Por Rafael Barriga
El Cantante le hace un flaco favor al contar la vida del rey de la puntualidad. Pero cuando recrea su música, lo hace con homenaje.
Era en Filadelfia, en 1993. Las radios locales apenas si mencionaron la presentación de nada menos que Héctor Lavoe y su orquesta, en un bar del decaído centro de la ciudad. Lavoe ya estaba muerto en vida en ese momento. Luego de caer, seis años antes, del noveno piso del Hotel Regency de San Juan de Puerto Rico, Lavoe quedó paralítico en una silla de ruedas. Además, se había fracturado en varias partes su mandíbula lo que, a pesar de decenas de cirugías, hacía su dicción muy mala. Estaba enfermo de Sida. En la tarima el espectáculo, realizado pocos meses antes de la muerte de Lavoe, era más consecuente con el de un circo que con el de las legendarias presentaciones de otrora, cuando el cantante se entregaba hasta el final. Dos canciones y faltó poco para que el respetable lance frutas. Antes tiraban flores. El empresario le pagó al cantante, como luego trascendería en el ambiente latino, trescientos dólares.
Héctor Lavoe fue, hasta el final de su carrera, un talento de diamante, conminado a la estafa barata del empresario de turno. Héctor Pérez, natural de Ponce, se había convertido muy joven en notable figura del fenómeno salsoso de los setentas. Haciendo tandemy beneficiado de la agudeza de Willie Colón, Lavoe fue vocalista preferido en Nueva York, y luego, en la expansión del movimiento, en toda América Latina. Vendió millones de discos y llenó decenas de estadios. Sistemáticamente, empresarios como Jerry Massucci, el dueño de Fania Records, disquera que monopolizó y se apropió del “boom” tropical, explotaron, a veces a base de engaños, a Lavoe, y a su lado, a la gran mayoría de estrellas que cosechó Fania. Soneros de gran potencia y pegue popular como Lavoe, Pete “El Conde” Rodríguez, Ismael “Maelo” Rivera y un largo etcétera, están hasta hoy en el imaginario colectivo de un continente. Y cuando murieron, hubo que pasar el sombrero para poder enterrarlos.
Con la fama –esa que nadie puede comprender, cantaba Lavoe– empezó la tragedia. El cantante hizo uso y abuso de drogas, sexo, tabaco, alcohol y comida, lo que le afectó en todos los niveles excepto en el musical. El día que Héctor Lavoe quería cantar, lo hacía como nadie. Con Colón se apuntó algunas de las más imaginativas y sorprendentes interpretaciones de toda la Salsa. Lo hizo a través de trabajo duro y efectivo. En sus éxitos de solista, casi siempre con los arreglos y la dirección de Colón, Lavoe cantaba con ironía su vida: “yo soy el cantante, vamos a celebrar”; “he bebido de cervezas, un mar de botellas”; “yo soy un estuche de monería”.
Muchos años después de su muerte, aparece en el mundo Lavoeano las celebridades de Jennifer López y Marc Anthony. Ellos pretendían con El cantante, recuperar la memoria puertorriqueña y americana de Lavoe, aquella que, sin embargo, no había sido olvidada por nadie. En el intento, la pareja –que pronto serán padres por primera vez– prefirieron contar el sueño americano del joven e ingenuo Héctor Pérez, que gracias a estar tocado por los ángeles, y cantar como las sirenas, llega a ser semi-dios y a conseguir la vieja quimera. De ahí todo va para abajo. La película se dedica a narrar, en toda su segunda mitad, el uso y el abuso, y toda la tragedia que embargó a Lavoe y los suyos. La muerte de su padre y de su hijo, la perdida de su casa y sus constantes batallas sentimentales, son el foco del filme. El corazón de su música, el monumental impacto en jóvenes y viejos de toda América Latina, su sensibilidad y bondad de ser humano están casi ausentes en la visión de Marc y Jay Low, y del director de la cinta, el ya inefable León Ichaso. Lo irreprochable de la cinta, sin embargo, está en la vibrante y motivada recreación de los temas más famosos que cantó Lavoe, en la voz de Marc Anthony, y en la poderosa dirección musical de Sergio George e interpretación de grandes músicos de la salsa. El salsomano podrá oír en gran volumen y con no pocos detalles esta esplendorosa música. El resto es mejor olvidar y pensar a Héctor “El flaco” Lavoe como el hombre, trabajador y explotado por el trabajo y la vida, que un día cantó “El malo de aquí soy yo, porque tengo corazón”.

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