Por Orisel Castro
El cine es un medio espectral. Las imágenes que vemos proyectadas sobre la tela blanca sucedieron antes y ahora aparecen en presente, en movimiento, repitiendo ademanes, miradas, colores y rostros que ya no existen. Son fantasmas. A veces uno no lo siente, hay un cine que envuelve en la historia, en la identificación aristotélica, que esconde las costuras, los cortes y se propone que olvidemos que estamos viendo una película, que media una cámara, una puesta en escena, una interpretación y un soporte material. Otro cine, menos conocido, se regodea en el fantasma, en la impresión sobre el celuloide, en las marcas que dan cuenta del peso, de las fechas, de las reacciones químicas, de la exposición, de la luz, del paso del tiempo. Para Jonas Mekas, que vivió hasta los 96 años inspirando a varias generaciones de cineastas con sus poéticas visiones y extractos de experiencia, esas marcas fueron siempre visibles. Ahora que ha muerto, entra oficialmente en el panteón de los maestros que han creado caminos y formas para la posteridad, aunque desde hace mucho su nombre y su espíritu se invocan por miles de seguidores de su influencia.
Esa combinación, que es en cierta medida inherente y esencial al cine, es lo que despiertan la obra y la figura de Jonas Mekas. Una fuerza de lo frágil, una inmensidad de lo minúsculo. Por eso su película se llama “Mientras avanzaba, ocasionalmente vi pequeños destellos de belleza”, como una declaración de principios que al mismo tiempo es un poema y un testamento. Mekas es un fantasma luminoso. Su obra, su manifiesto, sus ojos resplandecen con esa felicidad que siempre estaba buscando, grabando en el material fotosensible. Acumulaba imágenes de esos instantes y las tejía con frases de su mirada con trazos de tiempo, como entradas de un diario o versos de realidad. El movimiento frenético de esos pedazos de pasado en presente contagian siempre una vitalidad de algo misterioso, que ya no es. La voz y su recitación cadenciosa, con acento de migrante que mira desde afuera y desde el mismo corazón beat al unísono, devela la revisión nostálgica y resalta la resonancia de los momentos cotidianos que trascienden su tiempo.
El día que murió Jonas Mekas, mi Facebook se llenó de fotos, de películas caseras, de fragmentos, de pequeños gestos de amor y de ofrendas en miniatura para el maestro. Por un instante desaparecieron todas las malas noticias, las denuncias, el pesimismo por la humanidad y por el mundo. Era como estar viendo una de sus piezas en que unas manos siembran flores, una niña baila en una fiesta familiar, una pareja se sumerge entre las olas al atardecer. Todo se llenaba de pequeños fulgores, de palabras íntimas escritas al vuelo, de tachaduras, dibujos y marcas, de clamores y de comunión. Muchos recordamos lo que nos despertó descubrirlo, que era descubrir la posibilidad de un cine distinto, de una forma de vivir y de mirar alrededor. Muchos nos encontramos y ese día la aparición despertó una sensación de tristeza y alegría de moverse hacia adelante mientras se recogen breves destellos de belleza.

Comments

comments

X