Por Orisel Castro
La Llorona es un mito que reconoce el dolor de lo que nos aterroriza. La joven que ha perdido a sus hijos y amenaza a los nuestros. La tradición oral de gran parte de Latinoamérica retrata al personaje como una bella mujer que acecha a través de la culpa y que sufre por la propia. Esta versión guatemalteca, contextualizada en el conflicto armado interno, Jayro Bustamante subvierte el género de terror para despertar, más que miedo, sed de justicia y revisión de la Historia. 
La hija del General Enrique, enjuiciado por crímenes de lesa humanidad y absuelto de los mismos al inicio del filme, ofrece el punto de vista de quien duda sobre la verdad de la historia que ha escuchado siempre, aunque ponga en cuestión a su propio padre y su propia comodidad. El observador puede apreciar, con cierta claustrofobia, cómo el devenir acorrala al poderoso y cada vez aparecen más evidencias de su culpa. La Llorona se inserta en la casa, develando a su vez las estructuras coloniales y patraiarcales en la sociedad guatemalteca actual, la explotación, el abuso y el racismo. El horror se produce en los ojos de los espectadores y de los personajes por medio de la memoria y de la consciencia encarnadas en el espectro del mito y de la imagen cinematográfica.

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