Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves* Dedicado a Tony Bennett
1.
Hay un castillo en las afueras de Róterdam donde las aguas del río Mosa llegan todavía limpias y el aire parece bendecido. A lo lejos, entre un bosque joven, una fundación nudista suele celebrar ceremonias para curar la sustancia profunda del alma.
Amo desnudarme y mirar mi cuerpo como una escultura del tiempo. Me amo y no necesito que me validen los espejos.
«La cosa más bella, más santa, más poética del mundo es ser sanos», dijo Sainte-Beuve
Ser mujer me ha hecho sentir desde niña que podía tocar el cielo con mis uñas pintadas de rojo caramelo.
Ante hombres poderosos he sentido cómo mi feminidad los humilla y enamora, o mi inteligencia los obliga a pedirme un poco de mi tiempo.
La vida no se trata de acumular juventud, sino sabiduría. He ahí la sustancia de la existencia.
¿Qué es una arruga o una cana ante una neurona bien cargada de conocimiento o experiencia?
Mientras miro mis pezones, de donde colgaron la boca de un niño y una niña, mis hijos, huelo el bosque de árboles viejos. Estoy rodeada de un grupo de mujeres cuyos cuerpos son flácidos, felices, desnudos y sus rostros —sin maquillaje ni botox— revelan un pasado real.
«Aquí somos verdaderas», dice el gurú holandés que nos invita a tomarnos de las manos.
“Somos una misma sustancia: la vida”, exclama mientras se quita la ropa.
2.
Tuve la mala suerte de vivir en Quito en los años ochenta, debido a que mi padre era embajador en aquella pequeña ciudad. En ese tiempo los apagones eran la sustancia de la cotidianidad.
Se iba la luz y venía con capricho. Cuando regresaba, todas las niñas en el barrio gritábamos: “¡Ya llegó la luz!”. Y seguíamos jugando, aunque las sombras nos divertían más.
Supe, debido a las noticias que corren como un cáncer, que nuevamente Ecuador la pasa mal y ahora a oscuras.
Al mismo tiempo se proyecta en la cartelera de Ochoymedio la película ‘La sustancia’, una historia lúgubre de horror corporal que sin duda se volverá un hito, en tanto la asumamos como un ensayo sociológico.
Hace poco tomé un avión con rumbo a Cannes y mientras caminaba por La Croisette, con un hermoso vestido de Karl Otto Lagerfeld, observaba cómo las mujeres se habían bebido ‘litros’ de toxina botulínica (botox).
Sus labios eran, ahora, hocicos prominentes y sus rostros se veían como glúteos rosados.
Mientras caminaba por la inolvidable bahía, refrescada por la deliciosa sombra que regaban los pinos, meditaba en cómo las serpientes mudan mágicamente de piel y cómo algunas amigas se desnudan en la cama, cada año que pasa, con más bochorno de sus gorduras o de esos pellejos que les cuelgan entre pelos y arrugas.
No sabemos la verdadera sustancia de la vida ya que estamos ocupados trabajando y el fin de semana gastando dinero en comprar todo tipo de objetos que nos levanten nuestra alicaída autoestima.
El filme ‘La sustancia’ cuenta cómo Elisabeth Sparkle (Demi Moore), estrella de un programa de aeróbic, cumple 50 años y automáticamente es considerada una escoria, una basura que debe ser desechada de su trabajo, de la vida social, de las cámaras.
Luego, gracias a una inyección, de su espalda saldrá un monstruo bello y joven, que la reventará a patadas hasta matarla.
Esta metáfora nos grafica cómo los jóvenes nos miran a los adultos y nos quieren quitar del camino, a la brava y con sus maestrías que no les quitan para nada lo burros ni lo ‘ministros de la incompetencia’.
3.
La tiranía de ‘ser siempre jóvenes’ nos está matando.
«Hey tú, qué es lo que ves, algo hermoso o algo libre». Marilyn Manson.
4.
Mi madre toca la puerta de mi casa en Nueva York; hace años que no la veo y lo primero que me dice es:
—Se te ha caído una chichi.
Me quedo sin palabras, mirándome la teta.
Juntas reímos. Y nos ponemos a hornear un pastel de manzanas.
No quiero creer que somos nosotras, las mismas mujeres, las que nos prodigamos violencia con mayor oficio y hormonas; y nos exigimos, unas a otras, estar con caritas de Disney y cuerpos de princesas.
No quiero creer que somos las mujeres, las primeras consumidoras de un mundo irreal, maquillado, teñido, tuneado e inyectado de botox.
En la tarde mientras mi madre duerme en la habitación de huéspedes, yo disfruto de mi vibrador (Satisfyer Pro G-Spot Rabbit) en la tina de baño, escuchando ‘Nice And Slow’, de Jesse Green.
¡Cómo extraño a Paco en mi clítoris! Mi macho ibérico. Peludo y simiesco, un alfa tan clásico como un Cadillac. Tiene la sonrisa cínica de Al Pacino y es un lector incondicional de Javier Marías.
Una escena que me quedó marcada de la película ‘La sustancia’ es aquella en que Demi Moore trata de salir con un compañero del colegio, pero luego se arrepiente al sentirse oscura y fea.
