Por Joce Deux
En una tarde de verano, una niña (la protagonista) descansa sobre el césped mientras una vaca pasta a su lado. La estampa veraniega muestra un instante suspendido fuera del tiempo y su caos, pero la música anuncia que algo viene. Y siempre, luego de la paz, algún viso de tormenta ocasionará que toda esa comodidad bucólica se convierta en estrés, ansiedad y vulnerabilidad, focalizado desde los ojos de la niña que, instantes atrás, sonreía. Luego, se le hará difícil sostener ese esbozo de tranquilidad en su rostro.
Cuento de verano es un cortometraje de animación de diez minutos, realizado por la directora georgiana Yana Ugrekhelidze, y que es parte de la programación  del cuarto festival internacional de cine de Quito FICQ 2019, fuera de competencia. La película estuvo en el festival de Oberhausen, en Dok Leipzig, entre otros y ahora se estrena en Ecuador. 
El detonante da forma a la única decisión que ella puede tomar, huir, escapar, sobrevivir. Esta narrativa clásica enriquece su formalidad a causa de la poética de la animación y la profundidad que puede causar cada uno de sus cuadros, hasta moldear esta tragedia que no deja de punzar la herida. Antes fueron los dioses, luego las instituciones los regentes que obligan a la heroína a tomar decisiones y a equivocarse en su camino, o a darse cuenta de que es un hamster en una rueda de donde no puede escapar. En este caso, la fuerza en contra con la que lucha la protagonista es la repercusión abstracta de una fuerza que no tiene moral, la guerra.
La construcción humana nos desnuda y nos pone frente a miles de preguntas sobre nuestra empatía y sensibilidad.  
Como digresión, es importante para el imaginario de lo que es el cine emplear distintos formatos narrativos y darles la importancia necesaria. El cortometraje es un caudal de emociones, una narrativa como una flecha que no tiene tiempo para discurrir, sino para profundizar. Kiarostami entre sus rodajes de largometrajes realizaba cortos, ¿por qué?, por el simple hecho del juego constante. Hay relatos de corto aliento que pueden llegar muy lejos, y en estas cismas, Cuento de Verano alcanza universalidad y persistencia.
El cortometraje no tiene diálogos, no los necesita.  Los matices emocionales radican en la composición musical, que hace pareja con la intención del personaje y la atmósfera. Las herramientas expresivas propias de la animación ponen en relieve a las imágenes como si fuesen pinturas naif colgadas en un parque central en un país que se está desplomando.
La técnica que utiliza Ugrekhelidze para dar vida a este universo es la animación por recorte. Una técnica antigua donde se secciona la silueta del personaje y sus extremidades para luego “coserlas” nuevamente y  darle articulaciones. Quizás la técnica tenga que ver con este universo entrecortado, una marioneta que discurre en el espacio dramático donde se evidencian los hilos que mueven el destino de la protagonista.
¿Cuál es la amenaza que interrumpe este mundo núbil? Yo lo resumiría con: el poder. Esa fuerza que busca inequívocamente su conveniencia: poder por poder, y debajo de las suelas de este rector que persigue engordar sus glosas entorpecidas de expansión económica, política, militar, están las víctimas que no pensaron que algo así también les sucedería a ellos. 
Después de perder todo lo que se pueda perder, la protagonista (no olvidemos que es una niña), entiende que eso que alguna vez tuvo no volverá y ella se ocupa de retenerlo dándose aliento, dándose afecto, entristecida por el vacío. 
Luego de ver el cortometraje es imposible no pensar en todas las tragedias humanas, como la migración masiva venezolana, siria las guerras que aparecen en latitudes distintas y que nos increpan. Pero aún así tenemos tiempo de cerrar los ojos y disfrutar ese instante de sosiego que también puede ser una gran trampa.
Cuento de Verano,  del verano que no volverá a ser, nos interpela, por cuánto tiempo podemos mantener los ojos cerrados y negar que la tormenta también puede despeinar nuestras almas.

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