Tiene la expresión de una flor
la voz de un pájaro y
el alma como luna llena
de un mes de abril.
Jeannete
Corazón de poeta
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Pedro Lemebel
Manifiesto
Por María Fernanda Ampuero
Pedro nuestro que estás en los cielos, protege mi diferencia.  
A veces tengo ganas de llorar y entonces me acuerdo de que te prendiste fuego a ti mismo. Lloro igual, pero tu llama da calorcito a la cara, chapuda llorona –¿dónde están mis hijos?–, mientras caen las lágrimas. Qué difícil envejecer, taita, la yegua vieja no es apocalipsis ni es nada. Está sola y eso es todo. Da lastimita. La locura y los años se llevan mal, taita.   
A pesar de eso, las marginales, las raras, fantoches de señoras, nos pintamos las pestañas, los morros –de rojo putísima– y salimos a la calle:
Vieja ridícula. 
Ridícula tu madre. 
Vieja puta. 
Eso sí. 
Las marginales te tenemos un altarcito, taita, le ponemos boas de plumas, poemas reaccionarios, casetes de Jeanette y Pimpinela, pestañas postizas, bidones de gasolina, spray para pintar las paredes, esmalte nacarado, pisco y puchos. Anarquía y lentejuelas, papi. Le ponemos también papelitos con nuestra plegaria: que no nos maten en la calle, que no nos maten en la casa, que no nos maten. Antes de salir rezamos un Pedro nuestro: 
Pedro nuestro que estás en los cielos, protege mi rebeldía.
Nunca estuviste más vivo, taita, que de muerto. Chile es un estallido aquí y ahora como ayer y entonces y en las voces de todos, de todas, de todes, está la tuya pidiendo justicia, pidiendo que se vayan a la mierda.  
¿Te acuerdas de esos tiempos? Las yeguas cabalgaban, desnudaban el cuerpo para desnudar el alma, se arrancaban el pelo con cera, se pintaban las tripas sobre las tripas. Los tiempos esos han vuelto, taita, nunca se fueron. Nunca se fueron y nunca te fuiste. 
Eres más ahora que nunca.
Inmortal marica.  
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y esa es mi venganza. 
Tu venganza también fue quedarte, Pedro nuestro. 
Tú lo profetizaste:  
Nuestros muertos están cada día más vivos, cada día más jóvenes, cada día más frescos, como si rejuvenecieran siempre en un eco subterráneo que los canta, en una canción de amor que los renace, en un temblor de abrazos y sudor de manos, donde no se seca la humedad porfiada de su recuerdo. 
Tu venganza pirotécnica fue que ese pobre homosexual que no podía aspirar a algo más que ser peluquero se haya convertido en el dios de los outsiders, de las locas, de los anárquicos, de los inconformes, de las activistas, de los que ponen el culo, de las que ponen las tetas –de Mon Laferte, taita–, de las del pañuelo verde, de los de la bandera de colores, de los que, como tú decías, tienen la puta rebeldía de ser quienes son. 
De los, las y les.
Pedro nuestro que estás en los cielos, protege mi coherencia.
¿Quién te iba a decir que con tu corona de jeringuillas llegarías a reinar entre nosotras? ¿Quién te iba a decir, taita, que serías la reina madre de las inapropiadas? Bienaventuradas las locas porque ellas conocerán a Lemebel. 
Pedrito, Pedrita, Pedrite, te quedaste en las paredes de Santiago como las siluetas de Pompeya, te quedaste en los equipos de sonido con las canciones románticas que hacen suspirar a las que están en carne viva, te quedaste en la subversión, en la reunión en la que se bebe vino barato y se pintan carteles contra el odio, te quedaste en el bramido de las manifestaciones, en las ventanas de la que sale Te recuerdo Amanda, te quedaste en el puño levantado que pide dimisión conchetumadre, dimisión, te quedaste en las cicatrices, en la huelga indefinida, en los himnos revolucionarios, en los abrazos de los vivos y los muertos. 
Te quedaste, sobre todo, en la rabia. 
Pedro nuestro que estás en los cielos, protege mi fiereza. 
Estarías todo loco, taita, de ver lo que está pasando, del mundo de mierda que ha dado tantas vueltas y el fascismo bien firme en cada una de ellas y también, qué diablos, cuánto goce te darían estos tiempos de género fluido, de periféricos ondeando arcoíris en el centro, de chicos y chicos por la calle de la mano, de la primavera de las diferencias.  
Tú lo decías: 
“Hay que soltar algunas perversiones y obscenidades para sobrevivir. Llenos de cámaras, de micrófonos, de policías a caballo y en moto, aun así se permean deseos subterráneos que la ciudad necesita y merece para resistir el estrés paranoico del neoliberalismo”.
Taita, poco a poco se va cumpliendo el sueño y es todo mierda pero un poquito menos mierda por gente como tú. 
Luchaste, luchamos, lucharán. 
Los niños de la alita rota, tus niños, madre Pedro, están llegando a un mundo menos cerdo, un mundo que aprende a no destruir a los que son lo que son. Hay que ser optimista como las lentejuelas, padre Pedro, hay que mirar con ojos ahumados de delineador, frente en alto, rosas rojas. Hay que tener fe, Pedro nuestro, para no morir cada día.   
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
Amén. 

 

Pedro Lemebel
Escritor, artista visual y pionero del movimiento queer en Latinoamérica, sacudió la conservadora sociedad de Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet a fines de los 80. El cuerpo, la sangre y el fuego fueron protagonistas de una obra que en sus últimos ocho años de vida quiso perpetuar en una película que no alcanzó a ver. En un viaje íntimo y político a través de sus arriesgadas performances sobre homosexualidad y derechos humanos, el documental Lemebel de Joanna Reposi, (Chile, 2019)  retrata la culminación de un anhelo, la inmortalidad, el mismo que será presentado en Ochoymedio en el mes de abril de 2020.
Premios
– Teddy Award, Berlinale, 2019
– First Cut Award, Festival Internacional de Documentales de Santiago, 2017
– Premio del público Alphapanda, Docs in Progress, Visions Du Réel, 2017
– Premio Sonamos, Work in Progress, Conecta 2017

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