Por Christian León
En alguna ocasión, Camilo Luzuriaga decía que los cineastas ecuatorianos no asumen su condición de intelectuales. Creo que la cosa es mucho peor. En nuestro país hacer cine está en camino de convertirse en un ejercicio técnico divorciado del trabajo intelectual. Por esta razón es gratificante encontrase con un documental como Memoria de Quito de Mauricio Velasco. El filme, estreno exclusivo de Ochoymedio, es una sobria reflexión sobre los usos políticos de la imagen, sobre la construcción de la memoria, sobre las historias no contadas de la población indígena dentro del relato fundacional de nuestra ciudad capital.
Una fotografía de una mujer indígena que permanece desnuda y de pie expuesta a la mirada escrutadora de una cámara es el origen de una compleja indagación. El documentalista se pregunta quién puede haber sido esta mujer de la cual solo queda un registro fotográfico sobre un pedazo de papel ajado. En la búsqueda de esa respuesta se despliega un denso tejido de asociaciones que confrontan al presente con el pasado, al mestizo con el indígena, la identidad con su sombra.
Por su condición de indígena, mujer y malformada, la fotografiada seguramente estuvo sometida a una triple discriminación. Su vida fue insignificante para la historia, el poder y la ciudad. El documental, cumple entonces la función de dotar de significado a ese ser insignificante. La imagen se convierte así en un síntoma de los traumas culturales, sociales e históricos de nuestra sociedad marcada aun por una mentalidad colonial. A través de un juego de relaciones emerge poco a poco y de forma sutil el racismo, la discriminación y la exclusión característica de la muy noble ciudad de Quito.
Partiendo de la tesis de Walter Benjamin que dice que todo documento de civilización es documento de barbarie, Velasco analiza y deconstruye la violencia simbólica que está detrás de imágenes aparentemente anodinas. Dibujos, pinturas coloniales, fotografías y filmes de archivo, fragmentos de programas de televisión son puestos en diálogo con una serie de discursos críticos. La voz reflexiva del documentalista y las opiniones de una serie de estudiosos, historiadores y dirigentes indígenas, desvirtúan la neutralidad de las imágenes. A través de los álbumes de la ciudad, del patrimonio cultural, de la regeneración urbana, el filme muestra cómo las élites ilustradas concibieron al indígena como un lastre cultural a ser erradicado.
Tras su indagación el documentalista llega a una sola certeza. Nunca llegamos a saber nada de esta indígena ni del hijo que lleva en el vientre. De ella no se conserva nada, ni su nombre, ni su edad, ni dirección. Excepto esta fotografía, quizá tomada por algún medico higienista con la finalidad de estudiar y regenerar a la raza indígena. Esta fotografía es parte de una historia no escrita, de un pasado repleto de vidas insignificantes que la ciudad moderna y civilizada preferiría olvidar. Memoria de Quito, es un ejercicio intelectual que nos recuerda que el olvido siempre deja huellas.

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