Por Mauro Cerbino
Texto originalmente publicado en el Diario El Telégrafo de Guayaquil.
No se parece a ninguna de las películas a las que la cinematografía ecuatoriana nos ha acostumbrado. Es probable que por esto haya sido objeto de un ostracismo que le ha impedido entrar aún en los círculos convencionales del cine ecuatoriano. Este, en el corto tiempo de su desarrollo, ha sobre todo representando los contenidos “autorizados” de una cierta idea del país. Lo ha hecho haciendo referencia a la “legitimidad” que la literatura o la sociología ofrecen para el efecto. El resultado ha sido una producción cinematográfica costumbrista basada en un folclorismo antropológico que estriba en el sostenimiento de estereotipos.
Ninguna película se había atrevido a una operación de deconstrucción tan radical, de deconstruir contenidos que pertenecen a una visión histórica ecuatoriana que, demasiado apuradamente y sin crítica, los ha asumido como los únicos e incuestionables ingredientes que sostendrían el “alma nacional”. El trabajo de Miguel Alvear y Patricio Andrade subvierte desde adentro los emblemas de esa alma, los muestra contaminados e híbridos, quitando piso al anquilosado sentido del folclor nacional. La propuesta de Blak Mama es una pregunta ontológica que obliga a reabrir la cuestión del sentido construido en torno a la memoria histórica del país. Es una propuesta que desconfía o se burla del discurso que pretende fijar el signo de lo popular como algo dado y que simplemente se reproduce por medio de rituales litúrgicos, de aquellos que atraen a turistas. Blak Mama se rehúsa a un fácil coqueteo al espectador e invita a sacudir la aletargada conciencia de quienes se acostumbraron a disfrutar divertidos de los referentes simbólicos de la “patria”. De aquellos que prefieren no hacer ningún esfuerzo para armar nuevos rompecabezas, con unas piezas – cuyas formas distorsionadas, exageradas y grotescas que son las que propone Blak Mama –vuelven irreconocible el producto final. El filme se sostiene en una estrategia narrativa no lineal, sin historia secuencial. Solo nos guían algunos signos que se desplazan sin cesar. Se trata del despliegue de elementos yuxtapuestos que invita a recorrer los atrevidos, irregulares a veces oníricos y fantasiosos trayectos del sentido.
El guión se ha ido elaborando sobre la marcha de una larga realización, alimentada en cada momento por imprevistos “descubrimientos” de nuevos escenarios en los que ubicar nuevos signos o desarmar viejos “vicios”. Blak Mama ofrece varias claves de lectura y, aunque ninguna sobresale, una se me dio con claridad. De todos los libros que terminan despedazados por los recicladores de papel, hay uno sin título que queda íntegro; contiene algunos poemas de Jorge Enrique Adoum. Ahí Blak lee: “preguntan de dónde soy y no sé que responder, de tanto no tener nada no tengo de donde ser. Ni tierra ni casa, siembra ni oficio -viene el recuerdo y pasa pero se queda conmigo- pasa y se queda el río”. Esta cita permite entender algo de un trabajo que cuestiona la consecuencialidad de cualquier narración y que en su lugar invoca saltos y sobreposición de planos, los que, generados gracias a un estupendo montaje, desorientan a ratos y, que sin embargo, alimentan los avatares de una ontología ecuatoriana impensada.

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