificación, pero me volvieron a decir lo mismo. Eso es terrible, por un lado porque te quita una franja de público que es importante: los adolescentes. Pero por otro lado dijimos: “bueno, al menos vamos a aprovechar esto”.
¿Cuáles fueron los argumentos para la censura?
No nos dieron argumentos escritos para nada y la verdad es que tengo una gran incógnita ahí. Me gustaría saber cuáles son las razones. Estoy de acuerdo en que no es una película para niños, pero tampoco es pornografía, que es lo que generalmente se prohíbe a menores de 18 años. Por una parte, también me siento orgulloso de que ese censurador se haya sentido ofendido con mi película. Que este comité se haya escandalizado para mi es excelente (risas). Esta censura dice mucho de la visión de la realidad que tiene el Municipio de Quito y es tenaz porque estos censuradores resultan ser la voz oficial del alcalde de la ciudad.
Tú defiendes el cine como una actividad artesanal, como hacer un sombrero, un tejido… cuidando cada punto. ¿Qué retos te plantea a ti esa forma de hacer cine a la hora de concebir y dirigir un proyecto?
Esta forma de hacer cine, como lo veo yo, pasa por aceptarme como cineasta ecuatoriano, porque aquí no tenemos una industria del cine. Si hay personas  que luchan por una industria, están luchando en el país equivocado porque en Ecuador estamos muy lejos de eso. Falta mucho para eso: pese a la calidad del cine ecuatoriano, ahorita estamos a nivel de un oficio artesanal, de unas microempresas familiares. Cada director tiene una manera de hacer cine, porque estamos inventado esas formas, por eso cada experiencia es única.  Desde que existe el CNC (Consejo Nacional de Cine), hay una profesionalización del medio. Sin embargo, a mí me encanta que sea un oficio artesanal porque de esa forma yo soy el responsable de todos los pasos y de todas las etapas de la película. Hay un montón de decisiones estéticas y conceptuales que las tomo yo. Por un lado eso me da mucha libertad, pero por otro también hay restricciones porque esto tiene que ver directamente con el presupuesto. Y aunque al final, después de 2 o 3 años de trabajo, el proyecto termina siendo grande, igual son proyectos todavía artesanales.

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