Made in USA 4: The Dream Machine

Alfil toma Reina, Caballo toma Alfil. Jaque mate.
Y gracias por una tan agradable partida.

Hal 9000
 

ENTRADA LIBRE

Estrenada en 1968, 2001: Odisea del espacio marcó su época por el sumo cuidado que su autor, Stanley Kubrick, puso en cada aspecto de la producción para poder realizar una película de anticipación científicamente justa. Ya sea a nivel de los mecanismos de filmación que en la construcción de los decorados o en la elaboración de los efectos visuales y sonoros, 2001 introdujo o contribuyó a desarrollar un conjunto de innovaciones que hacen de la película en sí misma una proeza técnica y una celebración del ingenio del homo faber. A nivel de la trama, sin embargo, la relación entre el hombre y la técnica se expresa en un modo más ambiguo o ambivalente, entre la seducción y el rechazo, entre la fascinación y la desconfianza.
La película arranca con una introducción que nos sitúa en un pasado muy remoto, a los albores de la humanidad. En una tierra árida y hostil, un grupo de primates descubre un misterioso monolito de origen extraterrestre. El temor inicial que les causa la presencia del artefacto se convierte pronto en curiosidad, y ésta, a su vez, da lugar a una forma superior de inteligencia. En un plano especialmente evocador, vemos a un miembro del grupo manipular unas osamentas, constatar que un hueso duro destroza a otro más débil, y comprender, por primera vez, que puede usarlo, ya sea como una herramienta para facilitar su subsistencia, o como un instrumento para someter a sus semejantes. La secuencia culmina cuando el homínido, en un gesto de júbilo triunfante, lanza su hueso hacia el cielo. Un corte conecta la imagen del arma prehistórica con la de un satélite que atraviesa el espacio, proyectándonos sin transición hacia un universo futurista e híper-tecnificado.
Con esta introducción, la película sugiere que la humanidad se define tanto por su inteligencia como por su propensión a la violencia, y que su capacidad de invención puede servir por igual a los fines más nobles y a los más terribles. Durante el resto de la película, de hecho, el principal antagonista de los personajes ya no será ni el entorno hostil ni los otros seres humanos, y ni siquiera una hipotética forma de vida extraterrestre, sino una súper computadora dotada de inteligencia artificial y de un sistema de síntesis vocal: HAL 9000, una máquina creada por los hombres que pone en riesgo una misión espacial al creer que piensa por sí misma.
Desde su primera edición, el ciclo «Made in USA» se ha propuesto celebrar el genio del cine estadounidense mediante una programación de películas que desmienten la supuesta disociación entre la lógica industrial de los estudios y la calidad artística o la audacia creadora, focalizando, por el contrario, en los lazos estrechos y fecundos que unen a esos falsos contrarios. En esta nueva entrega, que hemos llamado «The Dream Machine» (La Máquina de los sueños), la muestra se articula específicamente en torno a los desarrollos técnicos que, impulsados por el sistema hollywoodiense, han transformado en profundidad las maneras en que el cine se fabrica, se expresa y se consume.
Si el cine ha caminado siempre de la mano de las evoluciones técnicas y ha sido un gran promotor de su desarrollo, lo es también (y especialmente) porque ha sabido re-definirse y hasta perfeccionarse para hacer frente a aquellos avances que ponían en riesgo su porvenir, como sucedió por ejemplo con la sincronización del sonido en respuesta a la popularización de la radio, o con la adopción del color y el gran formato horizontal para contrarrestar la arremetida de la televisión. Las 12 películas seleccionadas para esta muestra, todas virtuosamente ejecutadas y que gozaron de una amplia popularidad, se caracterizan ya sea por haber sido pioneras en la innovación técnica o por haber dado un giro inédito a tecnologías ya existentes. Pero son películas que han sabido además, cada una en su tiempo y a su manera, trascender el simple espectáculo tecno-centrado y proponer, más bien, una mirada aguda y hasta crítica sobre la tecnificación triunfante.
La película más antigua de la muestra es Alas (William A. Wellman, 1927), un film-bisagra rodado bajo el sistema del cine mudo pero estrenado ya con una pista sonora agregada en post-producción. Ganadora del primer Oscar de la historia a la mejor película, Alas impresionó entonces por sus complejos movimientos de cámara, sus elaboradas tomas aéreas y el carácter épico de sus escenas de batallas, aspectos que requirieron en cada caso el desarrollo de maquinarias especiales que, en el mismo film, son utilizadas lo mismo con fines espectaculares que para apuntalar la denunciación de la violencia y la deshumanización que porta la guerra (véase por ejemplo la escena en la que la cámara, entonces pesadísima, pareciera flotar entre numerosos personajes sentados en un café hasta revelarnos, al final del trayecto, la embriaguez de un soldado).
La siguiente película cronológicamente hablando es Las Cazafortunas de 1933, firmada por Mervyn LeRoy pero co-realizada por Busby Berkeley, su director de coreografía, cuya impronta estilística e ingeniosidad técnica prácticamente definieron por completo el género de la comedia musical estadounidense. La película concentra algunas de las más notables contribuciones introducidas por Berkeley: decorados rotativos sobre los que danzan decenas de personas, dispositivos para realizar tomas desde ángulos inhabituales y controlar los desplazamientos de la cámara, utilización de espejos para romper la geometría del espacio o para desmultiplicar los cuerpos, dando lugar a verdaderos caleidoscopios humanos, etc. Más allá de un relato que pudiera parecer ligero y hasta frívolo, su tratamiento consigue abordar en filigrana situaciones tan graves como el desempleo, la prostitución, la soledad acrecentadas tras la Gran Depresión.