Y entonces recordé esta frase de El Marqués de Sade: «El espejo ve a la mujer hermosa, el espejo ama a la mujer; otro espejo ve a la mujer horrible y la odia; y es siempre el mismo cuerpo y ser el que produce ambas impresiones».
5.
‘La sustancia’, cuenta cómo nuestros cuerpos son triturados por fuerzas como la vanidad, el ego o el tiempo.
Cuerpos que se vuelven mantequilla, celulitis, la cáscara de un gusano.
Coralie Fargeat (París, 1976), directora de ‘La sustancia’, apunta a la provocación. Su primer largometraje ‘Revenge’ ya causó revuelo en 2017. Y ahora, en 2024, con ‘La sustancia’ se lanza contra todo ese ideal de juventud/belleza que se vuelve violento y fascista.
‘La sustancia’ es un hito contemporáneo del audiovisual, hecho por una mujer que mete en una licuadora sociología amateur, viejos discursos sobre la cosificación de la mujer y escenas grotescas que pueden sorprender al público.
Esta película —a medio camino ente el cliché, lo kitsch y el comic— está dedicada a todas esas mujeres que piensan que sus glúteos, tetas o sus labios son más importantes que Aristóteles.
6.
La juventud siempre será sobrevalorada. En tanto que la vejez le cuesta mucho dinero al Estado. Y claro, ser viejo significa, según Coralie Fargeat, directora de ‘La sustancia’, un estado de terror.
En la sala de cine, mientras corre la película, no es extraño escuchar gritos, aullidos, y gente a la que le falta la respiración.
Las referencias a Kubrick (‘Resplandor’), Cronenberg (‘La mosca’), Robert Aldrich (‘Qué pasó con Baby Jane’) se suman a elementos góticos, hiperrealistas, comic visual, cine sangriento, cine de horror corporal y una fuerte dosis de discurso feminista a favor de esa mañida y manoseada tesis que reza: “los hombres nos quieren siempre jóvenes y bellas”.
Tesis que pienso que se escribe al revés.
Son algunas mujeres las que se han obsesionado con evitar su edad o maquillar el tiempo atrapado en sus rostros.
La misma Demi Moore aparece en la película con los labios deformes por el botox, cual tilapia de río.
Si algo nos deja claro ‘La sustancia’ es que pagaremos con sangre, humillaciones y mentiras el precio de ser Barbies o ‘quiteñas bonitas’.
Fellini, nuestros padres, los canones de belleza, y hasta el champú ‘Reinapon’ nos han venido educando en esa cárcel de culto al cuerpo y a la cara.
Pero paradójicamente, cuando somos jóvenes nos cuesta tanto celebrar esos primeros años con gratitud.
«Resulta poco frecuente que la juventud se permita una felicidad perfecta», escribió Edith Wharton, en su novela Santuario, de 1903.
7.
Cada era y cada sociología ‘Made in Francia’ busca un culpable y monstruo de todas las desgracias de las mujeres. Harvey Weinstein, en este tiempo, es el rostro visible del acoso a la mujer y de la cosificación.
Curioso que Frank Sinatra, El Che Guevara o el mismísimo J. F. Kennedy no entren en este membrete. Obviamente, la cacería de brujas siempre apunta al más feo, al más espantoso, al más grotesco.
‘La sustancia’ se acuerda de Weinstein (a quien le debemos grandes películas como Pulp Fiction o El talentoso Sr. Ripley).
La película lo cita en uno de sus personajes llamado causalmente Harvey (Dennis Quaid), quien se ocupa de acosar, denigrar y utilizar a mujeres jóvenes ante las cámaras, junto con otros agresores morbosos (todos feos y ancianos, para acentuar el cliché).
La exageración de tales personajes se la debemos a la mente cliché de Coralie Fargeat, mujer que no tiene pudor al reconocer su resentimiento psicológico y manipular el arte para desatarse, furibunda y oportunista (más que oportuna).
8.
Escucho un acetato de Laura Branigan mientras una trans tailandesa me depila el pubis con miel de abejas.
Debido a la falta de luz en Ecuador, la sustancia del debate público se ha centrado en el Todopoderoso, y ahora se debe rezar para que las nubes lloren.
Los ecuatorianos olvidan un poco las sombras y se internan en la penumbra para ver ‘La sustancia’.
Película dramática de terror corporal, ganadora de la Palma de Oro al mejor guion 2024: hay que ver ‘La sustancia’ para entender el paso grotesco y ridículo que ha dado la humanidad decadente en busca de la eterna juventud.
9.
“James Dean: la puta vejez no me cogerá vivo”, titulé ingeniosamente a una de mis primeras columnas hace algún tiempo, y desde luego recibí elogios y un buen cheque.
Desde entonces, no he dejado de denostar la senectud, pero jamás se me ocurriría deformarme la cara o el cuerpo con el farsante objetivo de mentir mi edad.
Ya lo dijo Bette Davis: “La vejez no es lugar para blandos”.
El mundo hoy es paradójicamente joven (plagado de filtros), en tanto el planeta es viejo y moribundo: y se secan los ríos, se queman los bosques, se mueren los animales y se avecinan otras epidemias virales y químicas.
Pero, nosotras, imbéciles y con diseño de sonrisas, seguimos preocupadas por mejorar nuestro culo (y nuestra billetera). ¡Esa es nuestra sustancia!
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.