Por Christian León
Para Park Chan-Wook, la venganza es el motivo organizador de sus relatos.
Se llama Park Chan-wook. Es coreano. Se dio a conocer internacionalmente con su quinta película Zona de seguridad (2000), un relato discreto y sin ninguna marca autoral. Tras de ello vendría su famosa trilogía de la venganza integrada por Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003), Sympathy for Lady Vengeance (2005). Entonces todo cambió. Gracias a estas tres películas, Park Chan-wook pasó de ilustre desconocido a director de culto. El gran premio del jurado del Festival de Cannes otorgado a Oldboy fue la cereza que coronó el pastel. Sus dos nuevos filmes I’m a Cyborg, But That’s OK (2006) y Evil Live (2007) son esperados con entusiasmo por el público y la crítica en Asia, Europa y América.
En su famosa trilogía, la venganza se convierte en un motivo organizador del relato, transforma a los personajes y direcciona sus acciones. En Sympathy for Mr. Vengeance, un empresario deja su trabajo y dedica todo su tiempo a buscar y asesinar a los secuestradores de su hija. En Oldboy, un hombre consagra 15 años de su vida y su fortuna al servicio del castigo de un ex compañero de secundaria a quien culpa por el suicidio de su hermana. En Sympathy for Lady Vengeance, una muchacha reúne a los padres de las víctimas de un asesino de niños para realizar un ajusticiamiento sangriento y vengar los 13 años en prisión que pagó en lugar de aquel psicópata.
La venganza, según Park Chan-wook, trabaja con una planificación rigurosa, es furia aplazada, acumulación inteligente de violencia, refinamiento capitalizado del castigo. Por esta razón, a diferencia de la lo que sucede en películas norteamericanas como Perros de paja de Peckinpah o Taxi Driver de Scorsese, en los filmes del coreano la vendetta no es un momento de enajenación de personajes al borde del abismo, sino por el contrario es un proceso sostenido de construcción de un sujeto. En las tres películas, un giro extraordinario, un golpe traumático, generalmente relacionado con la pérdida de una persona amada, transforma a personajes comunes y corrientes en monstruos sedientos de sangre, dotados de una fuerza extraordinaria y genialidad maligna. Purificado por el dolor, surge un prototipo de ser insensible y poderoso que consagra su vida a cumplir una única tarea: la venganza. Un imperativo sádico que está más allá de toda ley y moral, parece apoderarse, entonces, de esos personajes que pretenden
ocupar el lugar omnipotente del Dios castigador.
En el mundo de Park Chan-Wook, la venganza es más que la motivación interior de sus personajes. Es una fuerza omnímoda que se realiza más allá de los individuos, es una razón absoluta que ordena el destino. La venganza se manifiesta como un intento por restituir un orden perdido o una abnegada manera de saldar cuentas, al y como sucede en el cine de artes marciales o en el western americano. Sin embargo, para el realizador coreano no existe el desenlace pacificador, el orden nunca puede ser restablecido, las deudas son insalvables, el espiral de violencia no tiene fin. En la última escena de Sympathy for Mr. Vengeance, el padre justiciero que mata a los raptores de su hija es apuñalado por guerrilleros comunistas. Cuando el siniestro ángel vengador de Oldboy tortura y destruye moralmente al supuesto culpable de la muerte de su hermana, todo ha terminado para él. La gran tarea que daba sentido a su vida se ha cumplido, la nada irrumpe. Ni el asesinato colectivo, ni su celebración cual si fuese un cumpleaños, aquietarán el alma de la joven verdugo de Sympathy for Lady Vengeance. Tras la venganza aguarda el vacío o, en su lugar, la violencia insaciable tratando de colmarlo.
La venganza, esa razón absoluta es una especie de demiurgo de la acción. De ahí que Park Chan-wook realice un cine de ideas más que de acción, como erróneamente se piensa. Sus películas son “filmes de tesis” que parten de premisas establecidas para realizar demostraciones abstractas sobre la violencia. El efecto, el truco, la espectacularidad y la acción están supeditadas a una implacable razón que hace de la violencia un ejercicio lógico, tal y como sucede con el divino Sade. Los giros imprevistos en la historia, la truculencia visual, las sorpresivas elipsis que no dan respiro al espectador funcionan como un perfecto contrapunto a la fría demostración intelectual. Igual que otros adalides pos-modernos de la violencia como Quentin Tarantino, Tsui Hark o Johnnie To, Park Chan- wook busca la truculencia y la teatralidad. Como ellos, apela al lenguaje del comic, a la textura del pastiche, al humor negro, da tanta o más importancia a la puesta en escena que a la historia misma. Pero a diferencia de ellos, encuentra parábolas casi filosóficas donde la violencia deviene metáfora de la deuda impagable o del orden irrestituible que rige la existencia.

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