Realizada en 1935, Los Tiempos modernos es la segunda película sonora de Charles Chaplin (luego de Las Luces de la ciudad), y la última en la que encarnaría a su personaje característico del Vagabundo. Intuyendo que los diálogos grabados en idiomas distintos atentarían contra la universalidad de la imagen, Chaplin fue un acérrimo crítico del «cine parlante», y en esta película, al igual que en la precedente, lejos de ceder a los imperativos industriales, recurre al sonido en total contradicción con las convenciones, usándolo no para comunicar las palabras sino para subrayar la potencia de la expresión no verbal. Este escepticismo lúcido ante el progreso técnico se expresa también en la historia filmada, que acompaña al Vagabundo en su descubrimiento del trabajo en línea que aliena al obrero y lo convierte en una extensión de la máquina, cuando no en su esclavo .
En cuanto a Ciudadano Kane (Orson Welles, 1940), una de las películas más comentadas de la historia, cabría aquí simplemente recordar que una de sus mayores cualidades reside en la perfecta conjunción de la innovación técnica con los requerimientos de la historia. La película afirmó por ejemplo el uso narrativo del campo profundo, que incita al espectador a recorrer el espacio fílmico y a atribuir por sí mismo la prioridad entre elementos situados en planos distintos. Así mismo, la película multiplica los ángulos de las tomas y alterna entre lentes de gran ángulo y macros para desorientar la percepción y convocar la imaginación al juego. Todo en función de un relato poético, casi surrealista, en el que distintos géneros se sobreponen y montado sobre un principio de variaciones y resonancias, a la manera de una pieza musical.
Además de la ya mencionada 2001, la muestra se completa con otras seis películas rodadas entre la década de 1970 y nuestros días, todas dotadas de grandes cualidades pero que, por limitaciones de espacio, apenas puedo aquí evocar de manera sucinta: Westworld (Michael Crichton, 1973), una fábula tecno-escéptica ambientada en un parque de diversiones que simula para clientes ricos una experiencia inmersiva en el Salvaje Oeste, y primera película en haber utilizado la imagen generada por ordenador (CGI). Tiburón (Steven Spielberg, 1975), primer verdadero blockbuster de la era contemporánea, en el que son los recursos fílmicos y no el tiburón mecánico los que conducen la acción, moldean las emociones y suscitan el terror.
Lejos de los defectos siempre demasiado visibles de los «animatronics», el film Toy Story (John Lasseter, 1995) marcó un giro mayor en la historia del cine por el perfeccionamiento de la CGI y al ser el primer largometraje de animación realizado mediante computadoras. Cuatro años más tarde, la película Matrix (Lana y Lili Wachowsky, 1999) imagina un universo en el que la realidad y la ilusión son indiscernibles mediante una lograda integración de tomas reales con imaginería de computadora, especialmente notable en el famoso efecto «bullet time» que se desarrolló específicamente para la película. Al otro extremo, The Blair Witch Project (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), fue una película de bajo presupuesto que resultó extremadamente rentable, cuyo gran mérito reposa en una eficiente re-apropiación de las cámaras caseras para dotarse de un aspecto documental y en una estrategia de marketing viral sorprendente en un tiempo en el que el internet era todavía balbuciente.
Las dos películas más recientes de la muestra presentan dos visiones contradictorias ante la normalización de la imagen digital en el cine contemporáneo. Allí donde la producción de Avatar (James Cameron, 2009) inventó la tercera generación del cine en relieve e hizo avanzar las imágenes de síntesis, Inception (Christopher Nolan, 2010) cristaliza la determinación de su realizador por seguir indagando en la potencialidad de las tomas reales y el celuloide. Si la primera usa las nuevas tecnologías para «explorar» un mundo fuera del nuestro pero que se le parece, la segunda lo hace para reflexionar sobre el carácter siempre engañoso de las imágenes y para mostrarnos el mundo como nunca, o solo en sueños, lo hemos visto.
Significativamente, esta edición de Made in USA tendrá lugar en un momento en que los trabajadores del cine en EEUU se muestran especialmente inquietos ante dos nuevos saltos tecnológicos que amenazan a su profesión y que parecen imparables: la difusión del cine en las plataformas de streaming, y la generación de imágenes e historias mediante la inteligencia artificial. La amenaza es sin duda real, y es previsible que el cine se verá pronto transformado en profundidad. Pero las películas que hemos seleccionado no sólo dan testimonio de la capacidad del cine para acompañar el desarrollo tecnológico, sino también para imaginar sus más perniciosas derivas y permitirnos experimentarlas antes de que existan realmente. En el epílogo de 2001, un cosmonauta que logra burlar la fría racionalidad de HAL 9000 penetra en un universo en el que los acontecimientos se encadenan sin lógica aparente, en el que lo sensorial prima por sobre la mecánica del lenguaje, y en el que la técnica pareciera estar, nuevamente, al servicio de los sueños.
Alexis Moreano

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