Por Fausto Rivera Yánez
Con el pelo cenizo y la cara desvencijada, Salvador Mallo (Antonio Banderas) aparece  sumergido bajo una piscina en medio de la noche. Está sentado con los brazos extendidos horizontalmente, como si emulara una crucifixión que parece no dolerle. Sus ojos permanecen serenamente cerrados bajo el agua, mientras su memoria comienza a viajar hacia la infancia, justo al momento cuando él está en el borde de un riachuelo jugando con unos peces y su madre, interpretada por Penélope Cruz, lava la ropa junto con otras tres mujeres que cantan coplas. 
El pequeño Salvador las mira asombrado, soltando risitas llenas de destellos de alegría. Él sabe que esas mujeres lo quieren y lo protegerán. Él sabe que ellas serán su refugio y condena. Él, se le nota en la mirada limpia, ha comenzada a proyectarse en ellas.  En otro momento de la infancia, el pequeño Salvador vivirá su primer deseo, ese amortiguamiento que paraliza el pecho, seca el aliento, rompe las piernas, despierta montañas. Él verá a un hombre cobrizo  bañarse y la temperatura de su diminuto cuerpo alcanzará un grado que no descenderá jamás. Su vida, de ahora en adelante, no dejará de arder.  
Dolor y Gloria, la más reciente película de Pedro Almodóvar, y, seguramente, uno de sus trabajos contemporáneos más elevados, disecciona a Salvador, un director de cine exitoso que llegó a un punto de su vida en el que todo ha colapsado: debe lidiar con sus dolencias físicas y afectivas; la vejez lo enfrentará con el recuerdo de su lúcida infancia; las incertidumbres sobre su trabajo lo pondrán contra la pared, de rodillas ante sus drogas; un viejo amor desafiará su presente; y el cuidado de las mujeres será, de nuevo, su refugio y condena.  
Salvador es un hombre real. Sufre. Resiste. Ama. Se arrepiente. Desea. Se contradice. Recuerda. Lucha. Abandona. Da la espalda. Trabaja. Lastima. Se droga. Regresa. Y, en ese transitar de acciones aceleradas,  no hay restricciones morales posibles. Así son muchos de los hombres del mundo plástico de Almodóvar.
Sujetos no acartonados que han moldeado una identidad elástica, una masculinidad que fácilmente puede volver de un punto hacia otro. Son sujetos movidos por el deseo, por esa pulsión primigenia que no perdona nada ni a nadie. Son hombres que cambian, como todo lo que les rodea. 
Y, también, son hombres que se construyen en oposición a la mujer, ya sea madre, pareja, amiga. Son hombres que son mujeres, divinas. Son hombres que son madres y que no dejan de remediar sus relaciones familiares. Son asesinos. Son ausencias. Son hombres que no le temen al mar, a la noche, al pasado. Son hombres travestis, que aman a Luz Casal. Son niños, jóvenes y viejos que no dejan de aprender ni de arrepentirse. Son mal educados. Son hombres que recuerdan mucho, quizás demasiado. Son machos y son locas. Son totales. 

Javier Cámara en Hable con ella

Si bien la obra fílmica de Almodóvar ha gravitado alrededor de la identidad femenina y de sus conflictos –sobre todo de la maternidad-, la presencia masculina ha sido un quiebre que ha ido ocupando mayor terreno para reflexionar sobre una masculinidad torcida, divorciada del prototipo alfa con el que se construye al amante, al padre, al esposo. Y, para eso, Almodóvar se ha valido de actores fundamentales que se han convertido en sus lazarillos, en los nuevos modelos de generaciones menos prejuiciadas, más auténticas: Antonio Banderas (La piel que habito, La ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios o Átame), Javier Cámara (Hable con ella, La mala educación o Los amantes pasajeros), Javier Bardem (Carne trémula), Eusebio Poncela (La ley del deseo), Gael García Bernal (La mala educación) o Miguel Bosé (Tacones lejanos).
“La maternidad seguirá como tema recurrente en futuras películas. Cuando pienso en protagonistas masculinos, me salen mucho más sombríos. Veo en los hombres algo mucho más triste y más turbio que en las mujeres”, ha dicho Almodóvar en sus entrevistas, remarcando que esa exploración artística de lo que es “ser hombre” es un camino inacabado, que requiere de una mayor revisión.

Miguel Bosé en Tacones lejanos

Portada: Antonio Banderas en Dolor y Gloria

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