Por Diego Lerer
El fusible se está quemando/Apaguen las luces canta Bruce Springsteen sobre los créditos de cierre y el impacto es doble. No sólo porque el final de La hora 25 es uno de los mejores y más fuertes de los últimos tiempos del cine norteamericano, sino porque en su andanada de guitarras, en la voz rasgada de Bruce y en la emoción tensa que transmiten sus palabras, el espectador consigue liberar toda esa tensión sostenida a lo largo de las dos poderosas horas de relato de éste, acaso el mejor filme de la carrera de Spike Lee.
La hora 25 es una película sobre lo que pudo ser y no fue, sobre lo que nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde, sobre la imposibilidad de volver el tiempo atrás y desandar lo (mal) hecho. Es, también, una forma acotada de poner en juego temas como la masculinidad y la violencia, la amistad y el honor. A través de la historia de las últimas 24 horas en libertad de un hombre que está a punto de ir a la cárcel, Lee cuenta también la historia de una Nueva York post-atentado del 11 de septiembre, evocado a través de los planos del llamado ground zero, las espectaculares luces que lo iluminan y el fantasmagórico clima de muerte que lo rodea.
Monty Brogan (Edward Norton, impecable) es un traficante de drogas duras que es descubierto por la policía, enjuiciado y condenado a siete años de prisión. El filme va intercalando los dos tiempos: vemos de manera muy resumida el pasado y nos instalamos en el presente, cuando su novia (Rosario Dawson) y sus amigos (el yuppie Barry Pepper, el profesor Philip Seymour Hoffman) se reúnen para pasar una última noche con Monty.
A lo largo de ese día, Monty recorrerá la ciudad, ventilará su furia contra todos, se verá con su padre, y pasará una larga noche en una disco a través de la cual todos los elementos narrativos se fundirán.
¿Qué le preocupa a Monty? ¿Haber hecho un mal a la sociedad? ¿Haber maltratado a su mujer? ¿Lo atemoriza la posibilidad de ser violado en la cárcel? Un chico blanquito, lindo y acomodado, él sabe que se las verá negras en prisión, y Lee hace de esta temática de la masculinidad (blanca) amenazada, uno de sus ejes.
Basada en una novela de David Benioff, y con guión del propio autor, La hora 25 es como una versión mejorada de Clockers, un filme con elementos en común: novela ajena, temática policial, carrera contra el tiempo. Aquí, el director de Do the Right Thing abandona ciertas marcas de fábrica y cede el protagonismo a los personajes (quienes de cualquier manera actúan y piensan como personajes de una película de Spike Lee) y deja que sus historias conduzcan la narración, dando espacios para que los personajes secundarios (como el notable Phil Hoffman) desarrollen su problemática.
La hora 25 reserva su golpe de gracia para una secuencia final de la que no vale la pena adelantar nada aquí pero que resulta impactante por la manera en la que resignifica todo lo visto. Como si fuese el último suspiro de alguien a punto de morir, ese insignificante pero eterno instante entre lo que fue y lo que será, la secuencia es una larga elegía por una ciudad (¿o un país?) que ya no es y una vida que ya fue.

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