Por Gabriela Alemán 
El cine Ochoymedio se suma a las celebraciones por el centenario del nacimiento de uno de los más grandes escritores ecuatorianos del siglo XX.  César Dávila Andrade (1918-1967)  alcanzó su cima en la poesía pero es en su narrativa donde abre un tajo que deja al descubierto las profundas capas de violencia simbólica, económica y social del mundo rural y urbano ecuatoriano. Por esa herida supuran hombres-chanchos, minotauros que deambulan por el laberinto de la capital tras el rastro sangriento de una muchacha asesinada, moscas que crecen como plantas en la habitación de una mujer desahuciada, aves de rapiña que se avientan al vacío siguiendo un código de honor ancestral. Los animales son uno con César Dávila Andrade, el faquir.  
La muestra propuesta por el Ochoymedio busca entrelazar los intereses de Dávila Andrade con el cine de cinco directores de tradiciones y épocas distintas.
Si bien la narrativa, con altos vuelos líricos, de El faquir tiene onda relación con el Ecuador, sus temáticas son universales: la violencia ligada a la explotación capitalista, la animalidad subyacente al ser humano, la hermandad tejida a través del alcohol, la continua transformación de lo nuevo en viejo y la figura del desplazado que vive en los márgenes de la sociedad. Esta selección da un paso más allá e hilvana esos temas con la edición de Bestiario, un homenaje de la Editorial El Fakir a la narrativa corta de Dávila Andrade. La colección reúne cinco de sus cuentos trasladados al cómic y a la narrativa ilustrada: Ataúd de cartón, El cóndor ciego, La batalla, Vinatería del Pacífico y Cabeza de gallo. En Bestiario las figuras perturbadoras de los animales davilianos se acercan a construcciones arquetípicas que encuentran resonancia en las películas de Melville, Greenaway, de Andrade, Cronenberg y Béla Tarr.
En Ataúd de cartón las raíces violentas de la sociedad quedan al descubierto a lo largo de la narración, un hombre mata a una mujer y a un bebé y nada ocurre; pareciera que el reguero de sangre responde a un llamado ancestral que el asesino sabe que quedará impune: “Y yo aquí, bebiendo, a ver qué pasa…y no pasa nada…¡nada!”. En la magistral Las armonías de Werckmeister de Béla Tarr, en la larga escena de la cantina, un escenario similar al que cierra el cuento de Dávila Andrade, queda muy claro que la ilusión de una sociedad estable está siendo continuamente acechada por la violencia cercana.
El cóndor ciego, “parecía dormitar sobre sus poderosos tarsos, emplumados hasta los talones…Su cresta estaba hinchada aún de sangre rapaz; pero sus ojos velados por la membrana nictitante, aparecían contradictorios…Contemplaba el sol de un abril lejano, casi vapor de sol y de recuerdos…Como un relámpago negro descendió de un solo rasgo los mil quinientos metros que le separaban de la víctima…Meditaba la tarde cuando regresaron…El ciego ascendía serenamente, adivinando la inmensa candela de la tarde. Ya era una sola mancha horizontal contra la ilimitada transparencia…Enseguida, sabiéndose sobre el abismo, cerró las alas de golpe”. La narración de Dávila Andrade es un largo recuento de una poderosa ave de rapiña, venerada en el pasado,  que se sabe debilitada y opta por el suicidio. El samurái de  Melville sigue el camino de un “samurái” citadino que acepta su fin y no lucha contra él. La polisémica obra de El faquir encuentra varios puntos de encuentro con ese solitario personaje, interpretado por Alain Delon, que se sabe perdido.
El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante de Peter Greenaway es una película excesiva tanto en colores como olores y violencia. En el centro móvil de la trama está un hombre que se convierte en festín, su destino marcado por la porqueriza; en La batalla de Dávila Andrade los chachos proliferan, son los arquetipos del macho, del que usurpa y no conoce la ternura: “Juntas huirían de los hombres, especialmente del hombre-animal-padrastro y del hombre-animal-hermano y de todos los puercos, cuyos cuerpos veía confundidos y refundidos en uno solo.” Ambas obras conjugan violencia y hornado y dialogan con todos los jugos de una cena puesta en su punto. 
En La mosca de Cronenberg el cuerpo humano y animal están en constante exhibición, tanto en su fuerza como debilidad. Una vez que la transformación se ha efectuado, no hay vuelta atrás. Vinatería del Pacífico es un cuento de umbrales, de pasos irrecuperables, de cuerpos enfermos destinados a la muerte. Cronenberg y El faquir se cruzan en más de un diálogo y escena. 
Cabeza de gallo es un cuento barroco circunscrito al mundo de lo popular; está cruzado por la tradición andina y por una violencia simbólica condensada en la figura de un gallo enterrado, condenado a ser descabezado por la fuerza bruta de un hombre ciego y un palo. Macunaíma de Pedro de Andrade, basado en la novela homónima de Mário de Andrade, supura riqueza semiótica, es una película rabelesiana y violenta; cercana al Movimiento Antropófago que buscaba incorporar “lo extraño” a lo nacional. Nada es lo que parece: lo negro se vuelve blanco, la selva cede a la ciudad, lo viejo se arrastra frente a lo nuevo. Tanto la obra del ecuatoriano como la del brasileño juegan al escondite, resulta imposible encontrar un solo significado a la riquísima baraja que sirven los tres Andrades.

 

Un evento performático se presentará el sábado 8 de diciembre a las 20:00. Álex Alvear tocará en vivo una canción compuesta específicamente para el evento mientras Carlos Villarreal Kwasek, desde Suecia, pintará un cuadro (en diálogo con de Andrade, El faquir y Alvear), al tiempo que, Gabriela Alemán, en el escenario, leerá el cuento El cóndor ciego; seguirá la proyección de Macunaíma. Será una ocasión para unir música, pintura, cine y texto literario dentro de los enunciados del Movimiento Antropófago: pensar en lo foráneo como propio para “digerir” lo diferente. Este encuentro entre Ecuador, Brasil, Francia, Inglaterra, Canadá y Hungría resulta especialmente urgente.

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