Por Rafael Barriga
Prometeo deportado, nueva película del ecuatoriano Fernando Mieles encierra, en sus permanentes alegorías y metáforas, a los hijos de un país que los echó. El cine de Mieles es a la vez virtuoso, comprometido y accesible. 
He aquí una película que no tiene ningún reparo en examinar el espíritu de las muchas formas de ser de los ecuatorianos, y que –dentro de la importancia y trascendencia de ese acto– no deja de entretener ni presentar un cine hecho con gran calidad.
Prometeo deportado es la nueva película de Fernando Mieles, director que ya había removido el tablero del cine ecuatoriano hace un poco más de un año al presentar su lúcido documental Descartes. Departiendo del cine realizado con nada o casi nada, Mieles hace Prometeo deportado en condiciones diferentes: una película de buen presupuesto y fuertemente equipada con los mejores mecanismos de producción disponibles en el Ecuador. Ese salto no ha hecho que Mieles, de ninguna forma, ponga en compromiso el fuerte acento personal de sus películas y su particular forma de expresarse cinematográficamente. Su cine es, claramente, un cine de autor. En cada imagen y secuencia de Prometeo deportado, en cada diálogo y acción, está su muy curiosa forma de ver el mundo, y en esta película imprime algo de su experiencia personal. A él lo vemos, en la primera secuencia de su película, en primer plano, entregando su pasaporte al agente de migración de turno, explicando que es realizador de películas. Sabemos desde allí que lo que se narra a continuación es su mirada a los delicados y absurdos hechos que siguen.
Detrás de un argumento cinematográfico muy simple, hay cosas de gran profundidad en esta película. En el aeropuerto de un país europeo ficticio llega un avión. Algunos –o todos– sus pasajeros son ecuatorianos. Sin explicaciones, estos son recluidos en una sala de espera, aguardando su deportación inexorable, o que la pesada puerta metálica de la sala se abra para que sean libres en el primer mundo. Cada uno de estos seres lleva una causa, un sentimiento, una expectativa, un recuerdo. Mieles los retrata a todos, boceteando –en esa gran diversidad– las  hechuras de la composición espiritual y física del Ecuador contemporáneo, y a la vez, negando la posibilidad de encasillar a todos estos seres bajo una sola nacionalidad o antecedente nacional. Llegan más aviones del Ecuador, y la sala de espera va llenándose. El miedo se junta con el caos, la risa con la lágrima, el brindis con el puñete.
Para contar esta historia, Mieles ha creado una película coral, en donde hay por lo menos14 personajes principales, docenas de personajes secundarios, y cientos de figurantes, todos provenientes de diversos caminos y lugares, condiciones sociales y razas. La convivencia de estos en un espacio reducido es ambientada con la dosis justa de dignidad y sordidez, contradicción que solo es espejo del alma colectiva de estos ecuatorianos exiliados y encerrados. En esta reclusión, los más bajos sentimientos afloran y se juntan con la valentía y la decencia. Todo tiene doble lado: cuando hay orden, la respuesta es el caos, cuando hay violencia, la salida es el amor. Mieles narra estas cosas con precisión y, en varios y prolongados pasajes del filme, con virtuosismo cinematográfico. Planos y contraplanos extensos, de milimétrica coordinación en escenas con varias docenas de actores y extras; cámaras que se despliegan a sus anchas y que impiden que la monotonía propia del espacio y el tiempo de la trama contagien la emoción de la que está impregnada la película; inserción de elementos que funcionan como catalizadores de esa emoción –como los emotivos videos caseros que nos muestran a los que se quedaron, a las familias de los náufragos de este aeropuerto–. Mieles construye su narrativa como en el teatro griego: las acciones se suman unas sobre otras, hasta crear un acopio multitudinario de trastornos que necesariamente derivan en tragedia. Y al mismo tiempo, Mieles no esconde ser objeto de la influencia del absurdo, de películas como El ángel exterminador de Luis Buñuel, en donde, como en la película de Mieles, un grupo de personajes se encuentra sitiado sin saber porqué, ni cómo saldrá de ese encierro. Tragedia y absurdo: el destino que parece perseguir a los ecuatorianos náufragos en el aeropuerto primer mundista, y por extensión, a todos los compatriotas en todo lo ancho y largo de ese país de la línea imaginaria, como repite la película, destrozado y acechado por varios siglos de derrotas perversas.
