Por Daniel Montenegro
El cine ha estado ligado irreprochablemente a la literatura desde sus inicios. Muchos dirán incluso que el cine es literatura, o una reinvención de ella. A pesar de ello siempre ha existido un cierto esceptisismo con respecto a las adaptaciones literarias en el gran público. Con el reciente premio Nobel otorgado al novelista y cuentista popular chino Mo Yan, han aparecido innumerables menciones a sus adaptaciones cinematográficas, y con ello la eterna y tormentosa discusión de la ineficacia del cine para transmitir la escencia de su obra. Se puede estar o no de acuerdo con esta opinión, sin embargo este arte hija de las artes a veces nos presenta insospechadas sorpresas, y una de ellas es la película tailandesa Last Life in the Universe del cineasta Pen Ek. Inspirado en La última lagartija , un cuento infantil japonés, la película es un inquietante coqueteo con la muerte de Kenji, un joven obsesivo compulsivo exiliado en Bangkok.
Con una delicadeza extravagante, la historia comienza con Kenji rejocijado, suponiéndose a sí mismo ahorcado por una soga, mientras narra (en off) sus razones, o ausencia de ellas, para el extrangulamiento. El suicidio lo rodea en cada uno de sus actos, cada objeto, cada espacio es justificación suficiente para relacionarlo con su muerte. En una de aquellas divagaciones, sobre un puente, según recuerda el cuento de la lagaritja y roza el abismo, cruza la mirada con una joven conflictuada que es brutalmente atropellada en frente suyo y de Noi, su hermana.
Esta tragedia da inicio a una relación de lo más peculiar, no solo por las circunstancias de su encuentro sino también por lo diametralmente opuesto de sus características, además del detalle de la incompatibilidad idiomática, pues ni Kenji habla Tailandés ni Noi japonés, lo que los lleva a relacionarse en un mediocre y confuso inglés. Aún así, consiguen socaparse mutuamente sus respectivos sufrimientos, capturando magistralmente la frase del cuento de Mishima, donde la lagartija piensa para sí misma “es mejor estar con tus enemigos que estar solo”. La película, al fin y al cabo, es un ensayo dramático sobre la soledad.
El cuento funciona como hilo conductor de la película no solo a nivel discursivo, sino tambien a niver dramático. Kenji lleva el libro a todos lados y no es sino hasta el encuentro con Noi, que el libro (físico) desaparece, entonces Pen Ek decide dar un respiro al personaje y dejar que la historia sea una especie de contestación al mismo.
Y entonces tenemos que una adaptación no es una repetición o una vulgar interpretación, sino un diálogo. Y ahí es donde hace realmente sentido llevar una obra literaria a la gran pantalla, en esa necesidad de contestar o reforzar un discurso, una idea, una historia, que siempre estará incompleta. En la literatura, como en el cine, la pintura, la música y tantas formas como se presenten, nunca hay final. Aquello de responder preguntas ya quedará para otros, ya que el oficio del artista no es otro que dialogar, conversar consigo mismo y, si se tiene suerte, con algún que otro aventurado.
Por si no fuera suficiente, para los amantes de la fotografía cabe agregar que el Director de Fotografía es el australiano Cristopher Doyle que, como es usual en su quehacer, hace magia con la cámara. Yakuzas, objetos voladores, un pichirilo antiguo, prostitutas, una piscina vacía,  palmeras, Takeshi Miike, libros, y lagartijas, muchas lagartijas, también componen La Ultima Vida en el Universo.
Ah, una cosa más:
La última lagartija
La lagartija despierta y se da cuenta que es la última lagartija viva.
Su familia y sus amigos no están más.
Aquellos quienes no quería,
los que la molestaban en el colegio, tampoco están.
La lagartija está sola.
Añora a su familia y  sus amigos.
Incluso a sus enemigos.
Es preferible estar con tus enemigos que estar solo.
Eso pensó.
Contemplando hacia el ocaso, piensa:
“Cual es el punto de vivir…
si no tengo nadie con quien hablar?
Pero incluso ese pensamiento no significa nada…
cuando eres la última lagartija.
— Yukio Mishima, 三島 由紀夫, 1925-1970

 

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