Por Juan Carlos Donoso Gómez
Tarantino reinterpreta el cine de guerra, escribiendo esvásticas con sangre, en Bastardos sin gloria.
Público, no nos confundamos. No se trata del legendario Tarantino jugando a ser un dios bueno que viene a vengar a los judíos invirtiendo los papeles. Esta es otra de sus obras maestras sobre desencarnada y divertida venganza: llena de sangre, explosiones y un coro de personajes, que solo reflejan una vez más la visión que el prodigio niño geek del cine gringo tiene sobre su delirante cultura. Sin embargo, Quentin tiene un corazón; y aunque un festival de sangre sea necesario, con este filme él ha fantaseado que la audacia de su cine será suficiente para, nada más y nada menos que, terminar con la Segunda Guerra Mundial. Para lograr esto, escogió el camino que conocemos es de su predilección: collage posmoderno de influencias de la cultura pop y del cine B, varias líneas narrativas que soportan con matices el transcurso de la venganza; más un ingrediente inusual y nuevo para cada filme, en este caso, un evento real: la guerra.
Para avanzar en el desmenuzamiento de este nuevo trabajo del astro del cine de referencias, que nos ha deslumbrado con las recontra-hiper-famosas: Reservoir Dogs, Pulp Fiction, Kill Bill, entre otras; es necesario comprender algo que el director mismo ha dicho: “no me importa que mi cine esté por encima de las cabezas del público, la cultura pop funciona así, no sabes qué significaba algo hasta que lo vez, investigas y lo entiendes”. Es decir, las películas de Tarantino funcionan como un panel de opciones, donde el espectador, estará al acceso de un nivel de lectura. Puede sonar arrogante, pero es interesante lo que genera en nosotros ese tramado de datos, que al recibirlo en una sola bocanada de imágenes y sonidos, impacta también, en varios niveles nuestra percepción.
De esta manera, las tres palabras claves para Bastardos sin gloria (Inglorious Basterds, título original) son: Spaghuetti Western, Macaroni Fight y Western Movies. Durante más de diez años, que fue lo que tardó en concretar el guión, Tarantino guardó una película como su tesoro personal con morbo y devoción, como buen cinéfilo, Quel maledeto treno blindato de Enzo G. Castellari, que en Estados Unidos se tituló en 1978, Inglorious Bastards. Así, él le cambiaría una a por una e y haría la suya propia. Los dos primeros géneros que enunciamos al principio, hacen referencia a los “italian explotation war movies” (películas italianas de guerra de explotación) que aparecieron entre los sesentas hasta los ochentas y básicamente eran la versión de bajo presupuesto del género que en Hollywood había barrido con taquilla, el western. Ahora, Tarantino vuelve a traer a casa el estilo y nos muestra su interpretación de esta singular pieza del cine B italiano. A sabiendas, cine de guerra, pero ahora, desenfocando la artillería pesada y centrándose en un estilo singular de violencia explícita tanto como la construcción de “héroes de cómics” dentro de un contexto histórico.
Desde el inicio del filme nos casamos con la idea de que hay que matar a todos los mal nacidos nazis. La venganza y la aniquilación está a cargo de dos bandos aliados, que no están enterados de la existencia del otro pero que trabajan por el mismo objetivo: el uno constituido por un escuadrón de ocho soldados americanos judíos, listos para matar a cuanto uniformado con la esvástica aparezca “Los Bastardos”; y el otro bando, conformado por una sobreviviente judía “Shossanna” que se hace pasar por Mademoiselle Mimieux, la dueña de un pintoresco cine en París que administra junto a su amante negro, Marcel el proyeccionista. Los dos serán las paredes de esta historia, que se juntarán para arrinconar a los nazis en una operación que podría acabar con la guerra. Pero una vez más, el autor nos hace jugar su juego y este es: gozar de la violencia y sentirla más que justificada. Nosotros, el público, nos convertimos en los cuervos de Hitchcock que queremos picotear a la pantalla hasta que se desangre y la condición del goce es por supuesto, que logremos nuestro objetivo. Pero por eso, Brad Pitt es el teniente Aldo Raine, un aguerrido soldado nacido en Tennessee, que hará que la operación secreta “Kino”, logre ser un éxito a toda costa.
Pero estos serían los elementos de una sopa tarantinesca de costumbre. ¿Qué hace que esta pieza sea inusual e innovadora para su propio cine? Señoras y señores: el evento real. El pasado, la historia, el acontecimiento que sacude a la sociedad como diría Alain Badiou. La realidad irrumpe en la pantalla de Quentin, pues parece que el autor se siente listo para lidiar con el tema, siente que tiene los elementos correctos para construir su ética y su estética alrededor de la guerra en 1944. Nunca antes, el realizador que empezaría trabajando en una tienda de películas en Manhattan Beach, en California, se había propuesto semejante tarea. Y lo que más nos complace es que lo hace así, como lo dice él mismo: “con la violencia que me hace reír”.
A través de estos elementos Tarantino reformula el cine de guerra. Usando su identidad como punto de partida, la de un cinéfilo que lo sabe todo y la de un americano hablando de su pasado guerrerista. Pero él no es un tipo inocente, y aquí está la gran clave para disfrutar esta película. Como seguramente el autor no está de acuerdo con la guerra, con los nazis y con la matanza real en sí misma, usa el poder del cine para darle un giro al acontecimiento. ¿Ustedes creen que un personaje llamado “el oso judío”, que mata a nazis con un bate es un tipo “bueno”? No, esta película no se trata de buenos y de malos, como usualmente Norte América lo retrataría, se trata de un chaulafán de asesinos a sangre fría que quieren el poder, quieren cumplir su misión o quieren venganza, pero todos quieren matar. ¿Es este el comentario del autor sobre la guerra? ¿sobre la historia? No lo sabemos. Y nosotros somos esos bastardos también, nosotros somos los que ponemos play a este mundo donde el fuego viene de todos lados y la sangre de los unos se confunde con la de los otros, donde no hay bandos para los muertos y donde lo que conmueve al final de este gore fest, es que Tarantino está consciente de que el éxito de su misión consiste en la auto aniquilación del director y del cine fascista que hay en él, para poder acabar con su propia violencia. Muchos datos evidentemente quedan por fuera de esta crónica, pero el cine dentro del cine que propone esta vez el realizador, nos dejará a todos con muchas tareas por descifrar en casa y con un nudo en la garganta en la sala de cine.

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