Por María Fernanda Restrepo
María Fernanda Restrepo narra cómo han sido sus vivencias en el torbellino de terminar y estrenar su documental Con mi corazón en Yambo.
Hace un año seguía editando el corte final de Con mi corazón en Yambo junto a Carla Valencia que, entregada, tomó la posta de Iván Mora M., quien había dado su talento durante largos meses de edición. El trabajo era desbordante, asfixiante por momentos, doloroso en otros. Debíamos apartarnos, retomarlo, verlo desde afuera. ¿Cómo lograr ver desde afuera cuando era una historia que marcó la historia, que marcó nuestras vidas, nuestras muertes, y ahora estaban ahí, en cada cuadro? ¿Qué quitar? ¿Cómo decidir, si aún quedaban 10 películas más por fuera? Sigo escogiendo interminables imágenes de archivo de dos padres que transformaron la impotencia en fuerza. En memoria. En cada archivo que descubro, veo sus rostros decididos, con las lágrimas secas. Aborrecen la resignación, la lástima. Entonces, mis dudas de si presentar o no esta historia, desaparecen. Puedo volver a dormir, porque esto es lo que me han enseñado toda su vida. ¿Cómo huir de esta historia? Había que mostrarla a la ciudad que la vio durante décadas en esa plaza de miércoles. Al país. Un país que perdió tanto como país.
En ese convencerse de no tirar la toalla muchos pusieron su hombro. Hablo de Randi Krarup, de Fernanda Sosa, Coco Laso y más, que se convierten en hermanos, que lo aguantan todo, que me ayudan a encontrarme. Así llegamos a un primer corte de 5 horas, luego a uno de 3h20 con Iván, que pese a tener su película a punto de rodar seguía ahí con la ternura. Finalmente Carla entró con la estructura, con su visión clara. Creo que parte del “éxito”, si así se puede llamar, fue que cada uno de los que trabajaron aquí estaban convencidos, desde el corazón.
Llegamos al corte final de 2h15. Otra vez la inseguridad, la cuesta arriba. ¿Quién verá este ladrillo? ¿Aceptarán los cines proyectarla? Aquí no había seguridad en nada. Hacer cine en sí es estar convencido de gozar y perder. No se diga un largo documental. Fuimos cine por cine a ofrecer “un documental de 2h15, pero, creemos que puede gustar”. Los dueños de las grandes cadenas nos miraban escépticos. Dos convencidos: Cinemark y Ochoymedio. Sin más, aceptaron. Empezaron a abrirse las puertas más cerradas. A una semana antes del estreno, habían cines que seguían incrédulos y aceptaron a último momento. Imagino que en rollo “filántropo”, y no tan convencidos de que iría público. Pusieron una condición: la película durará 3 semanas en cartelera, en las principales ciudades. En todas duró más de 3 semanas. En Quito, más de 8 semanas. No salgo del asombro. Pero más que la cantidad de gente, es todo lo que ha logrado remover. Quería hacer una historia para todos, pero la historia en sí ya era complicada. Pensaba, “bueno, al menos los que vivieron la época entenderán”. Y cuando empecé a ver que los cines se llenaban de jóvenes, de hij@s, de abuel@s, los que vivieron y los que no, estaban ahí, y gritaban indignados en la sala, aplaudían o salían desbordados en sentimientos. Estos 4 años de trabajo valieron. Pero sobre todo, han valido esos 24 años de memoria inclaudicable, por amor absoluto a lo único que vale la pena en la vida: los hijos, los hermanos, la familia.
El 7 de enero presentaremos Con mi corazón en Yambo, con un conversatorio final en Ochoymedio. Un día antes, de que se cumplan 24 años de la desaparición de Santiago y Andrés, quienes al menos están vivos en las nuevas conciencias que abrieron su corazón y vieron este documental. Recordamos, para no morir.

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