Mieles es particularmente efectivo al narrar las diferencias que separan a los coterráneos, que se dividen en todo: raza, credo, filiación política, visión del mundo, socialización, nivel cultural y mucho más. Allí, en el micromundo de Mieles, conviven las doñas creyentes y el mago de circo pobre, el hombre del maletín y el deportista estrella, la pareja arribista y el intelectual de poca monta, la modelo queriendo ser celebridad y el hombre medio queriendo ser alguien. Y a pesar de esas diferencias, llega un momento en el filme donde Mieles se toma el trabajo de ser optimista: el alimento escaso es repartido organizadamente; el tedio de un momento de tensión pasa a ser fiesta, en donde unos se hermanan con otros, al compás de la marcha tocada por una banda de guerra. Pronto, sin embargo, el caos se apodera de todo y súbitamente, en la sala de espera del aeropuerto primer mundista, se instala el fracaso rotundo del proyecto de país. Prometeo deportado no tiene compasión para narrar el bochorno. Mieles cambia entonces de protagonistas: el hombre del maletín y los guardaespaldas del presidente de la República de turno, al servicio de la oligarquía de siempre, dan su propio golpe de estado y empiezan a desgobernar la sala de espera. Mieles narra la historia del Ecuador, a la altura en que Prometeo deportado, los sabemos los espectadores, es ya un brillante juego de parábolas, alegorías y metáforas de la desgracia del Ecuador de finales del siglo veinte.
A pesar de la complejidad narrativa y temática de la película, Mieles hace grandes esfuerzos por no desconectarla de los potenciales grandes y numerosos públicos para los que ha sido realizada. La sofisticación de su texto y su dirección está basada en el carácter popular de sus personajes, hechos a imagen y semejanza de aquellos que provienen de la vida real, y con los que el espectador promedio no tendrá problemas en relacionarse, más cuando el material temático relaciona a casi todos los ecuatorianos que tenemos un familiar, un amigo, un amor que se perdió en la diáspora. Quizás esa es la intención principal y final de Mieles: recordarlos.
Anexo
Donde la producción y la estética se juntan
La producción de Prometeo deportado fue, como toda película con altas expectativas y motivaciones, compleja. Todo empezó cuando el propio realizador, Fernando Mieles, fue deportado. “En el 93 yo había terminado de estudiar cine en Cuba. Todo mi pasado era teatral y literario y no sabía qué iba a hacer con un título de director de cine bajo el brazo aquí en Ecuador. Entonces surgió una oportunidad -que no lo era tanto ni estaba definida- y me fui para Portugal, sin pasaje de retorno, vía Barajas donde me detuvieron. No sé cuantas horas pasaron pero para mi fue una eternidad. Encima con las ocho o diez horas de diferencia perdí totalmente la noción del tiempo”, dice Mieles. Desde allí, escribió la historia, su historia, que devino en 18 versiones del guión de Prometeo deportado.
En el camino, encontró a la productora Oderay Game, con amplia experiencia en la producción audiovisual. “Fue un automático ‘¡yo quiero producir esta película!, quiero ver a estos personajes con vida, quiero dejar lo que hago ahora y andar este camino’. Me pareció un regalo de la vida que esta sea mi primera película como productora”, señala Game. Como co-productor ejecutivo está Martín Schwartz, quien es exhibidor y distribuidor, jefe de la operación de cines de la Corporación El Rosado. “Para mi Martín es otro enamorado de esta historia.  Cuando él leyó el guión me habló de su disposición y deseo de apoyar la película. Lo hizo desde el comienzo. Cuando estábamos en la preproducción y ha seguido siendo así en cada etapa, involucrado con entusiasmo en la promoción y las formas de ampliar públicos para Prometeo deportado.  Ha sido una relación clara e independiente a la vez. Yo puedo decir que para la película no pudo haber un mejor aliado en este viaje”, dice Oderay Game.
Esta película se ha hecho con cerca de $ 800 000, una cifra alta para el medio. Para Mieles, que había hecho sus anteriores películas con muy pocos recursos económicos, esta era su primera experiencia dirigiendo una película grande. Mieles expresa que “Prometeo no podía haber sido hecho de otra manera. Cada proyecto tiene sus propias características. Y creo que lo rico es encontrar el punto donde esquema de producción y propuesta estética se encuentran, alimentan, protegen y generan algo nuevo, único, con vida propia”.

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