Por Analía Beler
Para Arregui, en Quito la hipocresía campea a todo nivel. Quizás esa obsesionada recordación está demasiado dicha.
Ver una nueva película ecuatoriana siempre supone gran expectativa, sobre todo en estos últimos meses en que el apoyo estatal y la industria cinematográfica en el Ecuador prolifera. Si bien es cierto, se avizoran mejores días para el cine ecuatoriano y aunque todavía es titánica la labor de hacer cine, su profesionalización está todavía en proceso. No podemos hablar aún de un gremio fuerte y consolidado de cineastas, actores, productores y demás profesionales del cine, por eso es natural ver en los créditos a las mismas personas que trabajan en casi todas las producciones nacionales.
Pero siempre hay sorpresas. En la última película de Víctor Arregui, Cuando me toque a mí, el nombre de Manuel Calisto, el actor principal de la cinta, sobresale como pocos. Se trata de una verdadera revelación para el cine ecuatoriano. Arregui no ha desperdiciado el diamante en bruto: supo compenetrarse con el actor a tal punto que el ideario del director llega preciso a través del personaje: un médico legista desamparado de su propio ser, en contacto permanente con la muerte.
Cuando me toque a mí logra contagiar la sensación de soledad extrema encarnada en la vida del médico, que tiene uno de los trabajos menos atractivos de todos: hacer autopsias en la morgue de un hospital público. Es a través del médico legista, el Doctor Arturo Fernández, que se construyen historias de violencia y desazón en la ciudad de Quito. Por su camilla pasan los muertos, cada uno con una historia detrás: cuentos que relatan una ciudad conflictiva y vertiginosa. Venganzas, celosos, atracos son parte de la ex vida de los cadáveres que llegan a las manos del Dr. Fernández.
Arregui muestra un Quito desalmado, lúgubre, encerrado. El director devela una vida donde la hipocresía campea: en las relaciones en todo nivel, con los parientes cercanos, con los seres amados y con los amigos. La de Arregui es una ciudad hipócrita, que esconde una violencia soterrada que emerge cuando los cadáveres llegan a la morgue y cuando los personajes deben interactuar entre sí. Todos con relaciones conflictivas.
Como en su primera película Fuera de juego, escoge personajes de sectores populares de Quito. Algunos actores escogidos por Arregui personifican con acierto sus papeles. Pero a la vista de un quiteño, hay otros actores que no convencen en sus personajes: un actor aniñado, con su claro acento característico de origen, resulta ser un hombre de cantina de tecnocumbia y un asaltante del centro de la ciudad; la madre humilde de un niño atropellado, la actriz Randi Krarup, no deja su marcado acento ni su estilizada presencia.
Resulta chocante una marcada reiteración en los diálogos, y la obsesionada recordación de la condición putrefacta de la sociedad ecuatorianos. “Este país –o esta ciudad– no sirve para nada, es una mierda” están dichos lo suficiente como para que el mensaje se disuelva en la redundancia. Sin embargo, en el balance final, la historia, por sobre estas pequeñas laceraciones, es convincente y reveladora. El Doctor Fernández acumula diálogos intimistas de reflexión. Allí su actuación se destaca magníficamente. En aquellos momentos donde su única compañía son los cadáveres y una botella de vodka que va ingiriendo durante su jornada de trabajo, está el mejor momento de esta cinta. Allí se descubren la soledad, la desidia, y la imposibilidad de relacionarse de las personas.
Cuando me toque a mí deja una inquietante halo de esperanza, porque ahora resulta evidente que el cine ecuatoriano sigue creciendo.

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