Por York Neudel
Dos hermanas adolescentes se pierden en la jungla brasileña. Incapaces de verse, solo pueden escuchar sus llamados y promesas de cercanía en este laberinto de la naturaleza. Güida, la atrevida e impulsiva, comienza este juego de escondite repentino en que Eurídice, más aplicada, tranquila, pero estoica, no cede en buscarla. 
Lo que acabamos de ver es un prólogo onírico de La vida invisible de Eurídice Gusmão, una historia situada en los años cincuenta en Río de Janeiro. Güida y Eurídice, hijas de un panadero portugués católico con mano dura, son inseparables. Se aman y se cubren entre sí para vivir una vida adolescente más libre y perseguir sus sueños. Güida quiere descubrir el amor con los chicos y Eurídice, con mucho talento musical, quiere estudiar piano en el conservatorio. Son dos deseos que no corresponden al papel asignado a la mujer en esa época en que debía apoyar al hombre, manejar la cocina, esperarle en casa cuando regrese del trabajo, ser el envase para parirle sus hijos, criar y educarlos con las mismas ideas para finalmente asignarles nuevamente su lugar determinado en la sociedad machista.
Cuando Güida se enamora de un marinero que apenas conoce y se escapa con él a Grecia, deshonra a la familia y rompe abiertamente con su rol. Vuelve decepcionada del amor y embarazada a su hogar, buscando el perdón de sus padres y confiando en la fuerza de los lazos familiares, pero será defraudada. El padre la echa de la casa, desconoce a su propia hija y le miente sobre el paradero de su amada hermana Eurídice, inventando que estudia en el conservatorio en Viena. En realidad vive cerca, casada con Antenor, un hombre desagradable que la quiere forzar a tener hijos, tentándola de dejar su sueño de ser pianista profesional y disuadiéndola de aplicar al conservatorio. 
Eurídice sigue con la idea de que su hermana está en Grecia y así las dos empiezan a escribirse cartas, correspondencia interceptada por el padre, que se convierte a lo largo de muchos años en diarios de dos mujeres luchadoras en una sociedad patriarcal. Cada una enfrenta a los obstáculos de su propia manera: con radicalidad, espíritu revolucionario y sin compromisos o con una resistencia desde adentro del sistema como esposa con autodeterminación y agencia. 
Es una película altamente dramática y llena de confabulaciones e intrigas casi como en la mitología griega. No obstante, hace una vuelta importante e ilumina la historia esta vez no desde el punto de vista masculino, narrando la violencia y los caprichos de Zeus u el dolor inmenso de Orfeo por la pérdida de su amada Eurídice, sino desde el punto de vista de las mujeres que ahora se convierten en los personajes principales, enfrentándose con solidaridad, amor e inteligencia contra una violencia cotidiana que quiere ponerlas en su supuesto lugar. 
Eurídice Gusmão solía decir a su esposo: “Cuando toco el piano, desaparezco” – una invisibilidad que le permite existir. A pesar de muchas iniciativas y movimientos no todo ha cambiado desde los años cincuenta en cuestiones de la liberación de la mujer. La vida invisible de Eurídice Gusmão lo demuestra y, no obstante, empuja al espectador a repensar las estructuras sociales para que los sueños se puedan hacer visibles. 

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