Por Daniel Kersffeld*
La Segunda Guerra Mundial produjo la migración forzada de buena parte de las elites académicas, culturales y científicas de las poblaciones europeas involucradas. Un recuento de cómo Ecuador se beneficio de la migración judía y sus aportes a las ciencias, el arte y la cultura política del país.
Entre 1914 y 1945 el continente europeo vivió dos guerras mundiales y se caracterizó por el ascenso al poder de gobiernos autoritarios y de regímenes totalitarios que causaron la emigración forzada de buena parte de sus poblaciones y de modo más específico, de sus élites académicas, científicas y culturales. Por el contrario, fueron aquellas naciones que en principio estaban alejadas del conflicto bélico y que mantuvieron una política más abierta y tendiente a la incorporación de los extranjeros, las que se verían más beneficiadas durante estos trágicos años de la historia europea. Tal como lo enfatiza el historiador inglés Peter Burke, se trató de un período de “pérdidas y ganancias”, en el que aquellas sociedades europeas bajo dictaduras vivieron una sangría del conocimiento a favor de los Estados Unidos y, en un amplio sentido, de los países latinoamericanos.
La migración de judíos a Ecuador mantuvo rasgos distintivos, lo que le dio especificidad en el contexto regional. Aunque hay evidencia de presencia hebrea en el país al menos desde fines del siglo XIX, el incremento de la población judía se dinamizó, sobre todo, con la llegada del nazismo al gobierno de Alemania en 1933.
Tempranamente, el primer gobierno de José María Velasco Ibarra invitó a científicos judíos de origen alemán a radicarse en el Ecuador, un gesto solidario y de apertura que prefiguraría la política humanitaria seguida en este país ya en tiempos de guerra. Sería, con todo, la Noche de los Cristales Rotos, ocurrida entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, el acontecimiento que operaría como catalizador del exilio judío en Ecuador. Aquel triste suceso produjo toda una serie de reacciones de los gobiernos totalitarios europeos en contra de las poblaciones judías locales.
Así, en la segunda mitad de 1938 fueron aprobadas las Leyes Raciales por el régimen fascista de Benito Mussolini, con las que se iniciaron una serie de restricciones hacia una población que no había sido cuestionada en su pertenencia a la nación italiana. Por otro lado, las sucesivas anexiones alemanas de Austria y de parte del territorio checoslovaco, que también tuvieron lugar ese año, forzaron a las colectividades hebreas a nuevos desplazamientos y a una migración masiva hacia América. En tanto la declaración de ‘indeseables’ y sospechosos hacia los judíos radicados en Francia pero de origen alemán y austríaco, operó como una invitación para dejar aquel país.
Finalmente, el inicio de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939 se convirtió en el último eslabón de la cadena de acontecimientos que motivaría la salida de los judíos de Europa. La situación resultaba altamente compleja: no sólo no existía la predisposición de otros gobiernos para recibir a quienes habían quedado librados a su suerte, en una política cada vez más agresiva por parte del nazismo y de sus regímenes satélites, sino que además su condición legal era sumamente confusa, bajo la denominación de ‘apátridas’ y sin pasaportes ni visas, documentos fundamentales para su supervivencia.
Entre 1933 y 1945, según estudios realizados por la Universidad Hebrea de Jerusalén, habrían llegado al Ecuador alrededor de 3.200 judíos, mayoritariamente provenientes de Alemania, Checoslovaquia y Austria, aunque en un número menor también hubo otros procedentes de Italia, Rumania, Hungría, Polonia, Francia y Rusia. Para concretar esta migración resultó fundamental la labor diplomática de Ecuador en varios países europeos pero sobre todo, el compromiso solidario de cónsules como Manuel Antonio Muñoz Borrero, nombrado como “Justo entre las Naciones” por Yad Vashem (institución dedicada a la memoria de las víctimas del Holocausto), y reincorporado en noviembre de 2018, post mortem, al servicio diplomático. Cómo él, otros representantes ecuatorianos ayudaron a salvar las vidas de judíos perseguidos en Europa, sin contar además con la labor arriesgada y desinteresada de cónsuleshonorarios, en algunos casos, también de origen judío.
Lo que más se destacó en este colectivo de inmigrantes fue la alta proporción de destacados representantes de los ámbitos científico, cultural, académico y artístico; de diversas profesiones liberales, como la medicina y el derecho; así como también con una innovadora visión empresarial. En un plazo muy corto de tiempo, el país se nutrió de ingenieros, arquitectos, químicos, biólogos, físicos, matemáticos, agrónomos, abogados, médicos, veterinarios, antropólogos, arqueólogos, ensayistas, novelistas, dramaturgos, pintores, editores, periodistas, estadísticos, etc. Se trataba de inmigrantes con un alto nivel cultural, en algunos casos, pertenecientes a las élites intelectuales de sus países de origen. Gracias a su presencia, a su tenacidad y a su capacidad innovadora, con ellos nacieron disciplinas, carreras universitarias, y nuevos emprendimientos comerciales y empresariales.
Así, los recién llegados impulsaron especialidades o fundaron campos de conocimiento como la endocrinología, la radiología, la farmacología, la parasitología, la radiofonía, la planificación urbana, la investigación y el ejercicio pionero de los derechos de autor, el periodismo de investigación, el teatro experimental y el sistema previsional para los futuros pensionados del Ecuador.En cuanto a lo empresarial, no sólo se diversificó la oferta por la importación de productos, sino que se aplicaron nuevas estrategias de venta y de consumo, en tanto que se incentivó la producción industrial a través de actividades en algunos casos totalmente innovadoras como la siderurgia, la fabricación de pinturas y anilinas o el desarrollo de la manufactura textil.
De este modo, y en poco más de una década, se generó una nueva élite que, a nivel científico, cultural y empresarial, posibilitó que el país diera un acelerado salto hacia la Modernidad, determinado por un nuevo paradigma de desempeño profesional y académico, y por pautas de consumo y de producción novedosas destinadas tanto a la satisfacción de necesidades materiales urgentes, como al ocio y la recreación. Sin embargo, así como este camino estuvo por lo general coronado por el éxito, también hay que tomar en cuenta aquellos fracasos que una vez concluida la guerra determinaron una nueva inmigración de judíos procedentes de Ecuador hacia los Estados Unidos, los países europeos y, posteriormente, el Estado de Israel.
Pero más allá de los aportes realizados, es importante analizar el fenómeno de la migración judía en la conformación de la nacionalidad ecuatoriana. En este sentido, y pese (o tal vez, gracias) al inevitable choque cultural provocado por la presencia de este creciente número de extranjeros, la colectividad judía contribuyó a la ampliación de una idea de nación que, hasta entonces, se definía, en términos excluyentes, a partir de una matriz católica e hispánica. Así, la presencia cada vez más notoria de una comunidad judía que se forjó institucionalmente en 1938, aportó a un proyecto concreto de modernización y cosmopolitismo y, a partir del diálogo, a recrear los valores de la apertura y la inclusión hacia los otros, fundamentos de la democracia moderna en Ecuador.
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