Por Paulina Simon Torres
Muchas formas para definir a la rutina. En Whisky, de Pablo Stoll y el fallecido Juan Pablo Rebella, hay melancolía y espera.
Hay una serie de términos para definir la rutina. Depende mucho de hacia dónde se inclinen los adjetivos para que pase por melancólica y contemplativa, o sencillamente aburrida y sedentaria. Sería cuestión de una sola palabra decidir si la vida común se acerca peligrosamente al desánimo o si una buena dosis de calma hace a la rutina una cualidad elevada.
La película uruguaya Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll es un ejemplo preciso de aquella posible calificación de rutina. Bastaría un adjetivo para definir si la esencia de la película radica en el recogimiento casi místico de los personajes o en un devenir lento y repetitivo de las situaciones cotidianas.
Jacobo, alto, delgado, demacrado, de movimientos torpes, es el dueño de una fábrica de medias que se mantiene con dificultad y extrema modestia. Marta, pequeña, menuda, precisa en sus comentarios, es empleada de Jacobo desde hace tanto tiempo que sus movimientos en torno a la existencia laboral están sincronizados como si de ellos dependiera el equilibrio de la vida.
La calle vacía. Marta espera la llegada de Jacobo de pie frente a la puerta corrediza. Él llega, saludan secamente, levantan la puerta, ingresan a un local reducido y oscuro, encienden las luces, empieza la jornada y prácticamente termina del mismo modo. Y así sucesivamente se repite día a día, sin excepción.
Hasta aquí, la palabra que podría calificar la rutina de ambos personajes es sin duda, adormecedora. Sin embargo, hay algo en la narración de estos ritos fríos y memorizados que resulta intrigante. El modo lineal de contar, el encuadre perfecto, inmóvil, sin el más mínimo temblor. Hay un no sé qué en las miradas de los personajes, acongojadas y llenas de dudas, que anticipa un despertar. Este despertar consiste en una propuesta fuera de lo común, que pese a ser tan extraña no sorprende sino solo al espectador. Jacobo, quien se comunica con gran dificultad y cruza un mínimo de palabras al día con Marta, le pide que se haga pasar por su esposa para recibir la visita del hermano exitoso que viene de Brasil.
Nada fuera de lo común. El tono melancólico continúa pero el silencio interrumpido por la alegría moderada de Herman, el hermano, lleva a un nuevo nivel la rutina e intensifica las connotaciones de la inmovilidad de la vida. Hay un grado de tensión que se rompe al encender un cigarrillo, con Leonardo Favio y llovía, llovía, con el día en la playa cuando se conocían…
De la larga serie de términos para definir rutina, los que hablan sobre Whisky llevan implícito un ánimo de drama sostenido por la espera. Términos que bordean la línea que divide la quietud de la sorpresa.
La inmovilidad de este cine, de esta historia, de los rostros y gestos impávidos del mundo común, funciona como un manifiesto, como una llamada de atención sobre los pliegues de las cosas, sobre la vida de los objetos ordinarios y las historias que, a punto de morir, devuelven la fe a los incrédulos y a los cinéfilos que podemos vivir gracias a un cine que no mata, pero acecha.

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