Por Paulina Simon Torres
 Los hermanos Dardenne vuelven a reflexionar sobre la marginalidad en El niño.
Silencio, miseria, instinto de supervivencia, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne parecen ser sinónimo de todo aquello que Cannes aprecia en una película merecedora de la Palma de Oro. En 1999 los hermanos belgas conquistaron ese premio con su película Rosetta. En 2002 estuvieron en selección oficial por Le fils y en 2005 alcanzaron una vez más la Palma dorada con El niño.
Con un estilo limpio, sobrio y austero los hermanos Dardenne llevan al cine historias complicadas en relación a la sociedad, pero básicas en cuanto al ser humano y su naturaleza. El niñoparte de la problemática de la paternidad o la usa como la justificación para demostrar que en una sociedad fría y moderna, la ternura estereotípica de los infantes no tiene lugar sobre la libertad y el placer.
Esta película retrata una realidad social, sin convertirse en una denuncia; solo en la representación de las carencias y las inclinaciones más viscerales de dos jóvenes inocentes hasta el punto de la irracionalidad. Bruno y Sonia acaban de tener un hijo, el pequeño Jimmy. Ella acaba de salir del hospital con el bebé en brazos y no encuentra al padre por ningún lado, el departamento donde viven juntos, está arrendado a una pareja por el fin de semana. Finalmente, sin demasiada impaciencia y sin conflicto Sonia encuentra a Bruno debajo de un puente donde se oculta y esconde la evidencia de sus atracos diarios.
La pareja de adolescentes tiene un modo de comunicarse casi primitivo, tan elemental y escueto como el modo en el que son observados por la cámara. Deambulan por una ciudad gris, con aspecto industrial sin casi nada que decirse, ningún plan por delante, alguno que otro bolso o compra que robar y un recién nacido a cuestas.
Frente a la incertidumbre, el ambiente invernal y la simpleza de los padres el público no puede hacer más que continuar paciente, como lo hacen los directores, expectantes de nuevas frases dichas al aire, de pequeñas decisiones que son apenas una manera disimulada de seguir con la rutina.
Si bien toda la trama gira en torno al infante, él es apenas un elemento, una mercadería, un producto de las caricias torpes de sus padres que puede negociarse con gran facilidad en el mercado negro de la adopción. La naturalidad con la que se expone cada pequeño crimen, cada error y duda, no deja sitio para la reflexión, para el giro de tuerca que uno esperaría en las personalidades de los protagonistas y menos aún para una decorosa redención en beneficio de la moral. No existe juicio posible: los progenitores son seres sin pasado, están solos en un mundo que les ofrece el bienestar de la seguridad social que provee el Estado y ninguna alternativa clara frente a la marginalidad.
Tanto la película como la anécdota son apenas circunstancias de la supervivencia y no existe un panfleto de ética que arroje luz sobre el destino.
Con una cámara que hace las veces de narrador testigo y la ausencia total de música, la historia transcurre sin quiebres sino hasta el final que puede ser la única reacción sorpresiva del protagonista.
El estilo de los hermanos Dardenne, tanto en El niñocomo en Rosettadeja la impresión de que las historias han sido elegidas al azar en una abundante franja de vidas marginales. La ambientación de cada una realza la posibilidad de encontrar decadencia en cada rincón de estas ciudades anónimas. En El niño, ser padre o no, no es la cuestión como uno creería. Sobrevivir a uno mismo y la inocencia casi inverosímil es en verdad la cuestión.

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